Es la historia de un encuentro que bien podrían haber imaginado Ray Bradbury o Héctor Oesterheld, con un par de actores principales y varios de reparto. Dos planetas como Diego Maradona y Fidel Castro se conocieron la madrugada del 29 de julio de 1987. Fue en La Habana, pero esa reunión empezó a concretarse en Buenos Aires. La agencia cubana Prensa Latina había premiado como mejor deportista del año ’86 a un número sin par, inigualable: el diez de la selección nacional en el Mundial de México. Dos periodistas, Carlos Bonelli y Pablo Llonto, amigos y compadres, se habían fijado una misión complicada: convencer al ídolo argentino de viajar a la isla. Tenía que recibir el magnífico trofeo de cristal realizado en Bohemia, una región de la ex Checoslovaquia (hoy República Checa) célebre por la fabricación de artesanías con ese tipo de material.
“La votación era a fin de año, no me acuerdo si en diciembre y la entrega del premio era siempre en el verano cubano siguiente, a mediados de año. Carlitos hizo la primera gestión y la respuesta de Diego fue no. Porque él pensaba que el tema se iba a politizar. Es entonces cuando Bonelli me habló a mí para que lo convenza a Maradona de ir y sacarle la idea de que lo iban a enfrascar políticamente en algo. Había que explicarle un poco la humildad con que lo premiaban los cubanos, la necesidad de que ellos le iban a dar el premio por primera vez a un deportista superprofesional y lo especial que era para Cuba entregárselo en La Habana”, cuenta Llonto, amigo del jugador de Nápoli en esa época.
-¿Cómo hicieron entonces para intentar que Diego revisara su decisión inicial de no viajar?
- Le dije a Carlos: hagamos una charla en la casa de Maradona aprovechando que se estaba por disputar la Copa América del ‘87 en la Argentina, la que ganó Uruguay. Diego había llegado para jugar ese torneo unos días antes. Dalma era muy chiquitita, creo que tenía tres meses. Entonces fuimos al departamento que tenía en Correa y Libertador, frente a la ESMA. Hablamos, estuvimos como dos horas y los argumentos de él eran que no quería mezclarse con la política y nosotros le decíamos que no, que era un premio periodístico, que lo habían votado los periodistas. Bonelli ya me había advertido: “Mirá que Diego no quiere viajar porque teme que lo usen políticamente, que digan que apoya al comunismo”.
-¿Pero finalmente lo convencieron?
-Él todavía estaba en un momento que no se jugaba políticamente por nadie. Aunque ya mostraba inquietudes sindicales y tenía una simpatía por el Che. Pero se negaba, no había forma por donde entrarle y en un momento que estábamos mateando él dijo bah, voy a ir, pero con una condición. Y nos aclara: "Voy a viajar con siete mujeres". Nos miramos y parecía que eso arruinaba todo. Y en esos 30 segundos de silencio nuestro empieza a reírse y a contar con los dedos de una mano: Doña Tota, la Claudia, Dalmita, la mamá de Claudia y las hermanas y nombra a siete. Y se empezó a cagar de risa y efectivamente era la condición que ponía de que fuera su familia, porque después viajó también Fernando Signorini y obviamente Carlitos.
- Vos no pudiste viajar pero Bonelli te contaba lo que sucedía desde la isla. ¿Él hizo la cobertura del encuentro para el desaparecido diario La Razón?
-Yo lo llamaba desde Clarín y él me iba contando lo que pasaba en Cuba con Diego y un día me explicó que salió a caminar con Maradona y él le dijo asombrado: pero acá no hay ni un nene descalzo y me acuerdo que eso lo publiqué. Nadie la daba bola a ese viaje, salvo La Razón de Timerman que publicaba las notas de Carlos.
