Cuando Soledad Casals era chica, una de las mayores aventuras que tenía con sus hermanos era salir corriendo a tapar la producción familiar de ladrillos para protegerlos de la lluvia. “Ladrillo de adobe sin quemar que se moja, es un ladrillo que se pierde”, advierte. Soledad, quien se enorgullece de ser la quinta generación de ladrilleros, hoy se desempeña como secretaria de Género de la Unión Obrera Ladrillera (Uolra) y busca que se visibilice el trabajo de las mujeres en la actividad. “Cuando vas a un horno, las mujeres te dicen ‘no trabajo, yo ayudo’, por más que trabajen a la par o más que los hombres”, dice en diálogo con Página|12.

Para fabricar un ladrillo se tiene que hacer una mezcla con barro. “Eso lleva una liga, antiguamente era bosta de caballo, que todavía se usa en algunos lugares, y ahora es con papel, viruta o cáscara de arroz”, cuenta Soledad. Esa mezcla va al pisadero, donde se remueve como las uvas de la vendimia durante ocho horas -o más- hasta que se forma el adobe y se pone en un molde de madera.

“El corte o armado del ladrillo es como desmoldar un flan. Se hace en el piso, todo a mano, y se apilan para que se sequen al aire. Después de días de ese fraguado, se arma una pirámide con ladrillos de adobe y se dejan espacios para tirar leña para hacer la quema. Eso puede llevar un día entero o dos. El viento es clave para la quema y la lluvia te puede arruinar toda la producción porque lo que se moja, no se recupera. Un horno chico, como tienen los emprendimientos familiares, produce 10 mil o 15 mil ladrillos.”, explica la integrante de la Uolra.

Soledad nació en 1982 en Santa Elena, Entre Ríos, y es la tercera de 13 hermanos. Su bisabuelo llegó de Catalunya hasta la localidad entrerriana donde funcionaba el frigorífico inglés Bovril. El modelo agroexportador necesitaba también de la producción de ladrillos que durante generaciones hizo la familia Casals, entre muchas otras. “Mi papá siempre trabajó en ladrillería y al mismo tiempo laburaba en el frigorífico. Pero en los ‘90 cierra el frigorífico con las políticas neoliberales y nos tenemos que ir de Santa Elena para buscar trabajo en otro lugar”, lamenta Soledad.

Recién en 2003, poco antes de que Néstor Kirchner ganara la presidencia, uno de los tíos de Soledad le propone a la familia volver a la localidad entrerriana porque “se va a empezar a mover” la venta de ladrillos. “En ese momento en Entre Ríos se pagaba en federales, que valían la mitad de un patacón -recuerda-. Pero a partir de la llegada de Kirchner los ladrillos se vendían calientes (gracias al impulso de la obra pública). Llegamos a vender 100 mil ladrillos por mes”.

“Todos conocen un ladrillo, pero nadie sabe de dónde viene”

Según Soledad, la actividad ladrillera está invisibilizada porque “la mayoría de los ladrillos del país se hacen en emprendimientos de la economía popular”. “Todos conocen un ladrillo, pero nadie sabe de dónde viene”, señala. En 2014, después de ver a integrantes de la Uolra firmar un convenio en Casa Rosada, Soledad se contactó con el delegado provincial del sindicato para conformar una cooperativa.

Ese mismo año, nace la cooperativa Fátima. “Elegimos ese nombre porque estamos en el barrio Fátima, que es uno de los más vulnerados de Santa Elena, y estamos orgullosos de nuestro lugar y nuestra gente”, afirma Soledad. A su vez, Fátima forma parte de una marca, Manos Entrerrianas, que integran otras cooperativas de la provincia. “Antes no podíamos pelear un buen precio y era el intermediario el que se quedaba con mayor ganancia. Pudimos mejorar mucho”, sostiene la integrante de la Uolra.

