La muerte del futbolista más grande de todos los tiempos continúa produciendo efectos: aún lloramos a Diego Armando Maradona y no queremos soltarlo. En el cierre virtual de la cuarta edición del festival de no ficción Basado en Hechos Reales (BHR), “La mesa del 10: cómo narrar a Dios”, el escritor y cronista mexicano Juan Villoro junto con los periodistas argentinos Ezequiel Fernández Moores y Julieta Roffo, moderados por Bárbara Pistoia, analizaron los desafíos de escribir sobre una figura tan venerada como contradictoria. “Maradona seguirá jugando de múltiples maneras: desapareció de la realidad para inscribirse en la mitología –planteó Villoro-. La relación que tendremos con él en el futuro será por un lado paranormal, se le atribuirán toda clase de milagros, que ya se le han atribuido en la iglesia maradoniana. Si gana Argentina su próximo partido, será por Maradona. Y como Gardel cada vez cantará mejor. Esa dimensión mítica solo puede crecer porque los mitos no dependen de realidades sino de la devoción de la gente”.

Fernández Moores señaló que como “Dios cercano” provocó que todos tuvieran una experiencia personal para contar. “Estábamos en eso que podría ser ‘el periodismo selfie’: esta fue mi selfie con Diego. Mi experiencia más cercana había sucedido en Italia 90, cuando Diego estaba corriendo en una cinta, entrenando, con un tobillo que parecía un melón, y al día siguiente iba a jugar una semifinal de un mundial. Eso me parecía increíble. Entonces en vez de mirarlo a Diego, yo solo miraba su tobillo –confesó el autor de Díganme Ringo y Juego, luego existo, que cubrió ocho copas mundiales de fútbol-. Más que al artista, ahí vi al guerrero Maradona, porque lo que estaba haciendo no era humano en términos de sacrificio. Toda esa humanidad sacrificial podía ser para deleite de muchos, pero implicaba también ese camino hacia su autodestrucción; es muy difícil hablar del ídolo cuando el ídolo se va autodestruyendo y ya no tiene 20, 30 ni 40, sino que tiene 60 y todos sentimos que en ese sacrificio hay algo que se va a terminar”.

Villoro recordó el paso de Maradona como director técnico de Dorados de Sinaloa en 2018, un equipo mexicano que estaba “en el sótano de la segunda división” y llegó a dos finales consecutivas de torneos cortos. “No logró ascender, pero que los hubiera llevado a dos finales consecutivas fue una cosa increíble”, ponderó el autor de Dios es redondo y esbozó una suerte de perfil de cómo estaba entonces. “No podía caminar y de pronto mostraba al bailar una cumbia, un ritmo que sólo podía tener él, que conservaba algo de la magia corporal, pero muy poco; hablaba con enorme dificultad y sin embargo irradiaba ese liderazgo y ese cariño que siempre irradió en el campo. Lionel Messi es alguien que reproduce las hazañas de Diego, Valdano dijo que es Maradona todos los días, pero no triunfa en la ocasión propicia ni logra como Diego ese liderazgo liberador para los demás”, comparó el autor de El testigo, novela con la ganó el Premio Herralde.

“Diego fue un líder en la cancha que no hemos visto nunca más”, precisó Villoro. “No es casual que triunfara con la Argentina de Bilardo, que había llegado muy cuestionada al mundial de México 86, o con el Napoli, que desde hacía más de medio siglo no había ganado nunca un scudetto; entronizarse en escuadras pobres era una especialidad de Diego. No solo la adversidad sino hasta la paranoia la utilizaba para crear grupo. En ese sentido, tenía esta capacidad de ser como el Espartaco del fútbol, el rebelde continuo, y la capacidad emocional de conectar con la gente, que también tiene que ver con sus descalabros personales”. Para el escritor mexicano no se puede separar en partes a Maradona. “Si lo juzgamos como futbolista, hay que ver los prodigios que hizo en el campo, pero como ser humano fue tan falible, tan excesivo, tan desaforado, tan radical, tan generoso y tan caprichoso, todo eso que lo convirtió en una figura con la que difícilmente no se tenga empatía. La vida de él se escribe como una ópera de Puccini; esta enorme condición melodramática de excesos ayudó a crear lo que ahora vemos: esta conexión sentimental que muchos ni siquiera sospechábamos en nosotros”. Una característica “muy especial” para el autor y cronista mexicano es que Maradona es “la figura pública que más veces ha aceptado haberla cagado”. “No recuerdo otra figura de esas dimensiones que se haya increpado a sí mismo tantas veces. Esa condición del héroe, el Dios de los pies pequeños, que podía conectar sentimentalmente con la gente, lo hizo absolutamente único”, afirmó Villoro y agregó que este duelo gigantesco “uno tiene miedo que termine porque ahora que somos débiles la verdad es que nos vemos mejor”.

