En la sala de castigos, uno puede dedicarse a perder el tiempo o a diseñar un plan infalible para prender fuego un edificio de diez pisos. Lucía Stanton, una adolescente brillante y antisocial –digamos que algo enojada con el mundo–, está en ese segundo grupo. Mientras sus compañeros, “todos los demás fracasados de mierda”, hacen bollitos de papeles para tirarse en la nuca, ella busca inspiración en un libro que acaba de robar del último estante de la biblioteca: Todo Rusia arde en llamas. La historia de una comunidad que incendia el pueblo entero sin motivo aparente empieza a hacer combustión con las enseñanzas anarquistas que su tía repite en casa. Al interior de Cómo provocar un incendio y por qué, la refinada novela de Jesse Ball que acaba de publicar Sigilo, las cosas funcionan a la manera del príncipe Kropotkin. Aquí, la única iglesia que ilumina es la que arde.
Lucía viene atravesando su propio vía crucis. Su padre ha muerto en una situación todavía no esclarecida, su madre está internada en un psiquiátrico, ella vive junto a su tía enferma en el garage de un viejo áspero –una suerte de Walt Kowalski a la Gran Torino– y acaban de expulsarla de su escuela por intentar apuñalar con un lápiz a la estrella del equipo juvenil de básquet. Resulta que el pibe tocó lo que no debía: un Zippo que es su último tesoro. “Les dije que no toquen este encendedor porque los mato. Es lo único que me queda de mi papá. Tiene sus restos; no me refiero a su cadáver, sino a los restos de su cuerpo normal, el que se nos va desprendiendo todo el tiempo”. Así que cuando escucha hablar de la Sociedad del Fuego en los pasillos del nuevo colegio, se le alinean todos los planetas. Para obtener el carnet de membresía lo único que tiene que hacer es convertir un edificio en cenizas. ¿Alguien tiene un plan mejor?
El pulso de Cómo provocar un incendio y por qué se sostiene con una exacta mezcla de inocencia y acelere. Narrada en clave de diario íntimo, la voz empática de Lucia Stanton aparece cifrada entre la ironía, la ternura y la desazón: una amiga inolvidable a la que ya no queremos ver perder. “La realidad es que todos nosotros vamos corriendo cuesta abajo por una mierda de colina con una banderita en la mano, y uno por uno nos van disparando y nos derriban y nuestras banderitas quedan tiradas en el lodo y nadie las recoge. Nadie seguirá corriendo con tu bandera, Lucia. A nadie le importa tu bandera. Es lo que me digo a mí misma. Cuando te caes se acaba todo”. Algo así como si Holden Caulfield hubiese escuchado a los Redondos mientras se alejaba del mundo.
“Ciertamente admiro a Salinger”, admite por correo el narrador y poeta neoyorkino Jesse Ball, desde Chicago. “El poder y la fuerza, y la prosa gozosamente propulsora de El guardián entre el centeno fueron importantes para mí. Sobre todo, no creo que los niños (o los animales) sean estúpidos. Todos tenemos mucho que aprender unos de otros. Luego, hasta cierto punto, creo que Holden ya es cínico. Lucía no es cínica, aunque se podría decir que tiene motivos para serlo”.
En su periplo para entrar en la Sociedad del Fuego irán apareciendo el sexo casual, las visitas al psiquiátrico con un whisky de postre, el regaliz como elemento indispensable de una dieta escasa en proteínas, las lecturas del poeta místico Muhammad Rumi, fiestas universitarias en parques acuáticos abandonados, el sueño de trabajar manejando un camión y algunos experimentos psicológicos a cambio de dinero. Lo que se dice un coming of age barranca abajo, pero con ciertas reglas precisas: “1) No hagas cosas de las que no te enorgullezcas. 2) No creas en estupideces y no actúes como un robot. 3) No prestes atención a la propiedad privada, pero sé consciente del valor que tienen para las personas”. Una explosiva flor de Loto creciendo en el pantano que dejó el sueño americano.
Con quince libros bajo el brazo, Jesse Ball –candidato al National Book en 2015 y considerado uno de los Mejores Narradores Jóvenes de Estados Unidos por la prestigiosa revista Granta– prepara para el trayecto una serie de atractivas distorsiones literarias. La novela está hecha con alteraciones tipográficas, algunas hojas de cálculo, títulos que se meten en el texto y un sistema de piezas borgeanas armado con predicciones y realidades. Punto para la delicada edición de Sigilo, con una tapa en formato caja de fósforos y raspador en el lomo, que hace juego con la programática de Ball. “El texto debe ser divertido, debe estar vivo, si se trata de decir cosas vivas”, explica el escritor sobre su método. “Me gusta decir la cosa y dejarlo así. Por lo tanto, escribo el texto y cuando termino de hacerlo, espero un rato y empiezo de nuevo con otro libro, otro intento de ese tipo”.
Quizás el más llamativo de esos intentos haya sido Sleep, Death’s Brother: A Child’s Dream Instruction. Editado en 2017, Se trata de un preciso manual para manejar los sueños lúcidos, dirigido a niños y presidiarios. Una suerte de guía onírica, a mitad de camino entre el antropólogo Carlos Castaneda y El vagabundo de las estrellas, de Jack London. “Soñar es una cuestión, como sentarse o caminar, que es a la vez simple y profunda. Pero lo que es profundo debe ser encontrado por el soñador; no se lo debe decir o se convierte en aserrín”, asegura Ball, que departe cursos sobre “sueño lúcido y mentira" en la Escuela del Instituto de Arte de Chicago. Lo que se dice un soñador.
“Un libro así puede hablar de cómo perforar la idiotez, que es la retórica propuesta por la élite. No es necesario que sea especial para hacerlo, solo debe ser cuidadoso y útil”, dice Ball acerca del punto de contacto entre su manual y el panfleto incendiario que escribe Lucia Stanton. Subida a su propia carroza de fuego, en el clímax de la novela, decide publicar un preciso manual al que titula, para no dejar dudas, cómo provocar un incendio y por qué. “Ella es como un par de dados lanzados sobre fieltro verde”, la define Ball, que define al fuego como uno de los pocos secretos que suceden ante nuestros ojos.
“Todos los edificios que existen, todas las grandiosas estructuras de la riqueza y el poder, siguen en pie porque tú permites que sigan en pie. Con esa pequeña lengua de fuego que llevas en el bolsillo, con ese pequeño don de Prometeo, puedes reducirlos a todos a un estado de cruda igualdad”, escribe Lucia en su manifiesto, convertida ya en una suerte de Unabomber en clave centennial. “Aquí se trata de cómo compartir lo mínimo y el primer paso es abolir la posibilidad de tener demasiado. Debemos convencer a los ricos de que no pueden tener más de lo que necesitan. Cuidado. No haces lo que haces por venganza. No lo haces a causa de la ira. Lo haces para llegar al corazón de todas las personas vivas, para enseñarles que todos podemos vivir con lo mínimo, con austeridad”. ¿Quién sabe? Quizás la humildad se esconda en la cabeza de un fósforo.