En menos de una semana, el fútbol argentino se quedó con un nido vacío. Mejor dicho: sería algo así como el síndrome del “cinco vacío”. Con sólo cuatro días de diferencia, colgaron los botines posiblemente los dos volantes centrales argentinos más destacados del último cuarto de siglo, esos cuyo fútbol ya se extraña: Fernando Gago y Javier Mascherano.

Lo de “vacío” es simbólico, más bien; ambos futbolistas, de vuelta en el país tras años dorados en la élite europea y hace tiempo ya lejos de la Selección, transitaban sus últimos vestuarios y seguramente a cada hincha de fútbol le habrá dolido que la pandemia le haya negado la posibilidad de disfrutarlos en sus minutos finales en una cancha. ¿Qué se extrañará? ¿Cuál fue su legado? ¿Cómo ha ido mutando ese camino del 5 argentino que los forjó y disfrutó, pero ahora seguirá sin ellos?

Referentes y "rivales": xeneize y merengue, millonario y culé

Pablo Michelini, cinco campeón con San Lorenzo del Clausura y la Mercosur 2001 y de la Sudamericana 2002, no tiene un registro vívido en su memoria de los partidos en los que debió cruzarlos. Sin embargo, asegura que se enfrentaron, y los tiempos cronológicos le dan la derecha: él se retiró en 2005, Gago debutó en 2004 y Mascherano, en 2003. “Son referentes de los últimos 25 años del puesto de volante central en el fútbol argentino -los define, en diálogo con Líbero-. Ambos fueron dos jugadores muy completos. Mascherano en cuanto a inteligencia para moverse en la cancha, en el mano a mano para recuperar la pelota, en lo concreto que era a la hora de la distribución. Y Gago, un jugador muy técnico, que le daba mucho flujo y manejo al mediocampo”.

El ex mediocampista azulgrana asocia ese recuerdo borroso a un dato concreto: ambos se fueron rápido al exterior, dueños de virtudes futbolísticas que cotizaron alto desde su juventud. De hecho, sólo llegaron a compartir un único Superclásico: el 22 de mayo de 2005, que fue triunfo de Boca por 2 a 1 con goles de Guillermo Barros Schelotto, el Chelo Delgado de tiro libre y descuento de Lucho González. De aquel día -el único que xeneizes y millonarios los vieron enfrentarse en su partido favorito-, Gago recordará la Bombonera como una verdadera fiesta: Boca volvía a ganar el clásico como local, por torneos de AFA, después de cuatro años.

Poco después, ambos partieron desde Ezeiza para firmar una carrera de lujo en el exterior, donde volverían a tocarles veredas archirrivales: para Pintita, el Real Madrid, con el que ganó dos veces la liga española, una Supercopa y una Copa del Rey; y para el Jefecito, el Barcelona de Guardiola, donde se coronó de todo lo que estaba a su alcance, celebrando Champions, Mundiales de Clubes, Supercopas y torneos domésticos. El mejor premio para Mascherano, sin embargo, fue quizás un elogio: el que le propinó Pep, al decir que era “un fichaje espectacular”, o que “para un equipo como el Barça no tiene precio tenerlo”, o que fue uno de los jugadores más inteligentes que le tocó dirigir.

La cronología de sus fichajes, sin embargo, no los hizo coincidir en ningún clásico español. Sí se cruzaron en otros contextos, aunque -según indican los registros del portal Transfermarkt- Gago ya no pudo irse victorioso como aquel día en la Ribera: volvieron a enfrentarse tres veces más y todas fueron triunfos para los equipos del ex jugador de Estudiantes. Por octavos de final de la Champions, en 2009, Liverpool venció al conjunto merengue por 1 a 0 en Madrid y por 4 a 0 en Inglaterra. El último cruce, en 2012, fue por la liga española: Barcelona, donde Mascherano jugó ocho temporadas, venció aquel día por 1 a 0 al Valencia de Gago.

