Fueron publicados por editoriales como Sudamericana y De la Flor Alta, pero luego se dedicaron a idear pequeños fanzines autogestivos de tiradas mínimas y olvidadas. Viajaron a los confines de Estados Unidos para penetrar en el movimiento beat, aunque aseguraron que solo los emparentaron con sus integrantes “porque eso armaba más quilombo en los medios. Y a nosotros nos venía perfecto: gracias a esas notas muchas veces chupamos gratis”. Un puñado de poetas y novelistas que escribieron sin la intención de “hacer carrera”, que actuaron en obras dirigidas por Norman Briski, que guionaron y protagonizaron películas musicalizadas por Manal, y terminaron sus vidas acuchillados en Transilvania, saltando desde un acantilado o perdiéndose en los laberintos de la esquizofrenia. Más de cincuenta años después, en el Museo del libro y de la lengua de la Biblioteca Nacional (Av. Gral. Las Heras 2555) y con entrada gratuita, todas sus publicaciones están reunidas en la muestra Déjalo Beat. Insurgencia poética de los años 60. 

En tiempos de revoluciones en ciernes, dictaduras feroces y experimentaciones lisérgicas, se mantuvieron tan alejados del socialismo marxista como del amor y la paz que pregonaba el hippismo. Mientras la década del sesenta entraba en erupción, su territorio era La Manzana Loca, aquel reducto de bohemia y alcohol en el que se concentraban la Facultad de Filosofía y Letras, el Instituto Di Tella y el Bar Moderno. Allí escribieron bajo la premisa de que cualquiera de los caminos abiertos por el arte debía ser nutrido necesariamente por el resto. Para ellos, los libros de Allen Ginzberg y Jack Kerouac eran tan centrales como los discos de The Beatles y Miles Davis, las películas de Ingmar Bergman y Alfred Hitchcock, los trabajos esotéricos del místico Gurdjieff y el legado surrealista de Antonin Artaud.  

“Es interesante que una institución pública como la Biblioteca Nacional haga centro en una periferia. Escritores que no entran en el canon, que son bastante oscuros, poco conocidos, tienen una muestra significativa”, adelanta Esteban Bitesnik, quien coordinó el grupo de trabajo que se encargó de reunir el material y montar la muestra. Allí, los trabajos literarios de los grupos OPIUM y SUNDA, que reunieron a la casi veintena de los “beats argentinos”, se van superponiendo a lo largo de varias estaciones con revistas, libros, discos, ropa, instrumentos y publicaciones que recrean el clima de la época. 

En el centro de la muestra, los ejemplares ajados de las publicaciones autogestivas diseñadas por estos grupos de poetas subterráneos, se exponen junto a un televisor que reproduce un documental con entrevistas a aquellos que aún siguen con vida y a personajes centrales de la cultura de los sesenta y setenta como Miguel Grinberg, el vaso comunicante entre los bares porteños y las carreteras estadounidenses. Un poco más allá, el trailer de la película Tiro de Gracia –basada en la novela de Sergio Mulet y con música de Manal– convive junto a una heladera SIAM repleta de versos en forma de cadáver exquisito. Detrás, un extenso mural con las tapas de diarios y revistas anuncia la llegada a la luna, el derrocamiento de Frondizi y el último programa de Tato Bores. Discos y fotos de Moris y Los Gatos, libros sobre el LCD y la ayahuasca, vinilos de Bob Dylan, John Coltrane y The Rolling Stones. La recreación tiene su cierre en la música de free-jazz que se escucha suave de fondo: una época de ebullición artística cobijando palabras y versos olvidados. 

Quizás la pregunta central frente a estos escritores tenga que ver con el por qué de su anonimato durante casi cinco décadas. Nombres como Ruy Rodríguez, Mariani, Sergio Mulet, Marcelo Fox, Poni Micharvegas o Victoria Slavuski apenas han deambulado en pequeños círculos literarios hasta hace poco más de un año, cuando saló a la venta el libro Argentina Beat. Derivas literarias de los grupos OPIUM y SUNDA (1963-1969), publicado por la editorial Caja Negra y que fue el disparador de esta muestra. 

“Es una pregunta legítima. Casi ninguno fue reeditado y la mayoría solo publicó un libro en su vida. Yo en todo este grupo de escritores lo que veo es actitud punk antes del punk”, dice Bitesnik. “Hay una gran diferencia con los beatniks americanos, que tuvieron una producción mucho mayor en caudal y en volúmen. Pero en la muestra no buscamos compararlos. Acá la mayoría hacían changas y había cierto nomadismo en todos ellos. No se preocuparon de lo que fue el boom latinoamericano: Cortázar, García Márquez, Fuentes, Donoso, que ya se vendía masivamente. Creo que lo interesante es que ellos participaron de ese contexto pero fueron por otra vereda”.

De entre los “beats argentinos”, quizás el que mayor reconocimiento obtuvo fue Néstor Sánchez. Hace dos años, el documental Se acabó la épica buscó reordenar los fragmentos perdidos de su vida, luego de publicar libros elogiados por Cortázar y viajar a Europa en búsqueda de las danzas derviches, donde finalmente terminó viviendo como vagabundo. Su hijo, Claudio Sánchez, será parte de la muestra el próximo 5 de mayo, durante la proyección de Se acabó la épica. Allí dialogará sobre el documental y los años que compartió con su padre, en una de las actividades programadas. Luego, el 26 de mayo, el director Diego Arandojo estará presente en la muestra para la proyección de su documental Opium. La Argentina Beatnik.

La mirada volcada sobre estos autores en los últimos años está más cerca del descubrimiento que del revisionismo. Tanto en los documentales que narran su historia y en los libros y muestras que recopilan sus escritos, no se trata de trazar una nueva mirada sobre un fenómeno analizado, sino de preguntarse qué sucede con estos versos y novelas que parecen emerger con cincuenta años de retraso. ¿Por qué estas publicaciones vuelven a cobrar vida?, ¿es simplemente un gesto de nostalgia?, ¿O aparecen para recordar algo necesario que se creía olvidado? En una de las entrevistas proyectadas en Déjalo Beat…, el periodista y militante ecológico Miguel Grinberg ensaya una posible respuesta a estas preguntas: “No se repiten estos fenómenos. No hubo otro Charly García, otro Spinetta, otro surrealismo, otro rock, otro movimiento beat. Es un pico de lucidez y creatividad que abona el terreno para algo que probablemente venga, pero que todavía no se ha manifestado”.

* Déjalo Beat. Hasta el 16 de julio. Martes a domingos, de 14 a 19.