¿Dónde fue a parar el cine argentino? ¿A las ventanitas de YouTube? Durante su trabajo en Laboratorios Alex, Pablo Tabernero ya había alertado sobre el asunto: “Cuando el Laboratorio pasa a las manos de los hijos del dueño original, le congelan el sueldo al alemán, y la inflación se lo comienza a comer. Así que se quedó en el estudio haciendo informes. Uno de estos informes se lo dirige al director de Alex, y le dice que si no construyen una pared de 30 pulgadas de ancho alrededor del material fílmico de nitrato, iba a ser imposible evitar la combustión. Tabernero se va en enero de 1967. En 1969 explotan y se queman todos los negativos de las películas que hizo él, junto al cine de los años 40”, explica Eduardo Montes-Bradley, director de Buscando a Tabernero (hoy a las 20 en CinearTV, disponible también en la plataforma Cine.ar).
Pablo Tabernero es el “alemán”. Mejor dicho, judío alemán. Fue el director de fotografía de algunas de las más importantes películas del cine argentino. Trabajó junto a directores como Carlos Hugo Christensen, Hugo del Carril, Luis Saslavsky y Mario Soffici. Rastrear su cine es más o menos posible. Pero indagar en su vida es la sorpresa mayor. Lo hizo Eduardo Montes-Bradley, documentalista de vida itinerante, hoy radicado en Estados Unidos y de infancia ligada a la ciudad de Rosario. “El Rosario en el que me crié era el de los corralones de Ferrarese Hermanos, en Callao entre 3 de Febrero y Mendoza. Ahí vivían todos mis abuelos, mis tíos abuelos, y sus familias. En los corralones se guardaban los materiales para la construcción del Palacio Fuentes y de La Bola de Nieve. El constructor, Enrique Ferrarese, era mi bisabuelo. Yo aprendí a caminar entre los tablones de los andamios con los que se construyó el Palacio. Así que cada vez que voy a Rosario, me acerco a la puerta, que es copia de una puerta florentina muy bella, donde está la cabeza de mi abuelo para acariciarlo”, refiere Montes-Bradley. Y agrega: “Él construyó también la casa donde nació el Che”.
Al repasar la historia de Pablo Tabernero, Montes-Bradley dice que tiene que hablar de Rosario, “porque se trata de hablar de los exilios propios, de una búsqueda que es también la de mí mismo así como la de mi padre, pero de la mano del hijo de Tabernero”. Nacido con el nombre Paul Weinschenk en la Berlín de 1910, el futuro fotógrafo y hombre de cine conocerá diferentes exilios, que le harán viajar a España, filmar en las trincheras de la Guerra Civil, establecerse en Argentina y protagonizar el denominado cine de oro, y finalmente dirigirse a Nueva York. Las peripecias de vida son extraordinarias. Y Montes-Bradley se zambulle en ellas, en la forma de un “ensayo documental”, cómo gusta llamarlo.
“Quien me insistió en trabajar sobre Tabernero fue su hijo, Henry Weinschenk, quien integraba la mesa del bar donde me juntaba con argentinos una vez por mes. Cuando nos decía que su papá había sido un importante director de fotografía, yo le decía ‘¡otra vez con tu papa!’ (risas). Yo no sabía que su verdadero nombre era Enrique Faustino Weinschenk, alguien además muy modesto, apacible. Un día me dijo: ‘dale, tenemos que encarar el tema de mi papá’. ‘A ver, ¿quién es tu papá?’. Cuando me cayó la ficha, le pregunté por qué su padre se había cambiado el nombre. ‘No sé’, me dijo. Ahí me picó la serpiente de Aladino. Dos semanas después ya estábamos trabajando en la investigación”, explica.
La historia de Pablo Tabernero recorre la del siglo XX. Y ése es un poco el tema que indaga la filmografía del propio Montes-Bradley, según reconoce el director, a veces desde otros protagonistas igual de relevantes: Soriano (1998), Harto de Borges (2000), Cortázar: apuntes para un documental (2002), Che: Rise & Fall (2006), en una obra además muy vasta. “Con Henry nos agarrábamos en discusiones feroces, a los gritos, en ciertas salchicherías berlinesas o al pie de los Alpes: ‘¡mi padre no era judío!’, ‘¡sí, lo era!’, ‘¡mi padre no era anarquista!’; los dos, enloquecidos y muy apasionados. Él buscando a su padre, y curiosamente yo encontrando un padre en él, que es de la generación del mío. Al buscar los lugares de origen de Tabernero, traté de entender también el siglo XX, que creo que es el gran protagonista de todas mis películas, donde de alguna manera le rindo tributo a mi curiosidad por los signos que lo marcaron. En este caso era muy fácil, porque estaban Hitler, Franco y Perón (el subtítulo del documental es Tribulaciones de un judío errante en tiempos de Hitler, Franco y Perón), una especie de trilogía en el avance de la historia que a más de uno enojó, porque puse a Perón después de Franco, ¡pero son firmas emblemáticas, que marcaron el siglo de norte a sur, desde el Danubio hasta el Paraná!”.
-¿Cuál fue el Tabernero que apareció en esta búsqueda?
-Tuve la suerte de no encontrarlo. El objeto de la búsqueda es la búsqueda, tampoco hay que creer que hay un descubrimiento. Pero hay algo en él que es fundamental, y tiene que ver con el trasvasamiento pedagógico. Tabernero aprendió de Werner Graeff de la (escuela) Bauhaus los pilares de la comunicación audiovisual documental, con Kurt Oetel aprendió lo mismo en lo que respecta a documentales y la ficción de las primeras películas sonoras alemanas. Cuando llega a España hace lo propio con gigantes de la cinematografía española, durante la Segunda República. Cuando viene a Argentina plasma su obra. ¿Pero qué es más importante? ¿La obra que me lleva a conocer a Tabernero o la capacidad que tuvo de transmitir a una nueva generación sus enseñanzas? Ahí es donde vienen Ricardo Aronovich, Félix Monti, entre otros.
Vale agregar la certeza de Montes-Bradley cuando dice que “no hay ninguna posibilidad de que los movimientos de cámara de Prisioneros de la tierra hayan sido de Soffici, cuando Tabernero venía de filmar en las trincheras de Aragón, al compás de las metrallas, tras haber entendido que una acción requiere del movimiento de la cámara. Es una película que surge de la maestría de Soffici en lo que respecta a la dramatización y dirección de actores, pero la técnica utilizada es de Tabernero.
-¿El audio con la voz de Tabernero de dónde provino?
-Es un registro de él ya grande, poco antes de morir, grabado por el nieto. Es todo lo que pude tener. Supe que mi amigo Claudio España lo había ido a ver en Nueva York y grabado dos casetes, que los tiene Ricardo Manetti. Me pasé rogándole que me permitiera escuchar las cintas, pero nunca me las quiso mostrar.
-¡Qué pena!
-No es pena, es mezquindad intelectual. Si hay algo que los intelectuales no nos podemos permitir es el lujo de no ser generosos, sobre todo con estas cosas, porque pertenecen a la comunidad.