La vida en Alepo, Siria, había dejado de ser vida tras seis interminables años de guerra. Las bombas, los disparos, la muerte, las sirenas, las heridas y la destrucción eran parte del paisaje cotidiano donde todo podía cambiar, para peor, de un momento para otro. El futuro había desaparecido y la muerte violenta era el común denominador. Pero desde hace un mes, ese infierno está quedando atrás, al menos para Jouni, Mikl, Fadi, Housip y Joudy, los chicos sirios que junto a sus padres llegaron a San Luis buscando paz y libertad. Tanto cambió la vida de estos refugiados que, de repente, los niños no solo pueden salir a jugar sin preocuparse por un estallido sino que han comenzado a ir a la escuela, una costumbre que prácticamente habían perdido.
Jouni tiene 16 años y es hermano de Mikl (10) y Fadi (8). Estos dos últimos se hicieron íntimos amigos con Housip, de 8, que, a su vez, tiene un hermano, Abelardo, de seis meses. A los tres los bautizaron “los tres mosqueteros”. No se despegan y se divierten a más no poder como si esa libertad que hoy gozan no tiene fin o, quizá, por si pudiera tenerla.
Hace una semana todos juntos, en el marco del período de adaptación que incluye el comienzo del estudio del castellano, ingresaron a la escuela Corazón Victoria. El recibimiento fue apoteótico. Carteles de bienvenida en árabe y castellano, guirnaldas, banderas argentinas y sirias, serpentinas y mucho pero mucho juego rodearon y colmaron a estos chicos, lo que permitió desandar la distancia que impone, por lo pronto, la diferencia de idiomas.
La escuela elegida no es un establecimiento tradicional. Forma parte de lo que en San Luis se conoce como escuelas generativas y que desde el año pasado comenzaron a funcionar por iniciativa del gobernador Alberto Rodríguez Saá. Estas instituciones son públicas pero, a diferencia de las tradicionales, son “innovadoras y libres” porque buscan potenciar la creatividad de los alumnos a través del deporte, la cultura, el arte y la naturaleza para desarrollar el proceso de aprendizaje. Allí ingresaron los niños sirios.
“Ver a los chicos y a sus padres felices nos permite confirmar lo acertada que fue la decisión de transformar a San Luis en un Estado receptor de refugiados”, dijo a PáginaI12 la coordinadora del Comité de Refugiados de la provincia, Liliana Scheines. Y los rostros de los pequeños cuando ingresaron a la escuela confirman la frase de Scheines. Poco después de la recepción comenzaron las actividades y los intentos de comunicación entre los chicos puntanos y los sirios. Las manos acompañaban las frases, la confirmación de la comprensión de una frase despertaba risas, abrazos y fotos que se tomaban con sus propios celulares.
A Mikl, Fadi y Housip la pelota los transforma. Por caso, cuando llegaron a San Luis y fueron alojados junto a sus padres en los departamentos del campus de la Universidad de La Punta, se encontraron con varias de pelotas que les habían dejado de regalo. A la mañana siguiente salieron a la puerta y comenzaron a jugar. Como siempre pasa, el balón se escapó y se alejó. Eso produjo un momento de desconcierto, no sabían si podían o si convenía ir a buscarla. En Alepo alejarse de una zona segura no es lo más conveniente. Al unísono buscaron con sus miradas la autorización de sus padres pero en ese instante descubrieron que el peligro al que estaban acostumbrados ya no estaba, y allí comenzó el momento de la exploración del campus. Era la vida recobrando vida.
Cuando Rodríguez Saá justificó su decisión de aceptar refugiados dijo que “un refugiado no es lo mismo que un inmigrante porque éste, mal que mal, elige dónde ir, dónde radicarse. El refugiado, en cambio, huye de una guerra que mató a familiares, perdieron sus casas y están privados del poder de decisión. Entonces trabajamos para que puedan recuperar su libertad”, aseguró y eso es lo que están viviendo en estos días los niños sirios y también sus padres.
