La anécdota es conocida. La contó el propio Diego. Transcurría un Udinese-Napoli por la anteúltima fecha del torneo 1984/85, durante su primera temporada en Italia. La cosa estaba 1-2 en contra de los del sur, que debían ganar para seguir en carrera por la clasificación a competiciones europeas. Maradona ya había hecho el primero, con un terrible bombazo de tiro libre desde muy lejos, y sobre el final puso el del empate, con un puñetazo. Según relata el Diez, el brasileño Zico, por entonces ya consagrado con 32 años y miembro del equipo que en el Mundial '82 eliminó a la Selección con Maradona yéndose expulsado, le reprocha su gol. "Cuando viene la pelota hice 'tac' y la metí adentro. 2-2 y salí gritando, el línea salió corriendo y el referí cobró el gol. Y viene Zico y me dice: 'Diego, por favor, por el bien del fútbol, decile que fue con la mano sino sos deshonesto'. Le digo 'Deshonesto Diego Armando Maradona, encantado'. Mirá si todo el potrero que yo me comí se lo voy a regalar en un gol a Zico", recordaba Maradona décadas después.

Pero en un juego amañado, donde hay poco y nada de justo, ¿cómo se puede ser deshonesto? Con equipos súper poderosos haciendo leña de otros eternamente humildes o lobbys indoblegables que siempre favorecen a los mismos; en todo caso, romper con la regla resulta todo lo contrario al deshonor.

Ensuciarse las manos -justamente- no es para cualquiera: es poner en riesgo todo lo conseguido, es jugar lesionado, es putear al público italiano que le daba de comer cuando silbaron el himno en el '90. Y Diego se animó a cortar con lo establecido y encima lo hizo en pos de los más débiles. Ya sea con su fútbol o con sus mañas. Ya sea con Napoli, en la concreción de la eterna búsqueda del sur pobre italiano de conquistar el fútbol apropiado por el norte rico o con la Argentina, como frente a Inglaterra post guerra criminal de Malvinas. Aquella "Mano de Dios" vino a servir de justicia poética y a compensar los centímetros de falta que el subdesarrollo le negó para jugarle de igual a igual al 1,83 metro de Shilton. El arquero inglés, todavía vencido, declaró por estos días que le reprochaba que "nunca dijo que había hecho trampa". El Diez se llevó su artimaña más honrosa a la tumba para que no carguemos con la responsabilidad. Héroe hasta el fin.


Saltar por los desprotegidos para Diego siempre fue una especialidad. Desde purrete, profesionalizándose al saber que era la única posibilidad de sacar a su familia de la pobreza perpetua, hasta sus últimos tiempos apoyando causas populares lationamericanas en materia política. Se metió en los ambientes más incómodos, esos a los que los deportistas generalmente le escapan: fue contra la FIFA y la AFA (y se lo hicieron pagar), impulsó sindicatos para defender los derechos de sus colegas, fue cara y cuerpo de los movimientos de derechos humanos, y se cruzó con cuanto ricachón pudo, desde Macri, sus vecinos de Barrio Parque o hasta la opulencia del Vaticano.

Ahora, que se hace revisionismo sobre su vida, se podría concluir que lo que le sobró a Diego fue verdad. En tiempos de falsedades, él fue constantemente al frente con sus verdades, condenables o no. Tan honesto que tuvo que definirse a sí mismo como todo lo contrario. Más sinceridad sea lo que quizá nos falte a todos. En definitiva, ser un poco más Maradona.