Octubre de 1993, el helicóptero todavía soviético pero pintado de blanco y con insignias de la ONU baja en medio del campo, en el medio de la Mozambique demolida por veinte años de guerra civil. Desde el aire se veía, dibujado en el suelo, el pueblo de Chokwe, con calles, plazas y una enorme pileta de natación. Pero al bajar el lugar desaparecía porque lo habían demolido en tres o cuatro batallas, lo más alto llegaba a medio metro y ya lo estaba tapando los yuyos.
También se veía una aldea de treinta casas, de esas que uno cree que construyen para las películas, de adobe redondo y techo de paja en punta. Esa sí existía y estaba llena de vida. Fue llegar y de los pajonales, de atrás de los arbustos y los árboles, aparecían chicos y más chicos que se te colgaban confianzudos de las manos y gritaban, y te hablaban sin parar. Tal el escándalo que aparecen tres viejos dignísimos a ver qué pasaba y enseguida a dar la bienvenida.
Todo el mundo habla en d'angana, una lengua bantú perfectamente incomprensible para el criollo, pero se dan cuenta de que uno les habla en portugués, técnicamente el idioma oficial del país. Con lo que algunos chiquilines van a buscar a quien traduzca y los viejos llevan a los huéspedes al living comunal, dos largos troncos puestos en paralelo para sentarse a la sombra de una arboleda espinuda.
Llegan más viejos, que allá son el centro de las cosas, y se van sentando, dando la mano y presentándose, mientras se comentan cosas como "qué lindo día ¿no?", que no necesitan traductor. Llegan más pibes, sus madres, algunos padres, todo el mundo a ver el evento de dos que cayeron en helicóptero. Y finalmente un muchacho de camisa blanquísima, buen mozo y sonriente, que se presenta en portugués como el maestro de la escuela local.
La cosa se pone todavía más formal, con los viejos dando una bienvenida elaborada y ofreciendo cualquier ayuda necesaria. Uno agradece, tratando de ser también ceremonioso y prometiendo no meter las narices donde no lo dejen. Y entonces viene la pregunta más complicada, ¿de dónde son?
"Argentina", dice uno, sabiendo que pincha el globo de que se viene de Europa o Estados Unidos, fantasía general.
Silencio absoluto. Cero registro. Nadie nunca oyó esa palabra.
"América del Sur", se agrega, solícito, pero el único que registra es el maestro, que al final es maestro.
Y entonces uno dice lo que debería haber dicho desde el principio en un continente de locos por el fútbol. "Maradona".
La aldea entera explota, viejos, chicos, los del medio, todos hablan a la vez y todos levantan la mano izquierda y hacen un gestito de empujar algo, como una pelota. La mano de Dios.
Lo siguiente es que parecen que hacen turno para felicitarte, que aparecen calabazas llenas de esa cerveza casera que parece chicha, que hay fiesta. No sólo saben de dónde viene uno, parecen saber que uno es blanco pero viene de un lugar donde tampoco nos sobra nada y donde mojarle la oreja a los europeos es importante. De golpe no somos visitas, somos gente.
En todos estos años, uno se sigue preguntando cómo catzo sabían de los goles del mundial de 1986 en ese lugar desolado por la guerra, sin luz, donde una tele era algo que tenían en la capital y a veces andaba. Y en todos estos años, en la nueva Africa que es tan joven, hay que cambiar la palabra mágica y decir "Messi". Y bancarse que no es lo mismo, que ubican el país y nada más, que falta lo que hacía que hasta en Chokwe se identificaran con el tape.