Digo lo de malón porque estos días nuevamente tuvimos paisanos argentinos con otras lenguas y culturas caminando por la muy colonial ciudad de Salta. Y se volvió a escuchar esa palabra en algunos medios.

Quizás resultaba graciosa –la palabra malón, digo- en el siglo pasado y hasta servía/ sirve, desde la ironía del mismo sujeto cultural -el Cortázar de “Las puertas del cielo”, por ejemplo- que la emplea para definir un lugar (el suyo) de hombre (la mujer era/ es una costilla o peor, un apéndice, en el sentido anatómico) con rasgos europeos (¿?) en oposición a los que tiene el otro/a, el/ la monstruo provinciano/ a, mezcla de genes criollos, indios y negros (africanos, aclaramos), que alimentaría y alentaría al general con cara de indio y un tanto cetrino en su color y sus banderas, junto con otros desplazados de sus lugares por las guerras y el hambre y que se hacinaban en conventillos de la ciudad portuaria en los que el cocoliche era la lengua franca, cuando no eran llevados como colonos a las provincias, todos mezclados. Y mezclados en una plaza y con las patas en la fuente se encontraron en el 45.

* Estas oraciones con tantos recovecos cansan y no es bueno que estén en un texto que pretende dialogar. Traduzco: “malón” sigue violentando a quienes no tenemos rasgos europeos, puesto que nos invisibiliza (ese fue su propósito inicial y lo sigue siendo), quitándonos la historia y memoria que portamos aún en nuestros cuerpos, a pesar de que muchos de nosotros hemos perdido nuestra lengua materna. Y también violenta a otros pobres que incluso, y hay muchos, tienen perfectos rasgos europeos. Malón, aluvión zoológico, hordas, villeros, piqueteros, peronios, morochos, cabezas participan del mismo gesto de nombrar adjetivando que se arrogan los que detentan el monopolio del sentido.

Y, ya sin ironía, era habitual su empleo decimonónico, cuando esa palabra era oportuna y hasta necesaria para los dueños, los nuevos dueños de estas tierras, y de las palabras, tanto las que se hablaban en las estancias y en las ciudades como las que fijaban en papeles pensamientos, hechos, estéticas y, por supuesto, leyes. Leyes para disponer de las cosas -cuerpos de indios, negros y pobres, entre ellas, puesto que el monstruo es una cosa.

* A propósito de la ironía, todo un género literario si está escrita; y ya sin ella y hablando de ella, ¿cabe la ironía cuando se habla de un ser humano que muere?, ¿cabe usarla empleando “malón”, por ejemplo? ¿Si, de hecho, no solo con ironía, sino con un abierto racismo se emplea esa palabra?

* “Las palabras y las cosas” es un libro del 66, Michel Foucault lo escribió y significó todo un hito en el pensamiento occidental ilustrado (este adjetivo que seguramente a este neokantiano le habría provocado una sonrisa quiere en esta oración quedarse en su más estricto uso pedestre). No me interesa hablar de Foucault, sí de las palabras y las cosas, lo que hacen aquellas sobre las segundas, en una sucesión que no es tal y lo que hacemos ahora, cuando escribo y me leen. Estamos en el cómodo espacio de lo decible, del discurso que, por supuesto, es y no es ocioso e inofensivo y no. Y permite y justifica -desde ese no lugar- muerte y dolor. Malón, dicen por ejemplo, y no se inmutan.

Abya Yala, Grand Bourg, política

Lo que escribe-investiga-dice-y luego publica en 1966 Foucault es una arqueología. El nacimiento de las ciencias sociales, el nacimiento y entronización de la ciencia desde el racionalismo europeo que tanto hombre unidimensional justificó, justifica. Y no hablamos del imperialismo todavía, hablamos, en primer lugar, de lo que ese pensamiento inhumano hizo con los propios europeos; Occidente los reticuló, domesticó, encarceló, confinó, civilizó y medicalizó (esto último más recientemente). Y, ya ordenado el mundo en el Viejo Continente, y habiendo quemado brujas y herejes, ese Occidente -curas y burgueses y su racionalismo-racismo-racialismo- exportó a otros lugares su iluminación, a tierras donde era más fácil esa imposición puesto que no hablaban ni pensaban (ni hablar de sentir, puesto que estos adelantados le negaban potencia a esto del afecto y otros regímenes dejados de lado, más precisamente dentro de la órbita de la religiosidad y del pensamiento mágico, ritual, irracional, en un contradictorio frente). Me cansé. Pensar y sentir de corrido, cansa.

* “Además está el olor, no se concibe a los monstruos sin ese olor a talco mojado contra la piel, a fruta pasada, uno sospecha los lavajes presurosos, el trapo húmedo por la cara y los sobacos, después lo importante, lociones, rimmel, el polvo en la cara de todas ellas, una costra blancuzca y detrás las placas pardas trasluciendo” (la cita podría ser: “La fiesta del monstruo”, o “Las puertas del cielo”, para el caso son casi iguales Bioy, Borges y Cortázar).

* Abya Yala es una denominación que, no sin problemas, intenta nombrar a un continente desde la diversidad, el que ahora es América, para -dicen- comenzar a nombrarnos nosotros mismos de nuevo después de más de cinco siglos de ser nombrados por otros.

