Nadie discute a Diego como jugador. El “pero” aparece con la política. En su carta, el presidente de Francia, Emmanuel Macrón incluyó un párrafo para dejar en claro que las visitas del Diez a Cuba para ver a Fidel y a Venezuela para encontrarse con Chávez, le parecen “una derrota”. Esas posiciones de Diego, al igual que su abierta simpatía con Néstor y Cristina Kirchner sacaban de quicio a la derecha.
Ricardo Montaner, que hizo su carrera en Venezuela, publicó un mensaje de duelo por la muerte de Maradona. Y la oposición venezolana, con la que simpatiza, se le fue encima. El fútbol no es de izquierda ni de derecha, es el deporte de masas de la época. Maradona llevó el juego a su máximo nivel de habilidad y belleza. Se lo disfrutó sin ideología mediante.
Un espectáculo de tanta masividad como el fútbol significa un enorme negocio y sus protagonistas tienen que ajustarse a las exigencias del mercado donde el jugador se convierte en una mercancía que tiene un valor según varios parámetros. Maradona brilló en el indicador principal, que es el juego. Y brilló tanto, que en todos los demás fue lo opuesto a lo que exigía el negocio: Fue un crítico implacable de la burocracia que dirige el fútbol mundial y se enroló en las causas populares, tan antagónicas con el mundo de los grandes negocios.
La derecha no puede dejar de disfrutar el juego de Maradona, pero lo reconoce a regañadientes. En Argentina, la mayoría de los mensajes de sentimiento y dolor por su muerte provino de los dirigentes de fuerzas populares, desde el peronismo y el kirchnerismo, hasta sectores progresistas y de izquierda.
La poca reacción que se verificó en los agrupamientos que forman Juntos por el Cambio ante la muerte del argentino más famoso en el planeta fue sintomática. Pocos se animaron a decir en voz alta lo que piensan en realidad de Maradona.
Para ocultar ese silencio, muchos prefirieron criticar el velorio masivo, porque se realizó en plena pandemia, o por los desmanes que se produjeron cuando el velorio se cortó cuando la mayoría no había logrado pasar frente al féretro que estaba en la Casa de Gobierno.
Con relación a su libro “Comediantes y mártires”, el pensador mimado por el macrismo, Juan José Sebreli, ha dicho que Maradona es otro de los mitos “deleznables” de la Argentina. El libro trata de destronar mitos argentinos como los de Maradona, Evita, Gardel y el Che.
Al marcar las diferencias entre los cuatro personajes explicó que mientras Carlos Gardel era conservador; Evita, populista; y el Che Guevara, comunista; "Maradona es un oportunista, que no tiene una ideología concreta". Una circunstancia que "el populismo -dijo Sebreli en una entrevista que difundió la agencia española EFE- no tiene en cuenta, al absorber a todos como si fueran una familia y lucharan por una misma causa, la de la nación".
Los mitos son construcciones de la cultura popular a la que Sebreli cuestiona. Pero esa mirada sobre Maradona resulta más honesta que el silencio de gran parte de la dirigencia política que lo admira y se referencia con ese pensamiento.
Es cierto que aquello que Sebreli llama populismo, que vendría a ser el peronismo, los toma y celebra a Gardel, Evita, el Che y Maradona, pero lo hace después que el pueblo los genera y se los apropia como rasgo de identidad frente a otros paradigmas culturales que trata de imponerle el sistema.
Las posiciones políticas de Maradona siempre fueron provocadoras y trataba de hacer el mayor ruido posible porque sabía cómo funcionaba esa maquinaria mediática. Generó mucha bronca que el máximo astro del deporte más popular se abrazara con Fidel, Chávez o Néstor y Cristina. Fue desestructurante para el sistema, porque era famoso y millonario y se desmandaba hacia las causas populares.
Y también es cierto que no tenía un discurso clásico de izquierda o nacional y popular. Era su intuición popular la que hablaba por él. Hablaba con la inteligencia de un trabajador que va por la calle y alguien le pregunta y va a contestar desde su experiencia y no desde los libros y la lectura.
