Una sola vez en mi vida vi personalmente a Diego Maradona. Sucedió en Caracas, Venezuela, hasta donde había ido a cubrir en mayo de 2018 las elecciones presidenciales donde ganó el presidente democrático Nicolás Maduro y Diego era uno de los invitados especiales. Tuve la suerte de estar alojado en el mismo hotel que Maradona. Confieso que no lo sabía y una noche bajé a fumar y antes de salir del cuarto cometí el error de dejar el celular cargando porque pensé que no lo iba a necesitar. 

Así fue que bajé y mientras fumaba (ya no fumo más) un rumor detrás de mi me llama la atención y giro sobre mis talones. Era el murmullo que venía desde adentro del hotel porque Maradona salía junto a dos personas también para fumar. Sorpresivamente todos quedaron adentro y estuve como único espectador ubicado a unos cuatro metros de él. Me pasé todo el cigarrillo pensando si me acercaba a saludar o corría al cuarto a buscar el celular para tener una foto. Finalmente decidí quedarme y me acerqué. Lo saludé y él me dio la mano, sonrió, me dijo hola y nada más. No supe qué hacer y me quedé mirándolo. Estaba como absorto porque en realidad era la primera vez que lo veía en tres dimensiones. Toda la vida lo había visto a través de un televisor y ahora ahí estaba a lo ancho, alto y profundo. 

Los minutos pasaban y yo estaba ahí en la entrada de ese hotel de Caracas parado frente a Maradona que ya se había olvidado de mi presencia y disfrutaba de su habano. Lo bien que hacía. 

Entonces me dediqué a mirar a esa persona que era el mejor jugador del mundo. Lo miré con detenimiento, lo miré completo, de la cabeza a los pies y vi algo que me llamó poderosamente la atención: el tamaño de sus pies. Me parecieron chiquitos, muy chiquitos y pensé: "Este tipo no calza ni 40". Un pensamiento que de inmediato me pareció ilógico porque desde cuándo el pie de un goleador, de un gran futbolista, debía ser grande. No sé por qué pensé que para realizar esas maravillosas jugadas, controlar como quería la pelota y conseguir que vaya hacia donde deseaba solo se podría lograr con pies grandes. 

Es irracional, lo sé, pero miraba sus pies y pensaba que pequeños y todo, eran los que habían recibido millones de patadas en Italia 90 para poder detenerlo, pero sobre todo habían mareado de forma maravillosa a once ingleses en México 86 haciendo felices a millones. Me reí de mi mismo por mi absurda sorpresa. Maradona por suerte no se enteró.