En el medio, la Selección

Uno que lo conoce bien al ex 5 de Boca es Francisco “Pancho” Ferraro, técnico con quien el elegante y fino volante central se consagró campeón del mundo juvenil, en Holanda 2005, brillando junto a un también aniñado Lionel Messi. “Decir que se fueron dos jugadores de mucho nivel es decir la verdad. Y uno quizás lo siente más todavía al ser director técnico, por querer ver siempre esa clase de distintos”, dice el experimentado entrenador, ya masticando algo de nostalgia.

El DT recuerda aquel doble cinco que se consagró hace 15 años, cuando Juan Manuel "Chaco" Torres y el volante que se despidió en Vélez supieron entenderse para manejar con equilibrio y sutileza el mediocampo argentino. “Tuve a Gago cuando tenía 18 años -dice Ferraro, del otro lado del teléfono-. Ya entonces era un jugador muy bueno, sobre todo por su técnica. Siempre estaba pidiendo la pelota, quería estar permanente en contacto con ella y la administraba muy bien. Era raro que se equivocara en una entrega, realmente jugaba con una técnica impresionante. En aquel equipo se entendían muy bien con el Chaco, un cinco más bien quitador, de interceptar balones, relevar y replegarse muy bien. Gago era más salida, para darle juego a los demás volantes y marcadores de punta: del medio para adelante tenía un circuito espectacular”.

Así como Mascherano supo comprender el rol asignado por Guardiola para él en aquel fabuloso equipo que fue el Barcelona de Pep, donde cosechó elogios por su labor como central, también Gago mostró su versatilidad el último tiempo en Liniers, dejando a la vista que su técnica estaba intacta. Ferraro disfrutó de verlo también allí: “En diciembre pasado estuve con el Gringo Heinze, a quien tuve de jugador en el 2000, en Valladolid. Fui a ver a la Reserva de Colón contra Vélez (NdeR: en ese momento, Ferraro era Secretario Deportivo del club santafesino) y estuvimos charlando. Me acuerdo que lo felicité porque nunca pensé que Gago podía jugar donde lo ubicó Heinze, como último hombre, unos 25 metros hacia atrás, para empezar a gestar el juego de Vélez ahí. En esa adaptación también se ve la clase de jugador que es”.

El exitismo gris dirá que ninguno logró salir campeón del mundo con la Selección. Más feliz y justo recuerdo tendrá quien haya aprovechado para disfrutarlos mientras vestían la celeste y blanca. No faltarán, por estos días, memorias nostálgicas de las pausas y los pases filtrados de Gago o de los quites y la fuerza expansiva de Mascherano. Hay fotos perdidas en la marea de Internet, retratando abrazos y sonrisas entre los dos cincos, durante esos días en los que la albiceleste los reunió. Según el portal mencionado, compartieron 56 partidos (entre amistosos y oficiales). ¿Los más recordados? Los del Mundial de Brasil, hace ya seis años, con la espina clavada de la final perdida ante Alemania.

Claro que si se habla de Selección, allí Mascherano se volvió un emblema, un signo, incluso por la tan mencionada curiosidad histórica, esa que lo hizo debutar antes en la Mayor que en la Primera de River. Lo han expresado sus récords albicelestes (el que más jugó -con 147 partidos-, el único con dos oros olímpicos), el despliegue inmortalizado en postales populares (como la barrida mítica a Robben en la semifinal mundialista ante Holanda), o incluso el cariño popular hecho meme, frase, tatuaje o #maschefact. Pero también se percibió durante el Mundial Sub 20 de Emiratos Árabes, a sus 19 años, al verlo armarse como líder de aquel equipo de Hugo Tocalli y hasta marcando el gol de oro que clasificó a la Selección a semifinales.

Antes y después: el camino del 5 argentino

Aquel abrazo cariñoso de la foto, entre Gago y Mascherano, con estilos y recorridos distintos para una misma posición, resuena diferente a la hora de su retiro prácticamente simultáneo: tiene algo de quiebre, de tiempo cristalizado, en el hilo imaginario de la riquísima historia de los mediocampistas centrales del fútbol argentino.

“El de cinco es un puesto que admite distintos estilos porque el mediocampo es un lugar que habilita diferentes características -explica Michelini-. Si tenés un volante central más defensivo, te permite liberar a otros jugadores de la tarea de la recuperación. Y si tenés un volante más de juego, que maneja la pelota y se suelta, otro jugador puede aportar más defensivamente”.

