La incidencia de la pandemia en los rasgos culturales de las comunidades y países representa un enigma que tomará mucho tiempo establecer e interpretar, en tanto si bien este período excepcional puede estar profundizando tendencias ya constatadas, es necesario abrirse a la posibilidad de verificar alteraciones, fenómenos nuevos, orientaciones en reversa.
Sin embargo, al incluir en esos rasgos a la comunicación practicada a través de los medios, no hace falta esperar mucho para confirmar la desdichada percepción de que estábamos mal y vamos peor. Se profundizaron fuertemente discriminaciones y exclusiones que practica la mayor parte del sistema mediático argentino, en términos de agenda informativa, de quienes protagonizan esa agenda y de las imágenes y las palabras con las que son referidos.
Es admisible que se puedan considerar excepción a esa tendencia las acciones en curso respecto de los temas sobre los géneros, por las iniciativas para al menos atenuar la supremacía machista y por las acciones para modificar o erradicar algunas normas del lenguaje e imponer otras.
Sin embargo, hay exclusiones que no se detienen ni preguntan por el género de quienes son las víctimas, pues están dirigidas a todo el universo por igual, y tal vez por esto es más difícil enfrentarlas con acciones concretas y hasta nombrarlas, ya que hacerlo no es tendencia de época ni paga con prestigio social ni político. Uno de los casos más angustiosos es el de la niñez y adolescencia, comúnmente con presencia apenas marginal en las agendas informativas, como lo demuestran estudios que se hacen desde hace décadas, y jamás convidadas al gran escenario de la comunicación para oír su voz, como si fuera mero maquillaje el cuerpo normativo que las reconoce como personas con derechos plenos.
Entre las aisladas referencias mediáticas a chicas y chicos en pandemia, la gran mayoría son contenidos que quieren ayudar a controlar, a mantener a raya, a hacer cumplir obligaciones y que, en lo posible, no molesten tanto. El debate sobre el regreso a las aulas -con las patéticas simulaciones al respecto-, no incluyó la opinión de pibas y pibes más que cuando fueron explotados para algunos títulos oportunistas.
Los más pobres y desempleados, los sin techo y los sin nada, cuya situación la pandemia empeoró, como se observa en todo el mundo, también están ausentes de las agendas, de las imágenes y discursos, de las demandas y de las políticas y lenguajes para la inclusión mediática, salvo cuando vienen a interrumpir el orden y el paisaje que gran parte de las clases medias, sostén económico principal del sistema de medios de comunicación, quieren para sí en los centros urbanos.
Hay diferencias alevosas en los tiempos de cobertura y en las fuentes a las que se les da espacio en las piezas informativas aún en conflictos que son similares en su raíz y en sus consecuencias. Ellas obedecen a la ubicación social de quienes protagonizan los hechos. Esto fue muy visible en el acceso que el público tuvo a las motivaciones y posturas de quienes se movilizaron en Entre Ríos para intervenir a favor de Luis Miguel Etchevehere en el conflicto por las propiedades de ese tenebroso clan familiar. Por el contrario, fueron ínfimos los espacios para las familias y grupos relacionados con la disputa de tierras en Guernica. Esta diferencia se notó incluso, aunque en menor medida, en medios cuya postura editorial no es la de los grupos opositores al Gobierno.
No son pocos los “boletines informativos” de radios y los envíos televisivos que llevan el conflicto social que se expresa en manifestaciones de los sectores sociales más castigados por la desigualdad estructural de la Argentina al plano de la noticia de la sección de tránsito: la descripción detallada de la interrupción parcial o total de una calle o avenida, el relato minucioso de cuántos son los carriles “ocupados”, se lleva frecuentemente la totalidad de los informes, en perjuicio de la motivación de las manifestaciones.
Quienes participan de los reiterados actos para oponerse y repudiar al gobierno, al peronismo, a la política sanitaria, a las vacunas y hasta los barbijos consiguen, también, su visibilidad: tranquilas o furiosas, calmas o agresivas, sus palabras son siempre accesibles para las audiencias aunque, es obvio, son seleccionadas o procesadas según la decisión editorial que todo medio tiene. Pero casi no se conocen cronistas, conductores y conductoras en estudios, jefaturas de noticias, edición y transmisión que permitan escuchar la voz de quienes ven relegada o borrada su condición ciudadana, de actores sociales y políticos, detrás de los rótulos piquete y piqueteros.
La Argentina no tiene en ejecución una política integral para dotarse de un sistema democrático de medios de comunicación. La pluralidad se ve frustrada por niveles aberrantes de concentración, contrarios a todos los parámetros internacionales sobre la materia. El período macrista se encargó expresamente de profundizarlos y, hasta ahora, no se conocen decisiones para revertir ese retroceso, una carencia que apenas logran atenuar esfuerzos focalizados, algunos verdaderamente heroicos.
Con los medios como actores preponderantes en la definición de contenidos y formas de los debates públicos y la conversación social, con incidencia muy superior a la de los ambientes digitales (llamadas graciosamente “redes sociales”), dependencias estatales, fuerzas académicas, movimientos sociales y culturales intervienen contra algunas de las formas de discriminación y exclusión, pero el clasismo y sus múltiples formas de separar y silenciar a quienes casi nada tienen nunca entran en el campo de acción. Esta es una exclusión incompatible con la democracia.
* Escritor y periodista, Comunicadores de la Argentina (COMUNA)