Estimada Gabriela, espero que se encuentre muy bien a pesar de lo difícil de los tiempos que corren. Seguramente la sorprenderá esta carta que envío por email. Diligentes amigas me han hecho llegar su artículo de Página12. Leo allí que usted recibió un libro con cartas que intercambiaron dos mujeres, y que el libro llegó con una promesa: "hay un intenso erotismo en esta correspondencia". Según dice en su artículo, a usted no le interesaron las protagonistas, Victoria Ocampo y Virginia Woolf, lo que la movió a verlo, le dio "ganas" (palabra muy de Victoria) fue "descubrir ese romance, esa carga erótica prometida". Me hubiera gustado que hablemos sobre el tema, pero entre otras cosas debemos mantener la denominada distancia social. Así que por medio de este mensaje/email, heredero de las cartas que ya no suelen enviarse, quiero compartir con usted algunas consideraciones sobre la relación de Woolf y Ocampo; y sobre el "intenso erotismo" que le habían prometido encontraría en su correspondencia.
En el caso de Virginia Woolf destaca la relación amorosa que sostuvo con Vita Sackville West, y que derivó o se desvió por el camino de la literatura y de la amistad. Me explico, después de un par de encuentros íntimos, no mucho más, Virginia y Vita abandonaron el terreno de la pasión y siguieron siendo amigas. Vita tuvo muchas amantes. De Virginia Woolf no se puede decir lo mismo. Ahora bien, en mi biografía sobre ella me pregunté por las razones por las que escribió Orlando, biografía imaginaria de un ser que cambia de género, basada en su amiga Vita. Es sabido que aunque Virginia llegó a cansarse de que Vita le hablara de sus aventuras, “de sus Campbell y [de] Valery Taylor”, durante la escritura de Orlando, realizó varias visitas a Long Barn para escuchar atentamente esos relatos. Por entonces, Mary Campbell era la nueva pasión de Vita. Vivía en un cottage cerca de Long Barn y se había convertido en su nueva amante, por lo que Virginia podía sentirse desplazada, aunque no tanto como Roy Campbell, quien una vez descubierto el affaire amenazó primero con matar a su mujer y luego con divorciarse. Si bien Virginia sentía que en un plano pasional o sexual no podía competir con esas otras mujeres que atraían a Vita, era evidente que ninguna de ellas podría escribir el Orlando
Ahora bien, despejado, al menos en parte, el tema del lesbianismo de Virginia pasemos a nuestro punto. A esa promesa con la que recibió usted, Gabriela, el libro en cuestión: "hay un intenso erotismo en esta correspondencia" ¿Se puede desprender el erotismo del amor sexual? Solo si fuera así podríamos decir que hay cierto erotismo en esa correspondencia. Como usted dice, Woolf escribía el nombre de su amiga argentina con K. "Una K que Ocampo odiaría". Acepto la propuesta de la ucronía, la idea de imaginar a Victoria viva y con la K estampada en su nombre; pero quisiera creer que no odiaría ese formato, hasta encontraría humor allí, a pesar de los dilemas que planteó su relación con el peronismo. Pero eso no podemos saberlo, así que mejor volvamos a Victoria y Virginia. Al amor entre mujeres desde la perspectiva de Virginia, de Victoria. Concuerdo con usted en que "parece que a Virginia Victoria le gustó pero después se puso intensa". Es cierto, Victoria se puso intensa, tan intensa como se habían puesto tantos admiradores, como se puso Vita cuando quiso conocerla, o Ethel Smyth, de quien Virginia dijo, entre el halago y la crítica: "Supongo que los antiguos fuegos del lesbianismo están ardiendo por última vez. En su mejor época debe de haber sido imponente: despiadada, tenaz, exigente, rápida como el rayo, segura de sí misma". Al enviarle regalos, flores, y las mariposas que a Virginia le encantaban, Victoria replicó el gesto de Vita, el de Ethel. Las mujeres que admiraban a Virginia le enviaban regalos y ella, con cierto pudor, intentaba detenerlas. Usted dice que Victoria escribió en su diario “Estoy enamorada de Victoria Okampo”. Se trata de una frase que le escribió a Vita, probablemente con la intención de despertar sus celos diciéndole, además: “He tenido que pedirle a Victoria Okampo que cesara de enviarme orquídeas”. Pocos años antes, en la época de la conquista, en otra carta Virginia le había escrito, a causa de unas flores y unos regalos: “Las flores están en un florero roto. Pero ten cuidado de cómo me das cosas: tejer es mi pasión. Otro presente de tu parte, y una cubretetera trabajada con loros y tulipanes arribará, y ¿qué harás entonces?” Estamos en el terreno de las cartas, de las flores que van y vienen, de distintos intentos de conquistar a Virginia.
El caso es que Victoria Ocampo quedó encantada con Virginia Woolf; se enamoró de su genio, de su capacidad de expresión; de sus libros; se enamoró, debo decirlo, de su belleza. No caben dudas. Y me parece valioso que se haya recuperado su correspondencia, y el criterio de incluir los facsímiles de las cartas originales, escritas en inglés y francés. Y el texto “Virginia Woolf en su diario”, una joya. Se sabe que Victoria se enamoraba de bellos hombres (su marido, Julián Martínez, Lacan y Caillois eran lo que podría llamarse "buenos mozos"). Y, como decía, se enamoró de la belleza de Virginia Woolf, a quien confesó su admiración: “Cuando estuvimos más en confianza una con otra, (…) no pude menos de decírselo: ‘¡Son los huesos, Virginia, los que encuentro perfectos!’, cosa que le hizo reír”
Estoy segura de que a Virginia le habrá entusiasmado el cumplido. Victoria cuenta que encontró ese tipo de belleza solo en dos personas; Julián Martínez: “en el momento en que lo vi, de lejos, su presencia me invadió (…) La arquitectura de la cara (los huesos) era de una sorprendente belleza que no he vuelto a encontrar hasta conocer a Virginia Woolf”. Sobre la sexualidad de Virginia Woolf solo podemos hacer suposiciones (que se vienen tratando en miles de artículos académicos y periodísticos, en el cine, e incluso en libros publicados alrededor del mundo). En lo que respecta a Victoria, ella dijo: “el lesbianismo (a pesar de mi emoción ante la belleza femenina) fue siempre ajeno a mi naturaleza”. Está en nosotras interpretar en todo su espesor esta afirmación. No quiero extenderme mucho más, la imagino muy ocupada; y este tipo de cartas no deben ser demasiado extensas. Además, usted dice en su artículo que "ahora todas las cartas parecen ridículas" y, habiendo escrito hasta aquí, temo parecerle ridícula. Como decía al principio la sorprenderá esta carta que sigue a su nota, como un eco, para seguir pensando en la relación de Virginia Woolf y Victoria Ocampo. Pero sobre todo para repensar a Victoria, una mujer que se reivindicó feminista y que fue menospreciada por ello. Una mujer que amó a las de su género, que supo apreciar la belleza de mujeres como Virginia Woolf, Vita Sackville West y Susan Sontag. Una mujer, Victoria, a la que le encantaría recibir una carta con las palabras con las que usted cierra su artículo: “Espero que el correo sea amable y llegué rápido esta carta a sus manos, que encienda en usted el mismo fuego que inició en mi escribirle. Suya, Gabriela”