Wichís, chorotes, guaraníes, algunos tapietes están en el Hogar Escuela. Algunos de ellos se han ido. No tenían su suelo, malo o bueno, para decir su voz y faltaba monte y sobraba ruido y autos y avenidas. Y tenían a sus familias lejos. Los que no se fueron están en la escuela. A un paso de la terminal, y del cementerio. Y del San Bernardo. Fue constante la presencia de ómnibus estacionados, afuera, no para llevarlos al Grand Bourg sino para tomar para la derecha -con ellos adentro- y por el Portezuelo salir de Salta capital, supone uno con una mala espina, clavada en y por las experiencias que ha visto. Y no. Hubo marcha y llegaron al Grand Bourg (qué nombre conveniente) con sus demandas. Y el gobernador llegó un poco tarde, pero llegó. Y saludó y se hizo selfis, y dijo: “Vamos a hacer lo humanamente posible para devolverles a ustedes lo que les quitaron” (¿quiénes?). Y habló de dignidad. “Y aquí estamos, todo el Gobierno presente... Todos aquellos que quieren acompañar y ayudar más allá de la política”, agregó en un tono conciliador, y despolitizado, quizá haciendo uso de esos dos instrumentos de la colonia, la racionalidad y la religiosidad nueva, la impuesta para unificar algo tan diverso como lo que había/ hay en estas tierras. Supongo que lo de “ayudar” y “más allá de la política” alude a las ONG. Malo sería que el Gobierno despolitice un tema que debería ser una política de Estado.

Más nombres propios e impropios

Secretaría de Asuntos Indígenas se llama ahora; hasta la anterior gestión del Gobierno provincial, tenía rango ministerial y completaba su chapa con “y Desarrollo Social”. Y piden estos días algunos medios y referentes sociales que salga de la órbita asistencialista del ahora Ministerio de Desarrollo Social, y se jerarquice como un ministerio o secretaría de Estado con autonomía de decisiones y presupuesto. Todo un cambio. ¿De nombre?, ¿de nuevo?

* Derechos. La palabra derecho, su uso, de un tiempo a este, ha funcionado como cobertura del status quo. Cuando la propiedad privada –ilustrada, capitalista, instrumental, concreta- aparece en los hechos y cualquier “otro derecho” de rango no ministerial también y entran en conflicto, los que deciden -a veces con un poco de ruido y otras, con presentaciones escritas silenciosas- deciden siempre en el mismo sentido. ¿Conflicto de derechos o de intereses? ¿Conflicto? Y por allí resuena, opacado por tanto ruido, un eco lejano de la voz de Evita: “Donde hay una necesidad hay un derecho”.

* Agua. Una de las demandas de los pobladores de las comunidades del norte de la provincia es el agua. No tienen agua. No hay agua. Y la sequía y la pandemia, y las altas temperaturas han agudizado los efectos materiales de su falta (¡lo que es el lenguaje!, estoy hablando de vidas y de muertes de hombres y mujeres, niños y viejos). Y ahora llegan las lluvias, y de nuevo el agua –inundaciones mediante- estará en el presente de estos paisanos pobres del Chaco salteño.

* Femicidio e identidad de género. Observatorios, secretarías y demás institutos de palabras oficiales para decir que se hace algo mientras siguen asesinando a mujeres. Proyectos de ley girados al Congreso. Y en las escuelas, ahora vacías, se sigue sin informar a los chicos, chicas, chiques sobre educación sexual integral. Ellos, ellas y elles, los límites de lo decible y definible. “Estamos en obra”, dicen con un cartel muy visible con sellos y plazos. Y sin obreros.

Medios y cuerpos con nombres propios

“Diego unió a buenos y malos, en un abrazo”, dicen los que hacen de decir un negocio -mirando el rating cada minuto- y llenan horas y horas con su nombre y también los que no, los que sienten que es así. Y otros, y/o los mismos de recién, aquí antes del punto seguido anterior (esta clasificación no es excluyente, como la que puso sobre la mesa Borges y que hizo sonreír con cierta inquietud al Foucault de “Las palabras y las cosas”), han llorado en silencio y con una profunda tristeza la partida del ídolo popular nacido en Villa Fiorito hace 60 años (yo, entre ellos).

* A Mona Moncalvillo la seguí escuchando por Radio Nacional cuando su programa “Dos ideas juntas” fue llevado a las 3 de la mañana, los domingos. Ese horario tuvo en el macrismo esta mujer luego de haber sido directora, con un enorme sentido federal, de esa emisora. Carlos, mi hermano mayor, compraba la Humor, y la leíamos en los 80, de modo que tenía historia y experiencia. La escuchaba en la madrugada y sentía en su voz, en el gesto de no irse de esa radio, la convicción de la resistencia de una militante. Gracias, Mona, también por eso.

* Yuthiel Alderete sigue preso, ya no lo tienen en la plaza pública, exhibido como ejemplo de mal ejemplo en la ciudad de propiedad privada, bien privada. Lo tienen en la sombra. Las familias de la toma de San Calixto siguen en la toma. A la intemperie. 

*Periodista y escritor