Enrique Santos Discépolo circula. Va y viene por el imaginario de los argentinos y se materializa en su vocabulario, como si ayer nomás hubiera dicho lo que dijo. Persiste, sobre todo, a través de versos que de sus tangos se desprendieron para convertirse en sentencias inapelables, manifiestos sintéticos y despiadados de la actualidad en movimiento. Son las píldoras que extractan un pensamiento complejo e inusitado para la época, con el que un poliédrico personaje del espectáculo de la primera mitad del siglo XX indagó las posibilidades de la canción, el teatro, el cine, la radio. “Figura omnipresente durante su existencia y omnisciente desde el día de su muerte”, lo presenta Sergio Pujol en el prólogo a la edición revisada y ampliada de Discépolo. Una biografía argentina, publicada recientemente por Editorial Planeta. 

La primera edición del Discépolo de Pujol es de 1996. Desde entonces hubo numerosas reimpresiones que, en base a una continua demanda, garantizaron su circulación. A partir de ese círculo virtuoso, el libro se convirtió en una fuente de consulta esencial para reconstruir la figura e interpretar el espesor de la obra de quien, con cierta complacencia crossover, el mismo Pujol define, en clave de tango, como “nuestro primer punk”.  

Al texto original –publicado entonces por Emecé Editores–, esta edición de Planeta agrega más información y fotografías poco conocidas, además del nuevo prólogo del mismo Pujol que es un ensayo sobre la perdurabilidad de Discépolo, como sujeto y adjetivo, en la sociedad y el tiempo. El paso de Discépolo por México en 1944, donde tuvo un hijo que no llegó a reconocer con la actriz Raquel Díaz de León, es uno de los aspectos que Pujol profundiza, con datos de primera mano. El autor también amplía la información sobre las versiones discográficas de los primeros tangos de Discépolo y aporta nuevos datos sobre ciertos pasajes de “Cambalache”, posiblemente la página que mejor resume esa idea de omnisciencia ciudadana que refleja su figura hacia una actualidad permanente.

Con abundante información, Pujol traza una biografía de Discépolo que es además el correlato de la ciudad que lo contiene. Entra y sale del personaje y su entorno y sobre esa dinámica relación entre fondo y figura ubica un relato sólido, que tiene la delicadeza de no apuntalar su sentido a partir de los éxitos y fracasos de un artista, sino de contar las experiencias de quien, como su ciudad, va tanteando y avanzando sobre las posibilidades que va abriendo la modernidad. 

La prosa precisa de Pujol combina amabilidad y saber. Desde el principio coloca al lector en el lugar de espectador privilegiado: el que mira cómo el artista mira a Buenos Aires y cómo la ciudad lo mira a él. Entre la llegada de su padre Santo, músico napolitano en busca de “l’America” -ahí comienza el relato de Pujol- y el desfile de amigos, compañeros y relaciones varias que despiden los restos del artista en una capilla ardiente levantada en la sede de Sadaic, sociedad de la que había sido miembro y autoridad desde sus inicios, queda claro que en el nombre de Discépolo se cifran muchas más cosas que ese legado de tangos que como bisturíes diseccionan una sociedad desde un escenario, un tocadiscos o un aparato de radio.

La precoz y leve formación musical, el peso intelectual y la figura paternal de su hermano Armando, sus primeros pasos como actor de reparto en el teatro. La formación del autor y el director entre la comedia y el drama, el musical y la revista, la Argentina y el resto del mundo de habla hispana. La relación con el cine, que nunca terminó de equilibrar superación con calidad, y la radio como herramienta de comunicación directa para un personaje verborrágico. Su relación con Tania, la admiración de Perón y también, claro, el nacimiento y el desarrollo de los tangos a través de sus intérpretes y sus grabaciones. Estos son algunos de las referencias expuestas para articular el cuento de una vida vivida con altura en el vértigo y la imprevisibilidad del mundo del espectáculo. También las distintas casas que habitó, cada una con sus entornos, entre los asombros juveniles ante las ideas anarquistas de Facio Hebequer y la cofradía de la calle Rioja y el caprichoso retiro a la naturaleza, cuando ya era un mito porteño, en La Lucila. Y el regreso, en sus últimos años, al centro de una ciudad que de pronto le daba la espalda, incapaz de entenderle su adhesión incondicional al peronismo. 

Con Discépolo actualizado, se optimiza el abundante inventario de trabajos de Pujol en torno a la música argentina. El baile, el jazz, las canciones y sus odiseas, el rock y sus ideas, la década del 60, los años 20, Oscar Alemán, Gardel, María Elena Walsh, Atahualpa Yupanqui. Estos son algunos de los puntos firmes de una obra que, interpretada como un corpus, más allá de la especificidad de cada libro, da cuenta además de una historia del espectáculo en la Argentina. Desde su primer libro -La canción del inmigrante, de 1989-, hasta esta revisión de Discépolo, que en el subtítulo enuncia “Una biografía argentina”, Pujol planteó conceptos superadores en un territorio a menudo regido por una natural inclinación hacia las prerrogativas de lo oral antes que por las puntualidades de lo documental, más dispuesto a alimentar el anecdotario que la historia. 

En esta voluntad de plasmar historias con razones perdurables, sobresale Discépolo.