La entrevista con Llonto, quien además es abogado querellante en varias causas por delitos de lesa humanidad, desparrama varios recuerdos que, como notas al pie, coinciden con un artículo reciente de Fausto Triana, de Prensa Latina. El encuentro entre Diego y el comandante Castro se gestó en La Habana. Esa fue el segundo capítulo de la historia que siguió a la reunión en el departamento del barrio de Nuñez. “Cómo se dio, él que sabe eso es Carlos. Yo no tuve que ver, solo ayudé a destrabar el viaje y que fuera a Cuba, pero no como pusieron en algún lado que fui el puente con Fidel, eso se gestó en Cuba. Nunca habíamos hablado del tema antes de que fuera para allá”, aclara el periodista.
Triana menciona en su nota del 25 de noviembre –el día en que murió Maradona – que a Diego lo recibieron en la isla su compañero Elmer Rodríguez, editor jefe de la época, y otro periodista argentino: Víctor Ego Ducrot, entre más personas. Llonto se había quedado en Buenos Aires y viajaría al año siguiente a Cuba. Por esa época, Mario Bonino hacia las encuestas para la agencia cubana que elegía al mejor deportista de Latinoamérica. Era un trabajador de prensa de la UTPBA al que asesinarían seis años después por razones políticas durante el gobierno de Carlos Menem. Su cuerpo fue encontrado en el Riachuelo el 11 de noviembre de 1993.
-¿Aquel encuentro con Fidel fue clave para la posterior politización de Maradona?
-Sí, sin dudas, no solo porque quedó impactado, flasheado. Ahí se abrió una relación oficial con Fidel, pero también con Cuba, con el partido. Me decía que el comandante era como su segundo padre, me lo dijo dos o tres veces, aunque no recuerdo nada espectacular de lo político. Sí de lo afectivo. Me acuerdo del día que me contó que se iba a tatuar a Fidel en la pierna y efectivamente después se lo tatuó. Primero lo había hecho con el Che. Él averiguaba o hacia preguntas sobre el Che y me acuerdo que tenía una cosa de piel muy fuerte con la historia del yate Granma que inició con su expedición a la isla la Revolución.
-Mencionaste que Diego tenía una simpatía previa por el Che. ¿Te confió alguna vez de dónde venía?
-Él todavía no era campeón mundial y jugaba en Italia. Hablábamos bastante por teléfono antes de México ‘86, cuando estaba en Nápoles. En una de esas charlas me contó que por un reclamo de premios para todo el plantel, tuvo una discusión con el presidente del Nápoli y en ese conflicto Diego le decía que no iban a jugar y Corrado Ferlaino le preguntó: “Diego, ¿y vos quién te creés que sos? ¿El Che Guevara?” Y él le respondió: “Sí”. Yo me reí y le pregunté: “¿Le dijiste eso?”. Y además me contó que al otro día hubo una movilización en Nápoles y que en una de las banderas que llevaban estaba la cara del Che. Todo eso me lo contó telefónicamente. Yo estaba recontento porque de aquel Diego que visitaba a todo el mundo político antes de las elecciones del ‘83 y le daba por igual cualquier candidato, a ese que respondió lo del Che Guevara, había una distancia. Cómo estaba emocionado por esa bandera del Che, es evidente que algo ya había incorporado de su historia.
-¿Cómo recordás la relación que se estableció entre Maradona y el líder cubano después de la gestión que hicieron Carlos Bonelli y vos para ese encuentro?
-Creo que Diego en un momento de su vida empezó a sentir las injusticias con mucha fuerza y a protestar por eso y a hacer algo contra eso. Si pensás la vida de él, se va consolidando un tipo al que le van pegando mucho las injusticias y siente dolor y se queja, pero además tiene ganas de hacer cosas. Por eso el Diego protestaba contra la FIFA, por eso el Diego protestaba contra el oro del Vaticano y también contra un montón de cosas, dentro de las contradicciones que tenemos todos. Maradona encontró en Fidel, el Che y en Chávez… evidentemente un costado político que él también tenía, sin saberlo tal vez.
PD: Llonto fue delegado gremial en Clarín hasta 1999. Cuando la empresa le prohibió la entrada al diario en octubre de 1991, Maradona se solidarizó con él y le negó entrevistas al diario entre 1992 y el Mundial de Estados Unidos ‘94. Un gesto inédito que marca su conciencia de clase.