Lo que el mundo occidental denomina naturaleza no produce desechos ni obras de arte. Pese a que no es posible conciliarlos ni disociarlos, estos dos objetos forman los polos del mundo humano. Nadie quiere al desecho, que tiene el privilegio de escapar de la propiedad privada. El arte posee, a la inversa, un innegable valor social. Volvemos a encontrar esta polaridad en el mundo industrial, donde la superproducción genera capas y más capas de residuos, mientras que lo que denominamos culturanace de un excedente de energía. Pero los plazos que median entre la mercadería y la basura se acortan sin cesar, reduciendo el tiempo de nuestro uso de las cosas y también el tiempo de la mirada que posamos sobre las imágenes. Desechar un objeto de plástico, expulsar con el movimiento de un dedo una imagen atisbada en la pantalla son dos gestos que forman parte de un conjunto simbólico general, de una visión del mundo según la cual el ser humano ya no es más un actor de pleno derecho en la vida terrestre, sino un simple material atrapado en un mecanismo. La crisis climática, que en la actualidad se resume en el término antropoceno, va acompañada de una crisis planetaria de la cultura. […]
Al igual que esos recursos naturales que han sido inscriptos y patentados o al igual que las raíces, las semillas y los minerales “pertenecientes” a industrias que los comercializan, la imagen es cautiva de las leyes del copyright. La fuerza más devastadora de nuestra época, aún más temible que los tifones y que la subida de las aguas, es la de la propiedad privada, que también invade los cerebros. Este movimiento general de privatización del mundo hace de nuestra época una suerte de pariente de la era del neolítico, en la cual se vivió la aparición de la agricultura y la ganadería: lo que hoy se está poniendo en marcha es una nueva etapa de la industrialización de lo vivo.
[…] En el presente, nuestro neolítico digital amplía aún más este movimiento de domesticación y lo hace incluyendo nuevas entidades y conceptos como la información humana (la data) y el conjunto de lo viviente. Internet es la herramienta privilegiada de esta fase inédita de domesticación porque permite el ordenamiento mental a gran escala de las poblaciones humanas: se instala así una híper-sedentarización a través de la cual el ser humano se une a la planta, al animal, a la selva o a la corteza terrestre en el gran rubro de los “recursos” materiales que resultan factibles de explotar. Por otra parte, el confinamiento mundial que marcó a la pandemia del Covid-19 nos deja entrever lo que podría ser la etapa siguiente de esta sedentarización…. Si todos los individuos habíamos ya interiorizado la idea de que nuestro papel en la Tierra consistía en ser inmediatamente utilizables por el sistema productivo, solo faltaba usar los últimos tiempos muertos; y esto se ha realizado, con fines comerciales, por medio del espionaje de nuestras vidas privadas. […] Nada tiene de asombroso, por lo tanto, que las modalidades de gobernanza contemporánea se vean transformadas por este proceso de domesticación general de lo viviente, dentro del cual los humanos y los no humanos se ven reunidos por su condición de materia prima.
La empresa es la sucesora de las ciudades, los reinos y las naciones de antaño, que solamente subsisten en su calidad de aliados objetivos de la dominación que ejerce ahora la primera.
[…] Al mismo tiempo, el individuo conectado vive la inmediatez de la información en tiempo real, sobreexigido, bombardeado por acontecimientos más o menos artificiales. La densificación se apodera del planeta y la población humana del siglo XXI tiene que afrontar una saturación sin precedentes.
[…] El antropoceno nos brinda otra lección: oponerse al capitalismo globalizado, al pensamiento colonial y al patriarcado es una sola cosa porque allí están las tres facetas de un mismo objeto ideológico, tres declinaciones de un sistema de pensamiento donde podemos localizar el origen de la separación que ha establecido Occidente entre naturaleza y cultura.
En el seno de la catástrofe climática, el arte podría construir un modelo alternativo y una inspiración para las actividades humanas. La catástrofe ecológica nos conmina hoy a replantearnos el espacio que nuestras sociedades le han asignado al arte. La creatividad, el espíritu crítico, el intercambio, la trascendencia, el vínculo con el Otro y con la Historia, todos valores intrínsecos a la práctica artística, resultan también vitales para el futuro de la humanidad.
Inclusiones busca contribuir al surgimiento de una estética inclusiva que requiera un aprendizaje de la mirada finalmente descentrada, en el seno de un universo plurivalente, donde se incluya a los no humanos. Basada en una visión ampliada de la antropología, esta estética ratificaría el final de los binomios que estructuran el pensamiento predador de Occidente. En una estética inclusiva, formas y materias constituyen un tipo especial de cooperación, tal como sucede entre el ser humano y lo que se denominaba antes, su “entorno”. En lugar de reaccionar ante las formas, las imágenes o las ideas con las herramientas heredadas, se ha hecho necesario elaborar nuevas herramientas.
Tratando de desplegar algunas de las figuras estéticas que flotan en el capitalismo planetario, Inclusiones intenta, a la vez, describir los retos de la actividad artística en tiempos del capitaloceno y abogar para que se la reconozca como una necesidad vital.
* Fragmentos editados de la introducción de Inclusiones-estética del capitaloceno (234 págs.), con traducción de Eduardo Berti, que se lanza a partir de la semana próxima en las librerías (234 págs).