Mediático antes que los mediáticos existiesen, jefe de su propia prensa y su propia imagen, Oscar Bonavena convocó, uno por uno, a los cronistas de aquel entonces de la radio, la televisión, los diarios y las revistas. La cita fue en la puerta de la embajada de los Estados Unidos. Y todos concurrieron. Porque Ringo no defraudaba: si él llamaba era por algo y había nota asegurada. Cuando salió del edificio, se encendieron las cámaras y los reflectores y más o menos, se dió este diálogo:
-Ringo, ¿que viniste a hacer a la embajada?
-Vine averiguar cuantos años de cárcel me van a dar por matar a un negro...
De esta manera tan propia de él, Bonavena anunció su pelea ante Muhammad Alí. Los especialistas de la época inmediatamente supusieron una masacre, una paliza inmisericorde pero se equivocaron: el lunes 7 de diciembre de 1970, hace 50 años exactos, Ringo dejó hasta el último de sus sudores sobre el ring legendario del Madison Square Garden de Nueva York y lo peleó de igual a igual al mítico ex campeón mundial de los pesados. Perdió por nocaut técnico en el 15º y último round. Pero dejó su orgullo bien alto. Y a la Argentina flameando de la emoción: medio siglo más tarde, ese combate sigue siendo uno de las tres más importantes de todos los tiempos del boxeo nacional. Y uno de los acontecimientos deportivos mas impactantes que se recuerden.
Esa noche, solo los locos, los distraídos y los indiferentes salieron a las calles. Buenos Aires (y buena parte de las ciudades y pueblos del país) fue un páramo. Como si la pandemia se hubiera anticipado 50 años. Nadie ocupó una mesa en los restaurantes, una butaca en los cines y los teatros y un asiento en los taxis. Y hasta los amantes detuvieron sus amores. Como una compulsión extraña e inmanejable, todos quedaron imantados delante de la pantalla en blanco y negro de Canal 13 que dio la pelea con los brillantes relatos de Ricardo Arias al borde del ring del Madison y con Carlos Monzón, Amilcar Brusa y Eduardo Lausse comentando desde los estudios, bajo la conducción de Fernando Bravo y Ricardo Podestá. La marca de 79.3 puntos de rating es, aún hoy, la segunda de la historia de la televisión argentina, sólo por detrás de los 81 que hizo la semifinal del Mundial de 1990 entre Italia y Argentina. Otro país y otra tele.
Se justificaba la expectativa. Alí era el boxeador más famoso del mundo. Le habían quitado el título de los pesados en 1967 por haberse negado a combatir en la guerra de Vietnam y el 26 de octubre de 1970 había conseguido una autorización para reaparecer en Atlanta (Georgia) ante Jerry Quarry, a quien derrotó por nocaut técnico en el 4ª round. Bonavena, en tanto, era el pugilista más popular de la Argentina, pero no el más querido. A muchos argentinos les molestaba sus modos irreverentes y desbocados, su elevada autoestima y su machismo porteño. Muchos televisores se encendieron aquella noche para ver como el ex campeón del mundo despanzurraba al gran bocón nacional.
Bonavena llegó a Nueva York el 16 de noviembre. Pero en Ezeiza volvió a hacer de las suyas: denunció que Alí había mandado a ponerle una bomba al avión e hizo bajar a todos los pasajeros y a la tripulación. La idea era que se hablara de la pelea. Pero sin descuidar el entrenamiento: los 92.500 kilos que registró en la balanza fueron el mejor peso de su carrera. Y el pesaje fue un show que se puede recuperar a través de los videos de YouTube. Alí habló a borbotones y anunció que en el 9º asalto terminaría la pelea. Ringo le contestó con la picardía de Parque Patricios.
El periodista Ernesto Cherquis Bialo le fue traduciendo las bravatas de Alí y él le respondió sin quedarse atrás: con voz aflautada, lo acusó de cobarde ("chicken, chicken") por no haber ido a combatir a Vietnam, se tapó la nariz "para no sentir su olor a negro" y hasta amagó lanzarle un golpe. Para Bonavena valía todo a la hora de ganar espacios en los medios y cortar boletos. La noche del combate, 19.417 espectadores pagaron su entrada en el Madison. Fue un buen negocio de Bob Arum, cuya promotora Top Rank daba sus primeros pasos seguros en el mundo del boxeo, que aún prosiguen 50 años más tarde. También para Bonavena que cobró una bolsa de 150 mil dólares, la mayor de su campaña.
Y a esta altura, conviene hacer una aclaración. Porque la historia se ha falseado y se ha dicho que Ringo llegó a derribarlo a Alí y no fue así: en la dramática novena vuelta, el estadounidense marró un ampuloso swing de izquierda y se fue a la lona, pero por su propio impulso, no por un golpe de Bonavena, quien segundos después, lo prendió en la mandíbula con una zurda voleada y lo obligó a un amarre desesperado. Gil Clancy, el experimentado técnico estadounidense contratado para la ocasión, lo había mandando a trabajar sobre los golpes de Alí. Muy cerca estuvo la estrategia de dar resultado.
En el último descanso, del 14º al 15º round, Bonavena, sabedor de que había hecho una gran pelea pero que estaba perdiendo en las tarjetas de los jurados, desoyó las indicaciones que Clancy le gritaba en inglés y los hermanos Juan y Bautista Rago, en castellano. "Los mandé a todos al carajo y me jugúé la mía" reconoció años más tarde. Pero el albur de la mano salvadora se le volvió en contra. Con lo último que le quedaba y luego de haber recibido más de lo que esperaba, Alí pescó a Bonavena en un cruce con una izquierda en contragolpe y lo mandó a la lona. Ringo se levantó con las piernas flojas y la mirada vidriosa y siguió guapeando. Pero Alí no lo disculpó: se mantuvo cerca de él, lo derribó dos veces más y lo puso nocaut al minuto y tres segundos del asalto final.
Hasta su muerte sucedida el 22 de mayo de 1976 a las puertas del burdel Mustang Ranch en Reno (Nevada). Bonavena buscó que le dieran el desquite. Pero no tuvo suerte. Su carrera, manejada por el capomafia Joe Conforte, había dejado de interesarle a los grandes intereses del boxeo. Además, Alí y sus managers no deseaban enfrentar a boxeadores protegidos por los gangsters. Por eso, la revancha se diluyó en el tiempo. Y aquella noche fue única. Alí y Bonavena detuvieron el pulso de la Argentina. Ganó Alí. Pero Ringo, aún en la derrota, conquistó para siempre a los argentinos que le levantaron en su corazón (y en Parque Patricios) un monumento a la guapeza.