Joudy tiene 10 años. Es la única niña del grupo y es pura sonrisa. Su condición de sordomuda la mantiene más apegada a sus padres, Antoine y Georgina. El día que llegó a la escuela disfrutó del recibimiento y la alegró aún más encontrarse con algunas niñas que se las ingeniaron para ofrecerle los primeros rudimentos del lenguaje por señas en castellano. De todas formas la pequeña irá a una escuela especial donde aprenderá con mayor intensidad el lenguaje por señas y, al mismo tiempo, comenzará los estudios médicos con el que intentarán recuperar su audición. Ese fue el primer pedido que Georgina le hizo a Rodríguez Saá a los pocos minutos de llegar a San Luis.
El viaje había sido extenuante, fueron casi 48 horas que incluyó un traslado por tierra desde Alepo hasta Damasco y después hasta el aeropuerto de Beirut, El Líbano, donde tomaron un avión que hizo escala en Doha, Qatar, Sao Paulo, Brasil, y recién Ezeiza, última escala antes de tocar la pista del aeropuerto de San Luis. El gobernador se comprometió a que el servicio de salud de la provincia se hará cargo de Joudy. La madre necesitaba saberlo, escucharlo de la boca de la traductora que los acompañaba a pesar de que la provincia, como Estado receptor del corredor humanitario que organizó la ONU, se hace cargo de la salud, la educación, la vivienda y de la búsqueda de trabajo para los mayores.
Muchas cosas pasaron en estos treinta días. Joudy cumplió años, una de las compañeras de la escuela se enteró y organizó junto a su madre una fiesta. Hubo torta, regalos y felicidad. De a poco, para los niños, la muerte es cada vez más un recuerdo lejano.
Entre los que participaron de la recepción de la escuela se pasean Joseph y Maya. Ambos se turnan para sostener al más pequeño de todos los niños que llegaron de Siria. Se trata de Abelardo, de apenas seis meses, quien a diferencia de su hermano Housip crecerá sin haber conocido el silbido mortal de una bomba y mucho menos sentir que el suelo bajo sus pies tiembla al ritmo de los estallidos.
De todos los chicos el que más le preocupa a Scheines es el adolescente. Jouni tiene que enfrentar muchos cambios. La universidad está a la vuelta de la esquina y con todo lo que ello implica. El joven es la razón por la que sus padres, George y María, decidieron irse de Alepo. Varios de sus amigos habían muerto o habían huido con sus familias y él llegó a confesarles que temía por su vida. Hoy, si bien la nueva vida lo tiene de sorpresa en sorpresa no olvida su tierra. Mantiene contacto a través de internet con los que quedaron en Alepo o se encuentran en otros países y no abandona la pulsera que lleva en su muñeca izquierda donde se puede leer “I Love Bashar al-Asad”.
Pero ese día, el del debut en la escuela, esos recuerdos se esfumaron cuando lo convocaron a jugar al vóley. Jouni dejó de lado sus modernos anteojos de sol, acomodó su jopo y se dispuso a jugar. Saltó y remató con el vigor de la adolescencia. Todo era sonrisa, todo era festejo.
Los padres de los chicos también tienen sus desafíos. Primero tienen que aprender el idioma y tres veces por semana estudian ayudados por algunos miembros de la Sociedad Sirio Libanesa local.
Estas familias sirias reciben por ahora un subsidio del gobierno puntano. Una vez aprendido el idioma recibirán viviendas y comenzará la búsqueda de trabajo. La intención es que puedan trabajar en lo que ya hacían en su Alepo natal. A George, que supo tener un taller de reparaciones de máquinas industriales de coser y que un bombardeo de los grupos terroristas destruyó, se le iluminaron los ojos cuando le dijeron que hay varios talleres donde podrá realizar el mantenimiento de esas máquinas.
“Esta es la tarea más hermosa que me tocó realizar porque tanto el Estado de San Luis como la sociedad puntana los está ayudando a volver a soñar”, aseguró Scheines que cuando está con las familias sirias los abraza y llora con ellos cada vez que un recuerdo de ese lejano país violentado por el terrorismo y la feroz agresión de los Estados Unidos les ahoga en lágrimas los ojos.