Desde Barcelona
UNO Paren rotativas cada vez más rotas y paradas, arrojen enredantes redes sociales, hagan tweet los canarios en minas de fibra de carbono y aúllen zoombis de Zoom. Se lo informó su hija por WhatsApp, con emojis: ella y el dj argentino Tomás Pincho van a ser madre y padre. Lo que significa que Rodríguez va a ser abuelo. Pero no aún. Le quedan ocho meses de padruelo. Y aquí está ahora, en la puerta del colegio de su hijo adolescente. Rodríguez rodeado de seres --abuelos hechos y derechos y torcidos-- apenas mayores que él pero bastante más viejos. Aunque ya no tanto: con el correr del tiempo la diferencia de edades se reduce hacia adelante y se expande hacia atrás. Lo que se pierde en futuro se gana en pasado, de ser verdad lo de la experiencia y la sabiduría y todo eso. En cualquier caso, todos estos y estas que lo rodean parecen tener sabia experiencia en una sola cosa: el hacerse cargo de los hijos e hijas de sus hijas e hijos. Sí: el abuelo como pieza y apoyo fundamental de la familia española para que funcione. Mecánica, estratégica y económicamente. Altos porcentajes de participación/contribución. Y, también, de negación del asunto en cuestión en encuestas que ya no son otra cosa que sitios donde la gente miente de verdad. Pero hay algo que no se discute o tal vez sea cierto de tanto repetirlo. En España, la de los abuelos de ahora, es la histórica generación que fundamentó La Transición y que --según Francisco Muñoz, presidente de la Asociación de Abuelos y Abuelas de España-- "lo ha hecho todo". Aquí están. Población "de riesgo" que denuncia sentirse discriminada. Y ahí está ese viralizado spot con irresponsable y desenmascarado nieto en fiesta sin distancia de seguridad al que su madre llama por teléfono para llorarle que la abuela tiene Covid y que no va a pasar de esa noche y que no entiende cómo se lo pescó y que le pregunta si él, quien fue a verla hace unos días, no andará incumpliendo las normas, ¿no? Y, en el otro extremo, esa publicidad de banco en la que un vigoroso abuelo deja por unos segundos su partida de petanca y mira a cámara y proclama un soberbio: "Ni boomers, ni millenials, ni generación Z. Qué tontería... No se engañen... Somos mucho más que eso". Sea cual sea su modelo, aquí están todos ahora. Rodeando al proto-abuelo Rodríguez. Fuera del colegio, mirándose de distante reojo. Esperando a que suelten a sus adorados portadores de amor y de virus (y, sí, en las últimas semanas han vuelto a subir los contagios entre los que superan los 60 años). Vulnerables y (mientras los padres trabajan) recogiendo y queriéndolos tanto sin importarles demasiado que, tal vez, sus nietos sean algo así como bacteriológicas armas de destrucción masiva o eugenésicos mini Thanos y todo eso.
DOS Y ahí está Rodríguez, silbando "Father and Son" del abuelo Cat Stevens quien, para conmemorar cincuentenario (ayer mismo), regrabó con gran éxito de crítica y ventas al ya perfecto en 1970 Tea for the Tillerman. Álbum ahora ideal para nietos millenials. Allí, blues ecológicos, peregrinaje espiritual, depresiones artísticas, búsqueda del amor, existencialismo fúnebre. Y ese standart de la brecha generacional que ahora Rodríguez silba y que ha sido revisitado por Stevens con su voz de entonces (para el rol del hijo) y su voz de ahora (para el del padre). Y no hay mucha diferencia entre ambas en la garganta bien mantenida de Stevens, quien posa con camisetas pacifistas y todo el aspecto de abuelo a quien se quiere/necesita más que al padre. Stevens volvió también, no hace mucho, a una de sus canciones menos conocidas. Pero una de las que más le gusta a Rodríguez: la alguna vez bautizada, a principios de su carrera, "I've Got a Thing About Watching My Grandson Grow Old"; y ahora, con letra muy reescrita, retitulada "Grandsons" a secas. Y lo que entonces era futurismo juguetón e imaginarse paseando con nieto por una ciudad en la Luna, ahora maduró a presentismo reposado mientras se mira jugar a los nietos en la Tierra. Y, sí, por una vez, por suerte: es mucho mejor (tanto mejor que la que resuena en el reciente y lacrimógeno corto merchandising- abuelístico by Disney) la nueva versión del viejo que la vieja versión del nuevo. Pero, claro, es una excepción. Y Cat Stevens es, seguro, un abuelo excepcional.
TRES "En España nos encantan los abuelos; nuestro problema son los viejos", tituló alguien. Porque, sí, de un tiempo a esta parte los abuelos duran más. Viven por encima de lo que toca --muchas veces descompuestos y mantenidos por cortesía de medicamentos que prolongan pero no curan-- para que cuadre lo de la cada vez más insegura seguridad social y el pagar retiros y jubilaciones. Así, resultan muy prácticos en el día a día pero muy incómodos a mediano plazo. Cobrando esas pensiones financiadas por futuros abuelos quienes --bajísima tasa de natalidad y poca inserción en mercado laboral con 43% de jóvenes desempleados-- difícilmente podrán recibir lo suyo llegado el momento de pasar a una supuesta mejor vida Más Acá antes del Más Allá. Y Rodríguez ve noticiero en el que aluden a "pandemia demográfica" y a que, para fin de siglo, España tendría la mitad de los que tiene ahora. Y poca confianza en aporte de flamantes oleadas migratorias del Nuevo Mundo para rendir tributo y plantar semillitas y cosechar los campos del Reino. Rodríguez piensa en todo esto leyendo la reciente Inside Story, "novela autobiográfica" de Martin Amis. Allí --como ya lo había hecho en La viuda embarazada-- Amis predice cerda guerra civil: un "tsunami plateado" en el que los más encandilados que lúcidos nietos irán a por los futuros abuelos dementes para que las cuentas cierren. Hace unos años Amis se preguntó cómo los gobiernos no facilitaban eutanásicas cabinas de voluntariosa auto-eliminación para adultos XL en cada esquina y en las que se brindase "martini y medalla" justo antes del off. Algo así como las anticipaciones en films como Soylent Green y Logan's Run. Ahora, en Inside Story, Amis evoca y presenta como evidencia incontestable a las grandes mentes devastadas por el Alzaheimer de Iris Murdoch y Saul Bellow en los últimos largos años de su vida: una obsesionada con los Teletubbies y otro emocionándose hasta las lágrimas con Piratas del Caribe. Y Amis se pregunta de nuevo cómo es que hay tan pocos suicidios con arrugas. Y no demoró en ser acusado de cruel e impiadoso. ¿Su defensa?: "Lo decía pensando en mí. Ya tengo mis años". "Sui(generis)cidios", piensa Rodríguez. Y se acuerda de eso definido por psicólogos como "anticipación negativa": uno siempre supo que al final se muere, así que... Pero aún no, todavía falta, espera, esperando que la espera sea larga y con todas sus f-a-c-u-l-t-a-d-e-s intactas para poder jugar con su nieto.
Y Rodríguez alza la mano para saludar a su hijo que aquí viene. Y --otra virtud de la mascarilla-- vaya a saber si sonríe o no al verlo. Así que Rodríguez imagina que ahí abajo sí hay una enorme y frágil sonrisa. La sonrisa de alguien quien de pronto comprende que va a ser tío además de hijo y hermano y nieto. Y que si todo va bien --falta poco para ese dentro de tanto, falta tanto para ese dentro de poco- será padre para, en verdad, poder ser abuelo.