Haga el lector o la lectora el siguiente ejercicio: intente registrar cuál es su pensamiento más inmediato tras leer el apellido Bobbitt. Seguramente sea algo relacionado con el verbo “cortar”. Quizás una broma, quizás algo más en el orden de la impresión por el recuerdo de un miembro masculino cercenado. Pero la historia de los Bobbitt es mucho más que la de un pene separado de la humanidad del varón que lo ostentaba. Es, también y sobre todo, la historia de una mujer que durante cuatro años soportó el abuso, la humillación, la violación, la violencia física, psicológica y verbal por parte de su marido. Lorena Gallo (tal es su apellido de soltera) es la tristemente célebre protagonista de esta historia. Y es también la productora y la narradora de la película Yo soy Lorena Bobbitt que se estrena el 25 de noviembre a las 23 por el canal Lifetime, en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer.

“Hice esta película para desestigmatizar esta crisis, esta epidemia social. Es muy importante que la gente vea lo que viví. La esencia de lo que pasó en la historia es la violencia doméstica y el abuso sexual dentro del matrimonio. Hay que romper el silencio, hay que romper el tabú y hablar”, declaró Gallo durante la conferencia de prensa virtual de presentación de la película donde, en su calidad de activista y directora de la Lorena Gallo Foundation, estuvo acompañada por la antropóloga colombiana Mónica Godoy; Mabel Bianco, médica feminista argentina, presidenta y fundadora de la Fundación Para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM) y autoridades del canal.

La película, protagonizada por Dani Montalvo (como Lorena) y Luke Humphrey (en el papel de John Wayne Bobbitt) retrata la historia de la pareja desde la tortuosa experiencia de la mujer. Cuenta cómo ella llegó a los Estados Unidos a los 18 años en busca del american dream casi sin saber el idioma (es nacida en Ecuador y criada en Venezuela). Cuenta cómo a los seis meses de su llegada conoció al marine alto, fornido, de ojos claros, que la cortejó un tiempo hasta pedirle casamiento. Cuenta cómo ese matrimonio rápidamente se convirtió en calvario. Cuenta cómo una madrugada, después de ser violada una vez más por su marido, esa joven agarró un cuchillo de cocina, atacó el objeto de su tortura, se subió al auto y condujo hasta la comisaría para auto-denunciarse. En el camino arrojó el miembro por la ventana. Cuenta el primer juicio, en el que John Bobbitt fue absuelto porque sólo se tomó en cuenta para la acusación la violación de aquella noche (y no todas las violencias previas) y las leyes en Manassas, Virginia, en 1993 decían que para que fuera violación intramatrimonial, se tenía que comprobar que la pareja estuviera separada en ese momento o debían presentarse signos de violencia física visibles. 

El film cuenta también la impotencia de Lorena cada vez que intentó hacer una denuncia (¡seis en total!), la desesperación de tener que relatar ante infinidad de desconocidos lo que el marido le había hecho, la dificultad y la vergüenza de poner en palabras esos hechos tan terribles e íntimos una y otra vez frente a policías y funcionarios que no sabían cómo abordar el tema. Cuenta el segundo juicio, en el que la mujer tuvo que describir no sólo ante el tribunal, sino también frente a las cámaras que reproducirían ese testimonio en millones de hogares alrededor del mundo, detalles de, entre otras cosas, las repetidas violaciones anales a las que la sometía su marido. Puede ahora el lector o la lectora imaginar los niveles de violencia y vejación que soportaba cotidianamente esta mujer, ya que el jurado decidió absolverla de la acusación por lesiones graves, a pesar de que ella hubiera confesado. La absolución se logró a través de la figura del “impulso irresistible”, relacionada al stress postraumático. Cuatro años de humillación y abusos la habían llevado a cometer el acto que definiría su vida.

En 1993, cuando el caso tomó conocimiento público, la televisión y los diarios se dieron una panzada: una inmigrante y un marine, ambos jóvenes y bellos, violencia, sexo y un pito amputado. La panacea del periodismo amarillo. Tanto fue así que la pareja obtuvo un status de macabra celebridad. John se aprovechó de ello: tras los juicios se convirtió en una figura bizarra y penosamente reconocida, que hacía presencias en programas de televisión y de radio y hasta llegó a participar en una película porno. Mientras tanto, Lorena intentaba rehacer su vida. 27 años después, Gallo lamenta el rol que tuvieron los medios de comunicación en ese momento, responsables de la espectacularización del incidente y del filtro que distorsionó su imagen y desvió la atención de la sociedad: “Desafortunadamente, el caso fue una ventana de oportunidad que perdieron de información y educación al público. Era una historia de violencia doméstica y abuso sexual. En vez de contar eso, promocionaron algo que no era adecuado”.

“Nunca he dejado de contar mi historia porque es algo que estamos sufriendo todavía hoy y que hemos sufrido durante décadas. Es muy necesario educar a las nuevas generaciones a propósito de lo que está pasando. El abuso sexual o abuso en el matrimonio siempre ha ocurrido y uno de los grandes problemas es que durante mucho tiempo nos hemos quedado calladas”, continuó Gallo durante la conferencia. Ella misma fue víctima de su propia imposibilidad de hablar, como tantas mujeres que temen las consecuencias de contar lo que les pasa o que, cuando denuncian o piden ayuda, reciben más violencia y destrato por parte de quienes se supone que deben protegerlas: “Muchas mujeres se quedan calladas porque es un estigma. En nuestra sociedad es necesario desestigmatizar para poder hablar de violencia doméstica. Hay que enseñarles a los niños, hablar con ellos. Como madres o como padres tenemos la obligación de empezar hablándoles desde la cuna. La educación es la clave de todo esto”.

En este sentido, fue interesante la intervención de la doctora Mabel Bianco, que hizo hincapié en la importancia del Estado en materia de educación y formación, y puso como ejemplo la experiencia en la Argentina con acciones concretas como las leyes de Educación Sexual Integral y Micaela: “La situación de la violencia no solamente es un tema que se debe tratar en la familia: se tiene que tratar en la escuela. En nuestro país existen programas de educación sexual integral donde se trabaja sobre la diferencia de poder que existe todavía en la valoración de mujeres y hombres en nuestras sociedades, que es, justamente, lo que alimenta la violencia. La lectura y el valor que le damos a la película de Lorena es que es una contribución fundamental a desnaturalizar la violencia de género. Hay que desnaturalizarla y hay que mostrarla en su realidad y como es, y no como en su momento fue planteado, que reivindicaban al victimario como que él fue víctima. No. Eso no puede pasar más”.