Estaba trabajando en esta columna cuando me enteré de la muerte del Diez. Me quedé paralizada frente a mi computadora un rato largo, con la mirada perdida y tratando de digerir la notica. Debo confesar que el fútbol nunca me gustó, pero de donde vengo, los potreros forman parte importante de mi historia. A pesar de todo, México 86 quedó grabado a fuego en lo más sagrado de mi memoria. Como muches, yo recuerdo vivamente ese día glorioso en que ganamos la final del Mundial. Había que celebrar, y el destino fue el Obelisco. Me subí a un camión del que, les soy sincera, aún no sé quién era el dueño. Me dejé llevar por la marea y ahí saltando y cantado como loca entró en mi mundo este dios inmortal llamado Diego Armando Maradona.
Diez años después, en el año 1996 una noche me invitaron a Buenos Aires News, una discoteca con restaurantes en que primero se comía y después se bailaba. Al entrar, me llevaron directo a un vip que manejaba mi amigo La Clota Lanzetta. Recuerdo que era un primer piso, con una vista panorámica a la discoteca. Eran los años 90: todo era una fiesta, la música explotaba, la gente bailaba, había modelos top para hacer dulce. Fui hacia una mesa y en el medio del camino, detecté una ronda de gente enfiestadísima. Se abrió el círculo, apareció Guillote y me dijo: "¡Florenciaaaaaaa!". Con su voz tan característica me saludó con un beso y gritó: «¡Diego, llegó Florcita!». Diego bailaba con una camisa abierta, todo mojado. Sonaba una canción de los Auténticos Decadentes, me sacó a bailar y así como si nada, viví una noche inolvidable con Dios.
Los años pasaron y siempre que lo cruzaba en algún lugar era muy afectuoso conmigo. Tanto que fui de las pocas celebrities argentinas que eligió para entrevistar en su programa estelar La Noche Del Diez. No fui su amiga, pero siempre sentí su cariño y respeto, y si bien hace dos años me vi envuelta en una polémica con él por un comentario hiriente sobre mí, ese no era el Diego que yo conocí. Claro que me dolió y no lo voy a negar, pero muchas veces la exposición nos juega una mala pasada.
Algunes trajeron a colación este último episodio para mantener la postura de que es imposible conciliar ciertas conductas que tuvo en su vida con su genio. Su muerte despertó un debate feroz entre algunos sectores del feminismo. ¿Por ser feminista no se puede llorar a Maradona? El feminismo que yo veo hoy, el que nos toca atravesar como argentinas latinoamericanas, se trata y habita con la más absoluta contradicción. A quienes nos rodean, padres, hermanos, primos, familiares, amigues, compañeras que no están cien por ciento decontruides: ¿no lxs queremos más por esto?, ¿lxs expulsamos de nuestra vida? Yo creo que si este va a ser el camino, estamos complicades.
Me resulta muy doloroso negarles a las pibas llorar a Maradona, ser parte del pueblo. Incluso nos conmovió a quienes no nos pasa nada con el fútbol, así que ¡no nos juzguemos! Pretender que el feminismo sea un adalid de la conducta sin fisuras y no repare en las contradicciones es un error, el feminismo debería buscar que las pibas, las mujeres y las femineidades podamos actuar según lo que sintamos, incluso cuando se trate de una persona amada. Un movimiento de liberación no es una doctrina: no se trata de descalificarnos unas a otras.
Estamos hablando de si se puede o no llorar a un ídolo máximo del fútbol, no estamos debatiendo si el Diez está apto para cumplir una función pública. Cuando se llora a Maradona se lloran muchas cosas: un pasado, una victoria, un tipo de argentinidad que nos da vergüenza, porque nos criaron sintiendo que ser pobres, villeros y negros es algo negativo, y se llora una victoria colectiva. En este momento lloramos al nene de Fiorito, nacido en una villa, racializado, que por su talento y destreza cumplió su sueño, hizo el mejor gol de la historia del fútbol a los ingleses. Después de una guerra injusta y criminal le ganó al imperio, y nos demostró que no importaba de dónde fuera, él se enfrentaba a los patrones, al capitalismo, a todo lo que simbolizara el enemigo del pueblo. Esa era la rebeldía del diez y su argentinidad.
Si no me equivoco, son los hindúes quienes tienen un proverbio que dice algo así como: «La felicidad está tan cerca del dolor, que muchas veces lloramos de alegría». Por una paradoja del destino, la fecha coincidió con un aniversario muy especial para mí: hace diez años cumplí, probablemente, el sueño más importante de mi vida, cuando la jueza Helena Liberatori falló en mi favor y me concedió el cambio de identidad en mi DNI. Dicho de un modo mucho más cercano a lo que siento que a los vericuetos legales, la jueza Helena Liberatori falló a favor de que yo sea, por fin, quien siempre fui. Recuerdo la descarga ante semejante regalo de la vida fue ese llanto de alegría del que habla el proverbio; tantas cosas se cruzaron por mi mente: las luchas, el sufrimiento, la humillación. Recuerdo tomarme la cara con mis brazos, esos brazos que nunca había bajado aún en los momentos de mayor incertidumbre. Sí, lloré como una nena, la que siempre había sido, la que por fin puede ser plenamente, la mujer que hoy me siento ser.
¿Saben quién fue el primero que me llamó para felicitarme? Diego Armando Maradona. Sonó mi celular, respondí y escuché su voz. Imagínense mi sorpresa... «¡Muy bien Florcita, se hizo justicia!», fueron sus palabras. ¿Cómo puedo olvidar ese gesto? Diego había comprendido antes que nadie el significado de ese fallo, la justicia social a un colectivo tan discriminado como lo fue él por cabecita negra. Ese Diego quiero recordar y despedir: el que ocupa un lugar en lo más sagrado de la memoria popular argentina y en nuestros corazones. ¿Por ser travesti y feminista no puedo llorar al Diez?
¡Por favor! Déjenme llorarlo en paz.