“Qué es una mucama embarazada de trillizos? Un kit de limpieza” escribió un día como hoy hace ocho años Guido Petti, jugador de la Selección de rugby argentina, apenas cumplidos los dieciocho.
En la misma época, el capitán, Pablo Matera, decía “el odio a los bolivianos, paraguayos, etc. nace de esa mucama a la que alguna vez se le cayó un pelo en tu comida”.
¿Qué tuvo que pasar durante todo ese tiempo para que esos jóvenes no sólo piensen de ese modo, sino que sientan la impunidad necesaria para expresarlo en sus redes sociales? Cuesta imaginar que no fuesen chistes que repitieran en su cotidianidad: en la escuela, en el club, en su casa.
¿Habrá habido alguien en sus vidas que alguna vez les cuestionara sus “chistes”? ¿Hubo docentes capaces de explicar lo que significan el racismo, la xenofobia, la misoginia, el antisemitismo?
“Nos sentimos terriblemente orgullosos de Guido Petti, ex alumno de North Site (St. George’s) y pieza fundamental de este gran logro”, publicaban desde las redes sociales del colegio del jugador de Los Pumas hace apenas dos semanas. Por supuesto, no hay ninguna referencia al escándalo que provocaron los mensajes del estudiante que al egresarse no sólo escribía con faltas de ortografía, sino que disfrutaba del acto sádico de revisar las pertenencias de la trabajadora doméstica cuyo sueldo, con suerte, equivalía a la mitad de lo que sus padres pagaban por su “educación”.
“Tener que revisar el bolso de mi empleada y que sacando sus cosas te vaya diciendo: esta es mi blusita, esta es mi bombachita me hizo el día”.
En sus disculpas públicas ambos pusieron énfasis en cuánto tiempo había pasado en lugar de explayarse sobre cómo y por qué habrían cambiado de opinión. Ambos consideraron que bastaban, literalmente, tres renglones para justificarse.
Más allá de los nombres propios, se trata de abusos y maltratos cotidianos para la gran mayoría de las trabajadoras de casas particulares.
Moneda corriente
“No me sorprende. Es claramente una cuestión de clase. En este caso fueron los rugbiers… pero también la vimos a Reina Reech haciendo publicidad con una empresa que llevaba empleadas de manera gratuita a su casa, a Catherine Fulop haciendo gala de que su empleada no salía, a Nicole Neumann echándole la culpa a la trabajadora doméstica de que su familia se contagió de Covid”, dice María, de 58 años.
“Creo que representan a una parte importante de la sociedad. Refleja lo que piensa y cree muchísima gente. Eso es lo que duele. Eso duele mucho” agrega Matilde, de 51 años y seis como cuidadora de una persona con discapacidad mental.
Ambas se acercaron este año a UTDA, el único sindicato que rechazó el aumento que se firmó en la Comisión tripartita que discute el salario de las trabajadoras de casas particulares desde 2015.
“Vivo a dos cuadras y media del principal sindicato (UPACP). Es el que coloca y descoloca el cuadrito del ministro de turno. Paso todos los días por ahí. Un día fui a buscar algunas respuestas y me atendieron como patrón de estancia. Yo estudiaba en ese momento y me dijeron que no tenía días por examen. Se me dio por leer y me enteré de que tenía diez días por año”.
María hizo la secundaría para adultxs cuando tenía más de 20. Empezó la carrera de Sociología, pero tuvo que dejar para trabajar. “Tenemos historias muy distintas, formaciones muy diferentes. Pero lo que se vive siempre es muchísimo maltrato. Sobre todo a quienes migran. Escuché de cosas terribles que pasaron durante la cuarentena… compañeras que han sido golpeadas. Yo nunca sufrí eso, pero sí la cuestión de la discriminación de manera más sutil. Creo que es tan mala como la otra. Cada tanto se nota que me hablan desde una superioridad moral. A veces da bronca, a veces duele. Tanto el maltrato como el trabajo van a existir siempre. Lo que hay que ver es qué se hace con eso.”
Que se vea, que se sienta, que se escuche
Matilde cuenta que este año hicieron cuatro marchas al Ministerio de Trabajo. Así lograron que la Comisión tripartita se reuniera. “El problema de la Comisión, que funciona desde 2015, es que tiene un montón de facultades, amplísimas facultades normativas pero lo único que hace es actualizar los salarios. Y el Estado, a pesar de que no es empleador, tiene mayoría absoluta. Por eso tampoco es una paritaria”, explica Matías Isequilla, asesor legal de UTDA. “Ni siquiera poniéndonos de acuerdo con lxs empleadorxs tenemos la posibilidad de modificar algo. En ese caso hay empate y desempata quien preside, que es el Ministerio de Trabajo”, agrega.
En la Comisión hay 8 votos: 2 del Ministerio de Trabajo, 1 del Ministerio de Economía, 1 del Ministerio de Desarrollo Social, 2 de representantes de lxs trabajadorxs, y 2 de lxs empleadores. Por lxs empleadores las organizaciones que participan son el Sindicato de Amas de Casa, que preside Pimpi Colombo, y una asociación ligada a un estudio jurídico.
Con el último aumento, la quinta categoría (personal para tareas generales como limpieza, lavado, planchado, cocción de comidas, etc.) cobrará $ 19.564 mensuales o $ 158,95 por hora. En caso de que sea la modalidad “sin retiro”, el salario será de $ 21.754, lo mismo que cobrarán las cuidadoras (cuarta categoría) con retiro.
Cada año, el salario de las trabajadoras de casas particulares pasa varios meses por debajo del salario mínimo vital y móvil. Todo indica que así será durante 2021, cuando en marzo el SMVyM alcance los $ 21.600. Son números absurdos si además se tiene en cuenta que el 44,7 % son jefas de hogar. Y que lxs empleadorxs ni siquiera están obligadxs a pagar viáticos.
“Durante la pandemia, 6 de cada 10 trabajadoras empeoraron sus condiciones laborales. Apenas un 33 % siguió cobrando sin ir a trabajar, tal como indicaba la ley. Lo que sucedió fue que se visibilizaron un poco más las desigualdades estructurales del sector. Muchas tuvieron que volver a trabajar. Las cambiaron de categoría para que vayan igual, arriesgando su salud y la de lxs empleadorxs”, dice Verónica Casas, antropóloga y becaria del CONICET, a partir de una encuesta realizada durante la pandemia.
Son un millón y medio de trabajadoras y tantas las injusticias que viven a diario, que podría enumerarse un reclamo por cada una de ellas. Fondo de desempleo, bono para cuidadoras, antigüedad, presentismo, viáticos obligatorios, campañas que incentiven el registro, líneas telefónicas específicas para denunciar abusos, jubilación anticipada por ser trabajo insalubre y un etcétera infinito.
Apenas el 23% está registrada y fueron cientos de miles las que vivieron todo tipo de irregularidades durante estos meses.
“Me gustaría encender la televisión y escuchar que se habla de esto”, dice Matilde, y esa frase resume el silencio alrededor de la situación de estas trabajadoras de la primera línea. No son sólo rugbiers quienes las emplean (y avalan, callan, pactan su precarización que corre incluso cuando están registradas y cobran lo que “corresponde” por ley).
Son también políticxs, feministas, periodistas, jueces. Millonarios, de clase media, de ingresos bajos y altos cuyas carreras sólo son posibles porque hay alguien más haciendo por ellxs ese trabajo tan mal pago e invisibilizado.
Oír sus reclamos y acompañarlos es tocar los nervios, los resabios más racistas, clasistas y patriarcales de nuestra sociedad.