A Julieta Roffo le llamó la atención la presencia en las calles de muchos chicos que no lo vieron jugar. “Estos pibes pudieron haber visto todos los goles de Maradona, todos los partidos y documentales de Maradona, pero nunca vivieron en tiempo real esa cosa hermosa que fue ilusionarse de la mano de Maradona. Esas generaciones que no vieron a Maradona, ¿Qué Maradona construyen? Esas generaciones están narrando a Maradona ahora mismo, sin haber estado en la popular o en la platea o en la casa, sintiendo esa ilusión en vivo, que me parece una experiencia irreproducible. Esa es una de las maneras en que seguirá el fenómeno Maradona en los próximos tiempos”, anticipó la periodista. “Lo que vi es la orfandad de muchos varones que se permitieron llorar en público; muchos decían yo lo miraba con mi papá y mi papá está muerto y ahora se vuelve a morir otro papá. El fin de cualquier ilusión genera una sensación de desamparo”, aseguró Roffo y destacó “la lógica de la movilidad ascendente” que representa Maradona desde lo deportivo y lo social.

Fernández Moores advirtió cómo Maradona continúa generando problemas. “El seleccionado de rugby ha vivido un escándalo histórico porque no estuvo a la altura del homenaje internacional más impresionante que le hizo la selección más poderosa del deporte mundial; ofrecen algo sagrado para ellos, que es su camiseta All Blacks. Ellos le dedican la camiseta y los Pumas le dedicaron una tirita negra que se pusieron, y sonó más como un desprecio que como un homenaje. Desde el cajón, Diego sigue obligando a las clases más acomodadas de este país a verse en el espejo”, subrayó el periodista y aportó una anécdota que le contó el periodista deportivo Daniel Arcucci, cuando caminaba con Diego por la campiña suiza ante la indiferencia de muchos. “Este es el lugar ideal; acá estarías bárbaro”, opinó Arcucci. “Ni loco, me muero a los dos días”, admitió Maradona. “'Necesito que necesiten de mí', dijo una vez. Esa fragilidad que quedó expuesta más en el Diego final lo hizo muy cercano y aprendí a quererlo más en toda esa última etapa que en la etapa del guerrero glorioso”, reconoció Fernández Moores.

Maradona articulaba identidades desde los márgenes. Villoro, que cubrió el Mundial de Italia 90, repasó cómo el líder de la selección llegó a jugar la semifinal con Italia, nada menos que en el estadio San Paolo, que ahora se llama Diego Armando Maradona. “Antes del partido construyó una identidad que ya había construido en Nápoles. Diego decía: 'Cuando juego para el Nápoles y voy a Milán o a Turín, veo pancartas que dicen: ‘africanos, bienvenidos a Italia, lávense los pies’. Así nos trata la otra Italia; los verdaderos napolitanos somos los argentinos. Somos la Italia del sur que ahora regresa a jugar por ustedes'”, evocó el mexicano el discurso de Maradona previo a ese partido “del corazón dividido”, que terminó empatado y se definió por penales. “Todos fueron silbados hasta que llegó el turno de Diego y anotó con una displicencia elegantísima, que solo podía tener él, y el público lo aplaudió con lágrimas en los ojos; idolatraban a su verdugo. Si esto no es una ópera, yo no sé qué es”. Villoro subrayó que en Sinaloa, una ciudad del béisbol, bastión del narcotráfico, logró que se llenara un estadio que nunca se llenaba. “La barra más conocida era la de un señor que se llamaba solo y mi hijo, porque él iba solo con su hijo; esa era la barra del equipo. Esa capacidad de Diego de construir identidades, de asociarse con el lugar como si fuera de ahí, es el espejo que necesita todo aquel que corteja a las multitudes. Inventó lo que hizo en el foro, pero también inventó su coro griego”, concluyó Villoro.