La justicia fiscal es una de las componentes más importantes y fundamentales de una democracia y para ello los impuestos deben ser progresivos, lo cual significa que la parte del ingreso que se paga es mayor cuanto mayor son los ingresos de cada uno de los ciudadanos.
El aporte de las grandes fortunas forma, con el impuesto al ingreso y a la herencia, el zócalo de dicha progresividad. Es normal que los sectores más adinerados que gozan de un privilegio como lo es una estructura fiscal regresiva, se opongan a la creación de ese aporte, como es igualmente normal que si el gobierno de Macri disminuyó ciertos impuestos para favorecer el club de los muy ricos, del cual forma parte, el gobierno de Alberto Fernández trate de reequilibrar la estructura fiscal.
Oposición
Quienes se oponen al aporte de las grandes fortunas han utilizado tres argumentos:
1. Su carácter “confiscatorio”. La explicación es un tanto llana y afirma que si el Gobierno impone un impuesto de una tasa del 5 por ciento, en 20 años, se queda con la totalidad del patrimonio. Pero la realidad es un poco más compleja. Las grandes fortunas están compuestas por bienes muebles, acciones, obligaciones, deuda pública y también de inmuebles, casas, departamentos, explotaciones agrícolas, que globalmente reditúan un beneficio bruto, antes de impuesto, del orden del 15 por ciento. En este caso con un impuesto promedio del 2 por ciento a la fortuna total significa que se trata en realidad de un impuesto del orden del 27 por ciento a los beneficios brutos. Joe Biden ha prometido un impuesto a los beneficios de las empresas del 28 por ciento, más un impuesto del 10 por ciento a los beneficios de las empresas norteamericanas realizados en el extranjero.
2. Es un freno a la inversión. Pero se trata de un error y este se debe a que la inversión no depende de los beneficios realizados en el pasado, sino de las perspectivas de beneficios futuros. Los economistas ortodoxos han realizado numerosos estudios econométricos para tratar de probar que un incremento de los impuestos se traduce en una caída de la inversión. No existe en Europa o en los Estados Unidos un trabajo econométrico que haya encontrado una correlación entre la disminución de la tasa de los impuestos a los beneficios y el incremento de la inversión. Esta relación es, en el caso argentino, bastante clara puesto que la disminución de los impuestos durante el gobierno de Macri no se tradujo en un incremento de la inversión local ni en la llegada de inversiones extranjeras, sino que al contrario hubo una fuga de capitales. Durante el período 2016-2019 la disminución de la tasa más elevada aplicada al impuesto a los bienes personales se tradujo en una disminución de la recaudación fiscal de 7 puntos del PIB. A esto hay que agregar un argumento aun más fantasioso según el cual el impuesto limitaría las inversiones extranjeras lo que implica suponer que este impuesto se cobraría a los extranjeros no residentes dueños del capital invertido.
3. El valor de lo recaudado es bajo con respecto a los otros impuestos, y que el aporte es solo una práctica burocrática orientada a penalizar a los ricos más que una verdadera política impositiva.
Uno de los mayores problemas que tiene la economía argentina es que existe una fuerte concentración del ingreso y una estructura fiscal sesgada favorable a los más ricos. El 10 por ciento de los agentes económicos que gana más se apropia de más del 32 por ciento del ingreso total.
Concentración
Es necesario recordar que la concentración del ingreso en Argentina es particularmente dañina para el crecimiento económico ya que, como lo mostró Facundo Alvaredo de l’Ecole Economique de Paris, las 1040 familias argentinas más ricas recibían 2,49 por ciento ingreso total en 2002, lo cual equivalía a unos 12.500 millones de dólares por año de esa época. Es probable que hoy la proporción sea superior.
Entre esas famillias están Macri, Rocca, Pérez Companc, Bulgheroni, Eurnekian, Brito, Bagó, Werthein, Elsztain, Costantini, De Narváez, Pescarmona, Eskenazi, Coto, Blaquier, Grobocopatel, López, Roemmers, Braun, Belocopitt, Sutton, Madanes, Sigman, Supervielle. Es bastante claro que semejante concentración les da una enorme capacidad de ejercer presiones financieras capaces de dañar las políticas económicas de los gobiernos. Las recientes presiones para imponer devaluaciones favorables a sus negocios lo muestran holgadamente.
Finalmente, está el argumento ideológico que sostiene que los impuestos son una traba al crecimiento económico ya que el Estado es un pésimo administrador y que el sector privado es más eficiente. La historia económica reciente no valida este aserto habida cuenta de la Gran Recesión de 2008. Al contrario, la baja de los impuestos aplicada por Reagan y Thatcher empezó a tener efecto a partir de mediados de los años '80 y la tasa de crecimiento disminuyó. Se ingresó en un sombrío período que Lawrence Summers que fuera jefe de los asesores económicos del presidente Clinton llama el estancamiento secular.
Sistema regresivo
La disminución de la tasa crecimiento del Producto en los países avanzados se debe a que los más ricos dejaron de invertir como lo hacían antes porque hubo una caída de la demanda efectiva. Y el incremento de sus ingresos, en lugar se ser invertido, fue esterilizado en un incremento del patrimonio improductivo.
Piketty expuso esto de manera clara explicando que la tasa de crecimiento del Producto global era inferior a la tasa de rendimiento del capital porque había una concentración del ingreso en pocas manos y esto debido a la política fiscal regresiva. Es una anomalía en el sistema capitalista ya que la inversión incluye un cierto progreso técnico que debería hacer que la tasa de crecimiento sea superior a la tasa de rendimiento del capital.
El Aporte de las grandes fortunas no se orienta sólo a una disminución de las desigualdades económicas, sino que es una vía hacia una mayor eficacia del sistema económico y a la justicia social.
* Doctor en Ciencias Económicas de la Université de Paris, Autor de La economía oligárquica de Macri, Ediciones CICCUS, Buenos Aires 2019.