Apenas ayer vi una película que ya había visto. Recordaba que su visión primera me había disparado una nota sobre el comportamiento errático de la realeza británica ante la muerte de la princesa Diana. Olvidé la nota. Pero el estrépito por la muerte de Maradona me hizo recordar a los escándalos del Reino Unido ante la accidentada muerte de la díscola y popular Lady Di. La película se llama (previsiblemente) The Queen (La Reina) y está dirigida por el refinado Stephen Frears, que filmó a fines de los ochenta una versión notable de Las relaciones peligrosas, con tres actuaciones antológicas: la de John Malkovich, la de Michelle Pfeiffer y la de Glenn Close. Este film de Frears (el que nos ocupa, La Reina) tiene también formidables actuaciones. Helen Mirren (quién si no) hace de Isabel II y Michael Sheen de Tony Blair. ¿Qué problema se les presenta a estos dos personajes cuando Lady Di queda hecha trizas bajo un túnel perseguida por fotógrafos y periodistas de toda clase. Fue una muerte absurda: la princesa era joven y se había divorciado del príncipe Carlos, famoso por una frase de supuesto amor acaso memorable: “Quisiera ser tu tampón”. Ingenioso el hombre. Pero, ¿por qué trascendió esta frase? Porque la corona británica vivía más vigilada que Cristina K. bajo MauMac.
El periodismo británico (o gran parte de él) es amarillista hasta la náusea. Y el amarillismo necesita vender diarios y revistas que ofrezcan escándalos de celebridades a sus lectores. Los cuales creen participar de ese mundo glamoroso que los fascina comprando esos materiales. Que, suponen, pondrán algo de color en sus vidas grises. Aquí, en este país, cierto día apareció la revista “Caras”. Era la apoteosis de la farra menemista, a la que seguía y expresaba. Se vendió abundosamente. Hasta yo recomendé comprarla. Diciendo: “Cómprela. Coma mierda, millones de moscas no pueden estar equivocadas”.
Cuando se produce la muerte de Lady Di, en un auto de súper lujo y en íntima compañía de un petrolero árabe lleno de millones al que llamaban Dodi, la prensa inglesa advierte que le llegan días de gloria. Días en los que habrán de ganar mucho dinero, ya que ésa es para ellos la gloria. Ocurre algo inesperado. El 17 de octubre de Lady Di. Las masas de todos los lugares del país van hacia el Palacio de Buckingham para llevarle flores a la desmedidamente querida “princesa del pueblo”.
¿Qué había hecho Lady Di para merecer todo ese batifondo? Era una chica simpática, alta, lindas piernas, ojos muy grandes y sonrisa cautivante. Además, era buena. Se sabe que los miembros de la realeza gustan hacer beneficencia con los desdichados. Así, se los ve frecuentemente rodeados de negritos africanos. Es el síndrome Jane Fonda. Pero Jane tiene un genuino talento actoral, piensa por sí misma y bien y hasta se abrazó a los cañones del Vietcong. La princesa del pueblo visitaba África, India o Pakistán, con menos frecuencia. Se retrataba tal como el Manual del Buen Monarca lo requiere: rodeada de negritos hambrientos y seducidos por el Hada Real que se atrevía a tocarlos. Además, la chica era abierta a los romances y bastante turbulenta. Todo para gloria de los paparazzi que la seguían hasta bajo la cama.
Epa, se hace torta contra la columna de un túnel. Horrible muerte. Los médicos reciben lo que queda del cuerpo y poco pueden hacer. Se muere sufriendo, con dolor. Nadie merece algo así. Y el pueblo británico se desboca. Miles, cientos de miles, millones con velas y flores acuden al Palacio Real. La Reina. decide ignorar todo. Quiere un velatorio privado, para la familia. Dice “Nosotros los ingleses amamos la intimidad, la sobriedad. Y eso nos hace respetables en todo el mundo”. Olvidó las atrocidades de los ejércitos británicos en la India, China y en cuanto territorio colonial se hayan anexado. La historia de los grandes imperios se escribe con sangre. Odia, Isabel, el populismo de Lady Di. Pero ahí está Tony Blair, que es laborista, que acaba de ganar ampliamente las elecciones y que sabe cómo capitalizar esta situación endiablada. Por fin, la familia real, que estaba de vacaciones, vuelve a Londres y hasta acepta poner la bandera a media asta. Isabel II junta coraje y sale a encontrarse con el pueblo sufriente. Con algunos motivos, desconoce a su pueblo ¿Qué significa tanta exaltación de los sentimientos? ¿Nos hemos vuelto bárbaros los británicos? La quieren velar en el Palacio de Buckingham. ¡Jamás!, dice la reina. Finalmente la velan en la Abadía de Westminster. Los invitados horrorizan a Isabel: cantantes, bailarines, actores y actrices de cine y teatro. Hasta Elton John va a cantar. Horror, ese gay. ¿Cómo la Corona Británica se va a mezclar con esa gente?
Hay mensajes del pueblo que piden la abdicación de la monarquía. Tony Blair se lo dice a Isabel II: “Puede caer la monarquía”. Bien, seamos sinceros: qué lástima, qué oportunidad perdida. ¿Cómo pueden existir las monarquías en pleno siglo XXI? Los franceses hace rato que le cortaron la cabeza al abúlico de Luis XVI y a la arrogante María Antonieta. Y hasta en la misma Inglaterra Oliver Cromwell había traspasado todo el poder al Parlamento, aunque duró poco. Las monarquías son una rémora del pasado. Pasto para revistas frívolas o programas de tevé abiertamente estúpidos.
Hay un paralelismo entre las muertes de Lady Di y Diego Maradona. A Maradona se lo veló en la Casa Rosada. ¿No es un gesto desmedido? ¿Dónde se los veló a Piazzolla, a Horacio Salgán, a Mariano Mores? No voy a decir (como han dicho) que era apenas un jugador de fútbol. El fútbol es una pasión que atrapa el corazón de las multitudes. Y es un deporte hermoso, el mejor de todos, creo casi sin dudar un segundo. Pero habría que establecer otra distribución del dinero que entra en las arcas del fútbol. Argentina ha llegado casi al 45 por ciento de pobreza. La mortandad mundial infantil es enorme, desorbitada. El mundo de hoy es el más desigual de la historia. Entre un 1 y un 8 por ciento se llevan toda la riqueza. Los demás sobreviven o mueren.
¿Y si le aplican a Maradona el impuesto a las grandes fortunas? Pero no: van a dejar que todos los codiciosos que puedan morder algo se arrojen sobre ese patrimonio. El mundo está horriblemente organizado. Y se va a seguir así aunque no se pueda. Porque se sabe que así no va más.