La pobreza estructural se consolida. Es la pandemia, sí, pero básicamente es la matriz productiva desactualizada, concentrada y temerosa de cualquier transformación que amenace el modelo preponderante en buena parte del mundo occidental. Una organización centrada en la economía, displicente en lo social y desentendida de lo ambiental. Los últimos índices podrían ser útiles para despabilarnos. Entre nosotros, 64% de los niños de hasta 17 años son pobres, es decir, 6 de cada 10 chicos son pobres en Argentina. Mal alimentados, educados deficientemente y creciendo en condiciones precarias. Pensemos dónde duermen, quién los cuida y cuál es la atención sanitaria que reciben. Un entorno que los expulsa propicia el desapego social porque no se sienten parte de la comunidad, los gana el desinterés y la apatía. Es una infancia golpeada.

¿Quién golpea a los niños? ¿Dónde está el golpeador? Debiéramos salir a reconocernos en la nueva faceta, necesitamos empezar a decirnos cuál es el significado de semejante desatención de la infancia. La incapacidad para organizarnos y distribuir de manera justa y equitativa exhibe hoy la peor secuela: nos trasforma en una sociedad golpeadora de lo más frágil y puro que tiene la especie que conformamos. Además, confluyen y se potencian dos variables tóxicas: la cerrazón y la arrogancia de las elites, esos grupos de personas que ofician como rectoras de una sociedad, y nuestra mirada aguada sobre semejantes sucesos.

¿Qué creen que generará una sociedad de niños marcados por el azote de la marginación? ¿Qué piensan que nos espera? El daño producido a nuestros hijos nos costará tan caro como jamás imaginamos. Nos espera una sociedad desamorada, una ruptura indeclinable de los lazos fraternales. El imperio del sálvese quien pueda.

Los hemos desheredado y no atinamos a reaccionar. ¿Cuándo dejamos de sentir?

Es urgente elaborar una nueva narrativa que nos ayude a descubrir el otro lado de la trama. Todo aquello que posiblemente suceda pero no podemos ver porque el espacio de las decisiones está ocupado por grupos de privilegio desinteresados del bien común, un tanto decadentes, desinformados, llenos de prejuicios y sin imaginación. Me atrevería a decir que casi ninguna esfera se salva: salvo excepciones, los divos de las letras, el periodismo, la economía, la política, las empresas y la justicia albergan a personas desactualizadas e indolentes.

¿Acaso hay algo debajo lo suficientemente efervescente que sirva para contraponer ahora mismo ese modelo de propuestas cautelosas, incapaces de cambiar nada? ¿Qué pasaría si nos atreviésemos a enumerar todo eso que tenemos y hacemos pero que el modelo único no nos deja ver ni valorar? A medirlo, a hacerlo tangible, a darle entidad y descubrir un país inexplorado y potencialmente poderoso. Algo así como un hormiguero en medio de un patio prolijo con malvones y el pastito recién cortado. Un hormiguero que no hemos visto porque lo viene tapando una baldosa cuadrada y pesada desde hace mucho. Imaginen que quitamos la loza y encontramos debajo una organización virtuosa pero oculta donde todos reconocen obligaciones, tareas y beneficios, saben perfectamente lo que tienen y hacia dónde hay que ir.

¿Cuánto hacemos, qué cosas creamos y cómo funciona todo aquello que dejamos de ver y contabilizar porque no pertenece al mundo intocable de los que generan dólares para el país? Si no fuera exclusivamente con dólares, ¿cómo mediríamos la sumatoria de nuestras capacidades al servicio de un desarrollo que se caracterice por el cuidado de la vida y atendiendo que las reglas de la naturaleza condicionarán siempre el diseño de las normas que nos demos para habitar el suelo?

Millones de personas adentro y no fuera. Valorando nuestros bienes culturales, la producción científica y a nuestros inventores, al activismo juvenil (es un activo resonante contar con una porción que nos interpele frente a los desaciertos), la pesca consiente -no la que depreda-, la ganadería y agricultura a escala y sin venenos, los que crean soluciones, aquellos que regeneran ambientes, los impulsores de mil producciones a mediana escala, inadvertidas, casi invisibles pero que también siguen sumando. Completen la lista ustedes que leen. Hace falta entusiasmarnos con la tarea de darle cuerpo a la nación que habitamos. Debiéramos convencernos de que en algún lugar de nosotros anida la mirada diversa, inclusiva y valiente que nos hace falta.

Es un deber, especialmente de quienes trabajamos en comunicación, salir a buscar organizaciones y personas que marchen a la vanguardia verdadera. Una nueva elite que oficie de referencia social, intelectual e ideológica. Unas mujeres y hombres destacados que no nos mientan más, que sean éticos, solidarios, valerosos y que nos entusiasmen para que seamos parte, que resulten convenientes para repararlo todo, empezando por el daño a la niñez.

* Periodista especializado en ambiente y sustentabilidad