¿Cuántas veces más debemos pedir permiso para llorar-lo? ¿Cuáles son los dedos que nos apuntan el dolor y lo rebajan porque no corresponde? ¿Desde cuándo hay tristezas permitidas y dolores cancelados? No te pido que comprendas nuestro dolor, muchísimo menos que acompañes el sentimiento. Sólo te pido que si la angustia no te rozó, no juzgues la mía.
El amor a Maradona es tradición. El amor a Maradona lo entendimos a través de nuestros abuelos, de nuestros viejos, de nuestros tíos y nuestros hermanos. Porque históricamente, el amor a Maradona también les perteneció a los varones cis de esas familias que en 1986 empezaron a creer otra vez que podíamos ser felices en nuestro suelo y orgullosos de ser argentinos. Esa tradición maradoneana puede ser herencia correspondida y hasta incomprensible. Pero hace 34 años, también hubo mujeres que se animaron a amarlo en silencio (y hasta en soledad) y hoy son esas futboleras pioneras que lo lloran y que nos ayudan a entender lo que una gambeta que no viste puede generarte en el cuerpo y en el alma. Esa huella y ese recuerdo también pueden ser nuestros. Porque el Diego no nos pertenecía a las mujeres. Porque en ese deseo no había espacio para las mujeres. Ese privilegio de nombrarte maradoneano era (también) sólo de ellos. Hoy ya no. Hoy con el pecho inflado podemos (y hasta debemos) animarnos a vivir-lo, a discutir-lo y sentirnos interpeladas hasta los huesos.
Leí por ahí que “la coherencia no está en odiarlo por ser feminista”. Otra vez, todo lo contrario. La coherencia siendo feministas es animarnos a abrir los debates que nos hagan más auténticas para dejarnos sentir en paz. Es un desafío que nos propone la coyuntura y que debemos afrontar con nuestras contradicciones para pechear nuestros miedos y enfrentar nuestras zonas de confort. No levantemos las banderas de los feminismos berretas y punitivistas que buscan clausurar (ciertas) discusiones y nos encorsetan en un colectivo que sólo reclama “entre nosotras”. Ese partido ya lo estamos jugando hace años, compañeras.
El Diego es ruptura y disruptivo. Sí, en tiempo presente. Aquí y ahora. Por siempre. Porque el Diego no se fue. En un potrero forjó una eternidad que hoy es inconmensurable a tal punto que de sólo pensarla ya nos queda diminuta en el recorrido que la historia hará con Él. Porque el duelo va a ser en el tiempo. Porque Diego nos va a doler por mucho tiempo. Por lo que nos quede de tiempo.
Maradona fue el puente a la felicidad que el pueblo argentino no sólo merecía sino que hasta necesitaba. Maradona siempre entendió que la felicidad es un derecho básico para los sectores populares, cuando lo que siempre reciben es mezquindad y una exigencia constante de sacrificios. Diego Maradona siempre fue muy leal a la bases populares y fue consciente de cómo se usó su nombre para despreciarlas y estigmatizarlas para perpetuar ciertos estigmas.
¿Qué hay más popular que la felicidad de un pueblo? ¿Qué hay más popular que la tristeza de un pueblo que despide a su D10S de barro? La trascendencia de Maradona fue una construcción colectiva: de adentro hacia el mundo, y de Fiorito al infinito. Maradona nos invitó, a todes, a ser parte de la historia.
El Diego nunca se quedó al costado del camino viendo cómo todo pasaba. Siempre supimos de qué equipo era el Diego. El Diego era hincha de Argentina. ¿Cuántas veces la derecha más rancia nos quiso hacer creer que la Argentina era un país de mierda, inservible e irremontable? El Diego siempre estuvo en las antípodas de esas creencias. El Diego era hincha de Los pumas, el Diego era hincha de Las Leonas, el Diego era hincha de Los Dogos, el Diego era hincha de Los Murciélagos, porque en definitiva el Diego era hincha del país. Diego Armando Maradona siempre creyó en su país. ¿Cómo no va a creer en su país si se crío en el barro? ¿Cómo no va a creer en el país si conoció la pobreza más extrema?
Quienes no entiendan este dolor, mi más sentido pésame. Se están perdiendo la oportunidad de despedir a un ídolo histórico, un ídolo contemporáneo pero de todos los tiempos.
Volvé a tu casa cuando quieras, Diego. Siempre te vamos a esperar…