“Esta fue la mano del Diablo”, explicó Diego Maradona, en otra reacción a su estilo, para describir lo que había hecho un rato antes. La Selección Argentina le había ganado 2-0 a la Unión Soviética, en su segunda presentación en el Mundial de Italia 1990, y él evitó un gol del rival al desviar la pelota con esa parte del cuerpo dentro del área chica.
El árbitro sueco Erik Fredriksson se había ubicado en una posición que le permitió ver con claridad la infracción cometida, y sin embargo decidió no cobrar el penal para los europeos, quienes reclamaron la falta.
La acción sucedió en el estadio San Paolo de Nápoles, donde Maradona será venerado por siempre, y al cual le sumarán su nombre por pedido del alcalde de la ciudad. El calificativo que le imprimió a esa jugada fue por lo que había ocurrido cuatro años atrás, en México, y aquel primer gol a los ingleses en la Copa del Mundo de 1986.
Las dos figuras envolvieron a Maradona a lo largo de sus 60 años: Dios y el Diablo. Lo que generó adentro de una cancha de fútbol lo elevó a la dimensión del creador del mundo, y lo que transitó afuera de ella lo acercaron más al encargado del infierno.
El debate que volvió a presentarse desde el miércoles último tiene que ver nuevamente con el lugar desde el cual se lo interpela: el futbolista inigualable, o el hombre controversial. Los que podrían componer el olimpo deportivo argentino junto a él son Juan Manuel Fangio, Alfredo Di Stéfano, Guillermo Vilas, Roberto De Vicenzo, Carlos Monzón, Gabriela Sabatini, Emanuel Ginóbili y Lionel Messi. Pero a ninguno de ellos se los pone en la mira como a Maradona.
El seguirá siendo la medida de todas las cosas, y posiblemente su nombre se engrandezca aún más a partir de ahora. Los incondicionales se quedarán con el costado más admirable del genio junto a la pelota, y aceptarán todo tipo de desorden y locura. El otro grupo lo vinculará con la expresión más fiel de lo que el ser humano no debe acontecer, con la inclusión de su enfermedad y todos sus desatinos personales.
Lo que Maradona provocará, precisamente, es que desde cualquier lugar ocupará la escena central por encima de todo. A pesar de esas dos vertientes, el dolor instalado por su partida es algo que albergará a todos por igual, y también a los que no lo terminaron de aceptar.
El joven nacido en un barrio humilde de Lanús que transcendió cualquier frontera dejó un espacio que tardará mucho en ocuparse. Y la incógnita que quedará sobrevolando será respecto del lugar en el cual las puertas abiertas lo estaban esperando.