El 30 de octubre pasado, cuando Maradona cumplió 60 años, se colocó una gran torta en una de las calles principales como parte de un repetido ritual. No estamos hablando de Buenos Aires, La Plata o Nápoles: sucedió en Daca, la capital de Bangladesh. El hiperpoblado país asiático de 160 millones de habitantes al noreste de la India refrenda por Diego un fanatismo que difícilmente tenga comparación en cualquier otra latitud del planeta.
Cuando se conoció la noticia de su muerte, circuló una especie de “mapa de calor” (recurso muy utilizado en el fútbol moderno) sobre los países en los que el hecho fue comentado en Twitter con más velocidad e intensidad. Y allí aparecía Bangladesh cabeza a cabeza con Latinoamérica y Europa, a pesar de la notable diferencia horaria (Argentina está nueve horas por detrás). En simultáneo, la primera ministra Sheikh Hasina expresó duelo nacional, algo solo comparable con el estado de huelga al que muchos se avinieron cuando la FIFA decidió suspender a Diego por doping positivo en el mundial de Estados Unidos 1994.
¿De dónde viene semejante cariño y fanatismo por un futbolista que jamás pisó Bangladesh, habla otro idioma, se crió bajo distintos valores culturales y nació a 17 mil kilómetros de distancia? Viene desde el 22 de junio de 1986: el día que Argentina le ganó por 2-1 a Inglaterra en el Estadio Azteca. Los bangladesíes se apegaron a la épica de la Mano de Dios y de la eliminación del equipo británico por el mismo motivo que muchos argentinos: esa sublimación de venganza y revancha tras el latrocinio sanguinario de la corona imperial. La Guerra de Malvinas era una herida tan indeleble como la hambruna a la que fue sometida Blangladesh por Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial, con millones de muertos como saldo.
Dominado primero por portugueses y luego por la Compañía Británica de las Indias Orientales, la región quedó formalmente bajo administración de un virrey inglés en 1857, tras la Rebelión de los Cipayos. Recién en 1971 Bangladesh celebró su independencia luego de la guerra indo-pakistaní. La aparición de Maradona apenas una década y media después. Y se convirtió en un símbolo nacional.
Desde ese entonces, toda promesa o figura del modesto pero entusiasta fútbol local es bautizada como “El Maradona de Bangla”. El caso más famoso fue el de Rumman Bin Kali Sabbir. También el de Iqbal Wasim y hasta el del Sheik Mohammad Aslam, uno de los máximos goleadores de la selección bangladesí y parte del equipo que viajó a Malasia en septiembre de 1983 para jugar un exótico partido amistoso frente a un combinado de la Primera B argentina.
Argentina jugó en el estadio Bangabandhu de Daca en 2011. Fue ante Nigeria, en una doble fecha FIFA que llegó a la selección también a Calcuta, a apenas 300 kilómetros de distancia, ya en el norte de la India. Aquella noche del 6 de septiembre Lionel Messi, capitán del equipo, deslumbró a un público local exultante y fue figura del equipo que se impuso 3-1 con goles de Gonzalo Higuaín, Ángel Di María y el recientemente retirado Javier Mascherano. Aquel era el segundo partido como Director Técnico de Alejandro Sabella.
Más cerca en el tiempo, son recordadas las multitudinarias caravanas callejeras en Bangladesh en favor de la selección argentina durante el mundial de Rusia 2018. Y también la desazón tras la derrota frente a Francia, futuro campeón.
En octubre de 2012, llegó a la redacción de la revista El Gráfico un mail insólito: desde Daca, un tal Mehedi Hasan Sujan les solicitaba desesperadamente el video completo del partido que Argentina le ganó 3-1 a Escocia el 2 de junio de 1979 en Glasgow. Sujan aseguraba haber llamado “más de 100 veces a ATC (sic)” y también a la federación escocesa. La cinta es inhallable, pero para el bangladesí su hallazgo es un menester: se trata del partido en el que Maradona convirtió su primer gol con la selección mayor, además de haber jugado brillantemente (según se desprenden de las crónicas escritas).
Como sucede en la India y otras ex colonias británicas de la región, en Bangladesh el deporte preponderante es el cricket. Pero eso no impidió que en la tarde de hoy la liga local haya dispuesto un minuto de silencio en el estadio nacional entre cuatro de sus equipos. La devoción por Diego va más allá de los deportes. Y también de las generaciones.
"No hay otro futbolista que haya dejado tanta impresión. Para los que nacieron después de 1990, el primer deportista del que oyeron su nombre fue Maradona. Escuché tantas de sus leyendas que me enamoré del juego. Es gracias a él que floreció mi amor por el fútbol. Maradona es un nombre de inspiración”, dijo el delantero Jahid Hasan Ameli, nacido en 1987.
El capitán bangladesí Mamunul Islam, de 31 años, opina en la misma dirección: “No tuve la oportunidad de verlo en vivo, pero Maradona es una marca. La gente lo ama década tras década después de verlo jugar. Yo mismo apoyo a Argentina solo por Maradona. Es por él que amo el fútbol. Él ya no está con nosotros físicamente, pero todos los que aman el fútbol dirían una cosa: Maradona siempre estará en nuestro corazón ”.
No todos los países tienen iconos mundiales. Blangladesh, nación azotada por invasiones, colonizaciones y una independencia joven, carece de ellos. Argentina, en cambio, tiene varios. Eva Perón, por ejemplo. También el Che Guevara (aunque su pertenencia simbólica sea compartida por Cuba). La muerte de Diego Maradona, sin embargo, demuestra que está un paso adelante de los demás en ese sentido. Y que es capaz de convertirse en una bandera capaz de abarcar a todo el planeta, aunque siempre bajo los colores celeste y blanco que reivindicaba como propios sea donde fuera que estaba.