Tres Pumas escribieron casi un tratado de racismo virtual que se volvió masivo y tangible cuando alguien lo advirtió en las redes sociales. Ese odio de clase que expresaron en Twitter es un sentimiento arraigado desde la Argentina sarmientina. No explica todo, pero si los principales vectores de la cultura de su clase dominante. Recuérdese la reivindicación que hizo el sanjuanino de la raza “caucásica”. La definió como “la más perfecta, la más inteligente, la más bella”. En 1869 señaló sobre el negro cuando era presidente: “niño que canta, ríe, baila y obedece. Dios lo dejó asi, a medio crecimiento”. Un antecedente que bien puede citarse de lo que sería la discriminación al “cabecita negra” que nació con el advenimiento del movimiento peronista. Pablo Matera, el ahora excapitán del seleccionado argentino de rugby y sus compañeros Guido Petti y Santiago Socino no nacieron de un repollo. Tampoco los redimen sus propias disculpas ni se justifican sus tuits xenófobos y misóginos por aquel ideario de civilización o barbarie que inoculó el autor del Facundo. El mismo jugador que les pidió perdón a Maradona y al país en nombre de un plantel que ya no representa, había vomitado su estigmatización a bolivianos y mucamas cuando tenía más de 18 años. Era mayor de edad. Nació el 18 de julio de 1993. Su tuit más antiguo era del 20 de octubre de 2011.
El cuanto menos amarrete y poco feliz tributo al máximo ídolo deportivo argentino de la historia pasó de bomba de tiempo a explosión mediática cuando Sam Cane, el capitán de los All Blacks, homenajeó a Diego antes de que su equipo ofreciera el habitual Haka maorí. Había sido una idea del medio scrum suplente neocelandés TJ Perenara. El jugador que le puso la voz a la arenga que Matera y sus compañeros siguieron impávidos en el centro de la cancha. Como si no hubiera pasado nada el 25 de noviembre, tres días antes de aquel partido oficial en Australia que terminó 38 a 0 en contra. A este periodista le consta –porque llamó a un funcionario de la UAR presente con la delegación de Los Pumas– que iban a definir cómo homenajear a Maradona. Pero apenas les salió ponerse un brazalete negro en señal de luto.
Hoy queda claro que no alcanzaron a mover el amperímetro de la sensibilidad popular. No tuvieron una empatía acorde al futbolista que se desgañitó alentándolos en la Copa del Mundo 2015 cuando le ganaron a Tonga en Inglaterra. Tampoco mensuraron la dimensión del dolor masivo de un pueblo. ¿Se lo habrán representado? Todo indica que no. La explicación de Matera a cámara y con todo el plantel acompañándolo llegó tarde. Sonó a intentar prender un fósforo húmedo en una noche cerrada. Lejos de iluminar, profundizó la oscuridad.
Lo peor sucedió casi en simultáneo a ese mensaje grabado por Los Pumas desde Oceanía. Destruyó el gesto de autocrítica en pocos minutos. Tuits tan viejos –pasaron nueve años del primero– como vigentes en las redes sociales de los discriminadores, estallaron de repente como si fueran de una actualidad inusitada. Los tres Pumas nunca se preguntaron cómo seguían ahí, en sus cuentas de Twitter. Acaso porque naturalizaron que eran inofensivos o creyeron ver en ellos apenas una trastada de su época juvenil, en vísperas de debutar en Los Pumitas. Matera lo hizo en 2012 en esa selección juvenil.
Se dieron cuenta nueve años después de que existían esos mensajes racistas. Una producción de sentido que hoy aplaudirían el mal perdedor de Donald Trump y su chirolita Jair Bolsonaro, con perdón de Mister Chasman, su ventrilocuo. Los rugbiers cerraron sus cuentas para borrar toda señal de intolerancia. Socino le dedicó tuits misóginos, racistas y plagados de insultos a la actriz y cantante puertorriqueña Claribel Medina. También eligió como blanco a la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini. La insultó sin miramientos. Como Petti conservaban sus mensajes desde 2011 y 2012.
La responsabilidad compartida de los tres que ya analiza el INADI y provocó una inmediata sanción de la UAR –le quitó la capitanía a Matera y los apartó del plantel que juega el torneo Tres Naciones en Australia– dejó al mundo del rugby otra vez expuesto por las actitudes repudiables de algunos de sus protagonistas. En esta ocasión fueron jugadores de la Selección nacional, un plantel profesional. En el último verano de Villa Gesell se trató del asesinato en patota del joven Fernando Báez Sosa cometido por rugbiers amateurs del club Náutico Arsenal Zárate.
No hay relación jurídica posible entre un episodio y el otro, pero sí una misma matriz de racismo, masculinidad mal entendida y aversión hacia la clase social más desfavorecida. Esto es ineludible y se convierte en un golpe muy bajo para quienes se esmeran en el mundo del rugby por sostenerlo como un juego con determinadas reglas y un espíritu. El de valores ya demasiado manoseados que levanta este deporte. Y que con la conducta de Matera y sus dos compañeros vuelve a ponerse en entredicho. Un dato adicional: al capitán lo nombró el staff de Los Pumas liderado por Mario Ledesma. Ese honor que se confiere en el juego de la ovalada es casi un mandamiento a cumplir por el ascendiente sobre los demás. “El rugby es un juego, ante todo, que se basa en el respeto” señaló el neocelandés Cane que colocó sobre el césped la camiseta All Black con el nombre de Maradona en homenaje al 10. Esa prenda negra que el plantel argentino dijo que le entregará a la familia del ídolo fallecido el miércoles 25.
Al odio de clase que expresaron los tres Pumas en las redes sociales, al daño que se autoinfligieron, a la escuálida empatía con el más grande personaje deportivo argentino de la historia, la Unión Argentina de Rugby le agregó otra mancha. El 5 de diciembre del año pasado, sus dirigentes encabezados por el presidente Marcelo Rodríguez, recibieron a representantes de organismos de Derechos Humanos en la sede de San Isidro. Prometieron una respuesta al pedido de homenaje a los 152 rugbiers desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar. El sábado próximo se cumple justo un año de ese encuentro. Todavía no hubo una respuesta.
El conflicto no resuelto que plantean estas conductas es cómo se profundiza el abismo entre el rugby y la sociedad que lo contiene. Un contrasentido para cualquier deporte que intenta crecer cada vez más. Porque retrocedió varios casilleros en la credibilidad social de los valores que dice expresar.