Roberto Saporiti tiene para aportar en la materia: además de su destacada trayectoria y sus años de experiencia desde el banco, dirigió al Checho Batista que fue pieza clave de un Argentinos Juniors aplaudido en el mundo, poco antes de consagrarse en el Mundial ‘86.

“En el mundo futbolístico, ha habido y hay números cinco de gran talento, de interpretar el juego -analiza el DT del Bicho campeón del Metropolitano 1984 y la Copa Interamericana 1986-. En la Selección Argentina, Batista y Redondo son un claro ejemplo de inteligencia y técnica, del jugar a uno o dos toques. A Redondo le tocó triunfar en Europa y todavía hoy sigue recogiendo elogios. El Checho dio una lección de fútbol basada en la técnica en México ‘86 y en Argentinos tuvo además un acompañamiento de primer nivel en el mediocampo: Commisso, que hoy jugaría en Europa por su movilidad, y Videla, un pensador del fútbol... El Checho se acomodaba a ellos”.

Saporiti aporta un valioso recuerdo en relación a Batista, sobre lecturas del juego y de sus protagonistas, un universo que trasciende estrategias y esquemas preestablecidos: “En México, Bilardo fue un técnico muy inteligente porque supo leer un campeonato de fútbol y cambiar lo que él pensaba. Había querido meter doble cinco, pero Batista se había sentido incómodo y al final lo puso a él en el centro del campo. A mí me pasó lo mismo en Argentinos una vez que ensayamos con él y (Miguel Ángel) Lemme, porque estaban lesionados Commisso y Jota Jota López. ‘Yo con Lemme no tengo ningún problema, pero necesito los costados liberados’, me explicó el Checho. Pero Lemme lo entendió antes que nadie, vino y me dijo: ‘Roberto, el Checho se sintió incómodo. Y es muy importante que se sienta cómodo. Para su mentalidad, acostumbrado a jugar con Commisso, tal vez sea mejor que juegue Corsi’. ¿Y sabés quién jugó? Corsi. Si los entrenadores no hablan con los jugadores, ¿con quién van a hablar?”.

Más allá de la técnica y la inteligencia para leer el juego, hay paradigmas que parecieran acaparar ciertas épocas: estos días, por caso, el fútbol gira en torno a los llamados volantes mixtos, de los que se espera que brillen y resuelvan bien en todo el campo. “Antes se jugaba más con un cinco solo, junto al volante de creación y dos más a los costados. Con el tiempo, eso fue migrando y se empezó a jugar más con doble cinco, uno más de recuperación y otro más de juego, ya sin ese enganche establecido”, repasa Michelini, sobre tierra conocida. Pancho Ferraro continúa el hilo: “Ahora se ve más un cinco solo, como parte del 4-3-3 que hoy es tan frecuente. Un cinco parado en el medio, acompañado de un volante por derecha y otro por izquierda. Es lo que hace la Selección Argentina con Paredes”.

Para el ex mediocampista de Deportivo Español, Racing y San Lorenzo, más allá de las mutaciones, habrá siempre ciertas constantes en el puesto. “Es indudable, para la mayoría de los entrenadores, que cualquier defensa o línea de cuatro necesita un volante central que, con más o menos manejo, sea ordenado, inteligente, y atento a recuperar pelotas cuando atacás, para que el rival no te agarre mal parado”.

Michelini se anima a fantasear: “El ideal es un cinco que tenga el quite de Mascherano y la distribución de Gago. Pero no es fácil encontrar eso: un volante central que te meta cuatro pelotas de gol por partido y que, además, sea agresivo para recuperar. En esa mixtura, algo de recuperador tiene que tener y algo de manejo también, porque tiene que entregar bien la pelota”. Quizás con esas palabras se comprenda la huella más importante de Gago y Mascherano, los dos grandes cincos que acaban de despedirse: el haber ofrecido interpretaciones de las excelsas sobre la alfombra verde, de esas que llenaron el alma de tanto fútbol que siguen provocando piel de gallina, aún con el vacío que dejan al decir adiós.