Todas sus respuestas sobre política hacen referencia a algún momento de su vida, sobre todo a su infancia pobre y marginada en Villa Fiorito. Era millonario, se fue a vivir a Barrio Parque y alguien lo denunció por las fiestas que hacía. Compró un camión con acoplado y lo estacionó ocupando media cuadra. “Yo puedo decir cómo hice la plata –afirmó-- si alguno de los que viven acá también lo dice, saco el camión”.
“Guarango” habrá pensado la señora que lo denunció o “cosa de cabecita”. Maradona estaba seguro que sus vecinos pensaban eso y en vez de tratar de convencerlos de lo contrario, les subió la apuesta.
En una de sus conversaciones con Fidel, Maradona le confiesa que su vida es jugar al fútbol y que no sabe qué hará cuando tenga que dejarlo. Fidel, que vivía la política con la misma pasión que Maradona el fútbol le dijo, medio en broma, medio en serio: “dedícate a la política, tú eres un luchador de buenas causas”.
Diego esquivó la respuesta con una sonrisa y un meneo de cabeza. Después contó esa anécdota y reconoció: “la política no me gusta”. Era un jugador de fútbol de alma. Y la política no le gustaba. El oportunista siempre está con el poder. Las preferencias de Diego, por el contrario, estaban más cerca de los más necesitados, lo que lleva a posturas enfrentadas al poder que genera la pobreza. No son las posiciones cómodas que eligen los oportunistas.
Esa referencia a sus orígenes en Fiorito se reitera en sus respuestas: “la época que fui más libre fue cuando vivía en la villa”. Es el combustible interno que no se apaga. Y que alimenta sus acciones políticas. Sus argumentos provienen de ese origen que vivió con intensidad, como vivió todo Maradona.
No necesitaba abrazarse con Fidel o con Cristina o Chávez, para ser el ídolo más grande del fútbol mundial, lo que quiere decir el ídolo más grande en todo sentido. Pero lo hacía porque lo sentía y porque era su lenguaje de la política. El pensamiento político de Diego no se expresaba en un discurso tradicional, ni se apoyaba en un dogma o en consignas hechas. La mayoría de las veces eran gestos emotivos, un abrazo, un beso, o decir que Fidel era su segundo padre y Chávez su amigo y maestro o besar el busto de Néstor cuando entraba a la Rosada.
No se puede jugar como lo hacía Maradona sin ser inteligente. Había más que habilidad para anticipar la jugada contraria, generar la luz para hacer o recibir el pase, para abrir la cancha. El Diego hablaba como Perón, con esos dichos populares como “se le escapó la tortuga” o “le toman la leche al gato”, “si lo veo en el desierto, le tiro una anchoa”, “creéme que me cortaron las piernas”, “la pelota no se mancha” y muchas otras. Cuando no lo dejaron entrar a Japón, les dijo: “no me dejan entrar porque consumí droga, pero se abrazan con los gringos que les tiraron dos bombas atómicas”.
En su contexto, algunas de esas frases fueron comentarios políticos. Maradona tenía una inteligencia vivaz para comunicarse. Fue lo suficientemente agudo para darse cuenta que si elegía una carrera política, como legislador, candidato o funcionario, hubiera achicado el efecto de sus intervenciones. Nadie como él tenía claro el lugar tan alto y tan difícil que había llegado a ocupar para disfrutar y sufrir.
Alguna vez dijo que él y su familia eran peronistas, lo que tiene un sentido en la Argentina. Pero no es tan claro para el artista popular que pintó su imagen en las ruinas de una ciudad bombardeada en Siria, o para los tifozzi napolitanos que lo lloraron con tanta tristeza como en Argentina.
La fama de Maradona es mundial y él construyó una imagen para que se pueda usar en cualquier parte del mundo para apoyar la lucha contra la pobreza y las injusticias. Esa imagen es otro de sus legados en homenaje al cebollita de Villa Fiorito.