Además, Soledad señala que el sindicato “llevó la universidad a la ladrillería”. “La actividad no ha tenido mejoras tecnológicas en los últimos 100 años y el ladrillero siempre hace sus propias herramientas. Nosotros articulamos con la Universidad Autónoma de Entre Ríos para diseñar herramientas más livianas. Hoy tenemos nuestro propio taller para diseñar y hacer las herramientas”, celebra.

En 2018, Soledad fue electa como parte de la comisión directiva de la Uolra y se convirtió en la primera secretaria de Género en la historia del sindicato. “El secretario general, Luis Cáceres, toma la decisión de que los ladrilleros sean protagonistas de la organización gremial. Se reconoció a los trabajadores de las cooperativas, cuatro mujeres somos parte de la conducción del sindicato y hay representantes de la comunidad boliviana, que muchos de sus integrantes trabajan en las fábricas”, destaca.

Soledad y sus compañeras de la Uolra llevan adelante una campaña junto con la ICM (la central Internacional de Trabajadores de la Construcción y la Madera) en el marco de los 16 días de activismo contra la violencia hacia las mujeres. “Adquirí mucha experiencia en la organización. Yo sé lo que es la actividad, que hay que salir a tapar cuando llueve o cómo hay que apilar los ladrillos. Mi bandera es mi testimonio de vida y cómo el hecho de organizarse puede cambiarle la vida a las personas”, concluye.

"Trabajo, no ayudo"

A partir del 25 de noviembre, se realizan actividades en el marco de los 16 días de activismo contra la violencia hacia las mujeres. “La ICM (la central Internacional de Trabajadores de la Construcción y la Madera) lanzó su campaña con el eslogan ‘Segura en casa, segura en el trabajo’. Nosotros lo tomamos, pero le agregamos el nuestro que es ‘Trabajo, no ayudo’ porque tiene que ver con nuestra identidad como trabajadoras”, explica la secretaria de Género de la Uolra, Soledad Casals, y señala que muchas ladrilleras no se consideran a sí mismas trabajadoras.

“Vos vas a un horno, que en la mayoría de los casos está en las casas de las familias ladrilleras, y podés ver a una mujer que está cubierta de barro de la cabeza a los pies. Pero cuando vos le preguntás si trabaja te dice que no, que ella ayuda -manifiesta Casals-. Por eso en la campaña de la ICM sumamos nuestro eslogan, para que la mujer ladrillera escuche eso y pueda empoderarse y reconocerse como trabajadora”.

La secretaria de Género sostiene que incluso su madre, que trabajaba a la par que su padre, no se consideraba trabajadora ladrillera. “Mi mamá llevaba siempre un ladrillo en la cartera, atenta a cualquier oportunidad de hacer una venta. Pero ella decía ‘no, yo no trabajo’”, cuenta.

“Siempre está el mate de por medio a la hora de hablar con las compañeras en los tabiques -dice a Página|12 Cintia Nasetta, colaboradora gremial de la Uolra en Santiago del Estero-. Íbamos haciendo juegos, poniendo en columnas qué actividades hacían los varones y cuáles las mujeres. Ahí muchas veían que además de trabajar están con los chicos, realizan tareas de cuidado y cocinan”.

Durante la pandemia, agrega Nasetta, fueron las mujeres ladrilleras las que se organizaron para garantizar viandas. “La pandemia lo que hizo fue profundizar las desigualdades que había en el territorio. Las compañeras tienen dificultades para hacer las tareas con sus hijos, pero buscaron estrategias para tender redes y brindar alimentos con las restricciones sanitarias”, destaca.

La campaña “Trabajo, no ayudo” se hizo en conjunto con la central gremial UGT FICA (Federación de Industria, Construcción) de Cataluña. “Siempre digo que construimos derechos a fuerza de trabajo -afirma Nasetta-. Los derechos se conquistan a partir de organización y lucha. Ese es el feminismo popular”.