River sacó provecho del mal momento de Quilmes y lo derrotó por 2-0 en la lluviosa tarde del Monumental. Con esta victoria, el equipo de Marcelo Gallardo se consolida en el lote de perseguidores de Boca, mientras espera el segundo choque por la fase de grupos de la Copa Libertadores, que será el próximo jueves ante los peruanos de Melgar, en Núñez.
En la previa, la cátedra apostaba a un triunfo del local, porque el visitante llegaba golpeado en lo futbolístico y en lo anímico. Porque en la fecha anterior, Racing le dio vuelta un partido que ganaba por dos tantos de diferencia, y porque esa caída provocó la renuncia del técnico Alfredo Grelak, ayer reemplazado en el banco por el interino Leonardo Lemos, a la espera de la asunción de Cristian Díaz.
No obstante los antecedentes, la primera llegada fue para Quilmes. Confirmando aquello de que no hay peor astilla que la del mismo palo, el ex River Andrada se fue por la banda derecha y cruzó el centro atrás, donde Benegas estuvo muy cerca de conectar. Fue la primera jugada del partido. Enseguida, el Cervecero tuvo la segunda acción de peligro a su favor. Condujo Da Campo por izquierda, cruzó el envío y otra vez fallaron los encargados de terminar la jugada. El planteo del visitante, de esperar en su campo y salir rápido apenas se hacía de la pelota, se imponía en esos primeros minutos a la estrategia del local, que intentaba manejar la pelota con prolijidad, aunque sin encontrar quien marcara el cambio de ritmo en tres cuartos de cancha para preocupar a Rigamonti. Por eso, Quilmes fue superior en esos primeros quince minutos.
Recién a los 20 minutos, River esbozó una reacción. Después de una falta de Sarulyte, el Pity Martínez ejecutó un tiro libre que un defensor de Quilmes despejó contra su propio arco y el travesaño salvó al Cervecero de quedar en desventaja. A partir de esa jugada, el equipo de Gallardo empezó a crecer, sobre todo porque Martínez imponía su manejo por la banda derecha y empezaba a alimentar a los siempre peligrosos Driussi y Alario. De todos modos, hasta ahí la intensidad y la voluntad por doblar la marca de los futbolistas de Quilmes les alcanzaba para desactivar las chances que trabajosamente pergeñaba el local. En una de las más destacadas, Nacho Fernández se animó desde afuera del área con la derecha y la pelota se fue cerca del ángulo izquierdo de Rigamonti. Pero no hubo forma de romper el cero con el que se fueron al descanso.
En el complemento, River trocó la búsqueda prolija del primer tiempo por un trámite más vertical y vertiginoso. Moreira y Casco se transformaron en extremos y Ponzio y Fernández recuperaban todos los balones en el medio. Así, la cancha se transformó en un tobogán hacia Rigamonti. Quilmes resistía, aunque le costaba sacar esos buenos contragolpes que preocuparon a Batalla en los primeros cuarenta y cinco minutos.
Con el marcador en blanco, el Muñeco asumió riesgos. Sacó a Casco y puso a Mora. Y crease o no, en la primera pelota que tocó el uruguayo, desbordó por la derecha, metió el centro al segundo palo, donde esperaba Driussi, quien la bajó para que Alario estirara su pierna derecha y decretara el 1-0. Otra vez, el DT millonario pulsó la cuerda exacta, porque a partir de la modificación, su equipo ensanchó la cancha –Mora se estacionó en la banda derecha y Pity Martínez fue a la izquierda– y le complicó el frente defensivo a Quilmes, además de mostrar una cara en ataque distinta y contundente. Esa contundencia se reflejó en el segundo gol del local, cuando Mora encabezó un contragolpe por derecha, la cedió a Driussi y éste a Alario, que definió entrando sólo por izquierda. Dos a cero. Y a soñar con darle alcance a Boca.