A esta altura, Disney es sinónimo de demasiadas cosas, algunas muy combatidas por su impronta expansionista y hasta imperialista; pero también tiene virtudes que, a lo largo de su historia casi centenaria, se pueden ver en varias creaciones de ese estudio cinematográfico. La transformación como forma de desarrollo, dentro y fuera de sus películas, es una de las máximas virtudes de Disney, asumiendo desafíos a veces impensados que provocaron algunos cambios culturales de impacto planetario. La última de las transformaciones del estudio, que está en marcha como plan estratégico para estos años, es revisitar su catálogo de películas de dibujos animados para convertirlo en versiones físicas, con intérpretes de carne y hueso (y píxeles) con un tipo de imagen digital fotorrealista. Estas remakes vienen acompañadas con modificaciones de los relatos y de la estética para que la transformación sea más completa y compleja. Aunque había algunos antecedentes, en la última década se crearon una docena de películas de este estilo, una producción de más de una por año que incluyó algunas remakes de cuentos clásicos animados ahora con tintes queer, como Maléfica (2019) interpretada por Angelina Jolie como la bruja mala de La bella durmiente, o el cineasta Bill Condon dirigiendo una versión de La Bella y la Bestia (2017), donde recupera la carga subversiva que Cocteau le había impreso a su adaptación y suma a un personaje gay, que terminó brillando más que el héroe protagónico.
La transformación bien entendida puede ser perversa: más que nuevas versiones parecería que proponen nuevas perversiones. Bienvenidas sean. Ahora mismo Disney lanzó una plataforma para ver sus películas en streaming llamada Disney+, ¿ese + es igual al del final de la sigla LGBTIQ+? Puede ser, al menos uno de sus primeros estrenos mundiales por Disney+ es Mulan y hace pensar en eso. Porque Disney vuelve sobre una película ya subversiva como Mulan, la animación de fines de los 90 que narraba como una joven drag liberaba China, que se volvió una obra de culto LGBTIQ+. ¿En qué se transformó ahora cuando dejó de ser una animación? En algo más allá de lo esperable que, tal vez, abra un nueva era de brujería queer en Disney. Abracadabra.
Polémica Bi
Antes del estreno de Mulan en Estados Unidos la primera semana de septiembre, la polémica ya había estallado cuando el personaje de Li Shang no figuraba en la lista del casting de la remake. En la película animada, Shang era el capitán que entrenaba a una Mulan convertida en el soldado Ping, y de esa relación nacía una atracción entre ambos personajes. Esos dibujos animados de Disney apenas sugerían una atracción homo entre los soldados, pero Shang seguía enamorado de Mulan cuando ya se revelaba que era una mujer en drag, por eso su personaje se convirtió en un ícono de la bisexualidad. Esa versión de 1998, además, terminaba en una celebración musical con tres hombres en drag, donde Shang mariconeaba: lo de Mulan apelaba a un target diverso bastante amplio. ¿Al desaparecer Shang del guion se pierde la bisexualidad de la narración? La nueva versión de Mulan no solo no la pierde sino que la multiplica y la vuelve más explícita: quienes se quejaban de que ese personaje desaparezca sin ver la película se adelantaron con un reclamo que no tenía lógica. En principio, Jason Reed, el productor de la película explicó que la razón de no incluir al personaje tenía un sentido feminista: “Creo que específicamente en estos tiempos del movimiento del #MeToo, tener a un capitán que es el interés sexual de Mulan era muy incómodo y pensamos que era inapropiado”. Por eso, ese personaje fue reemplazado en parte por un soldado compañero de Mulan, por lo tanto, no es un superior que ejerce y se aprovecha de su poder sobre un subalterno para iniciar un romance: se buscaba que fuese un romance simétrico, una relación sentimental entre personas de igual rango en la milicia. Sin embargo, este nuevo personaje llamado Honghui no solo no pierde su dimensión bisexual sino que es mucho más explícita su orientación: en una escena, cuando Mulan en su encarnación masculina rechaza su abrazo en la cama, el soldado se abraza a otro hombre para dormir. ¿Hombres abrazados en las camas? ¿Homoerotismo versión Disney 2020? Sí, y además, ese personaje le confiesa su cariño a Mulan al final de la historia, cuando ella ya había revelado ser una mujer, pero ella elige partir y no corresponder al deseo del soldado, al revés de la animación donde sí terminaba la pareja unida. La relación heterosexual de la película de 1998 no se consuma ahora; de hecho, en esta versión tiene más sentido que Mulan arruine el ceremonial para conseguirle un varón como candidato para su matrimonio al principio de la historia, renegando de los rituales casamenteros chinos. Esta versión parece más encuadrada en las ideas anarcofeministas de Emma Goldman contra el matrimonio como forma de control social patriarcal. Mulan definitivamente no es una princesa Disney tradicional que debe ser rescatada o redimida por un amor heterosexual. Ya no se trata solo de incorporar el feminismo sino también de exorcizar el heterosexismo. Y también es mucho más que una guerrera dragueada, ya tiene una historia que la desarrolla mejor donde no está sola, no es una mera excepción, tiene una comunidad de pertenencia. Y esa es la gran revolución de esta película, su gran novedad, que no existía en la versión original: la introducción del personaje de Xianniang, una dimensión queer que sobrevuela literalmente toda la trama.
La muerte y la bruja
La importancia del nuevo personaje de Xianniang, una bruja trans que puede adoptar la forma de varones, mujeres o animales, se da en parte gracias a la directora neozelandesa Niki Caro, que es la segunda mujer que dirige un largometraje para Disney. Caro se hizo famosa por Jinete de ballenas (2002), película que adaptó una novela de Witi Ihimaera, escritor maorí bisexual que retrató por primera vez una relación gay en la cultura indígena de su país en Noches en los jardines de España, que fue adaptada al cine. Niki Caro también aquí retrata la dimensión queer de una cultura milenaria, y lo hace en el contexto de Disney, agregando una nueva forma de seducción a una villana. Si en Disney los personajes de villanas tenían toda una tradición queer en películas de animación como Maléfica en La bella durmiente (1959), Cruella de Vil en 101 dálmatas (1961) o Úrsula en La Sirenita (1989), la nueva malvada de Mulan es más explícita en su seducción polimorfa, pero ahora se la mira de forma distinta. Interpretada por la estrella china Gong Li, esta bruja trans con su poder de cambiar de forma, de género, puede transformarse en guerrero como Mulan, por lo tanto, es un espejo en el que se mira la protagonista.
La escena
que las enfrenta por primera vez es el corazón de la película y tiene un
romanticismo explícito, si no miren cómo se miran sus bocas y cómo Xianniang le
perdona la vida, deteniendo la rivalidad para convencerla de que “mujeres como
nosotras” están en el mismo bando. Sororidad queer y brujería, romance mutante
más allá del bien y del mal. Y no solo eso, la apuesta ideológica más
importante de la película es la secuencia trágica del desenlace, donde
Xianniang muere salvando la vida de Mulan. ¿Una villana salva a una heroína? El
momento más conmovedor de la película recrea la estatua de la Pietà, Mulan
sostiene a Xianniang agonizante, y luego la venga. Disney hace una apuesta
fuerte poniendo sus sentimientos del lado de la villana, erotizándola,
llenándola de poder y magia, de solidaridad queer. Si ésta es la nueva transformación de los estudios, entonces Disney es realmente más.