PáginaI12 En Francia
Desde París
Parricidios políticos, traiciones de alto voltaje, incumplimiento de la palabra pública, impunidad, previsiones de una abstención record, nivel nunca constatado de indecisos, empuje de la izquierda radical, hundimiento del candidato socialista, afianzamiento de la opción de “extremo centro” en detrimento de la derecha y los socialistas y una consigna general conocida en francés como “degagisme” (rajismo o que se vayan todos):estos son los parámetros de las elecciones presidenciales francesas cuando quedan menos de quince días para que se celebre la primera vuelta (23 de abril). La impunidad, la falta de palabra y la traición política habrán sido las constantes de una consulta presidencial que está afuera de cualquier línea racional. Lo resume muy bien en las paginas del semanario Le Nouvel Observateur una de las más prestigiosas periodistas políticas, Ruth Elkrief: “esta campaña es monstruosa, espeluznante, inestable. Estamos en una fase de descomposición y, por el momento, me cuesta ver la recomposición”. Cuatro electores de cada diez pueden aún cambiar de opinión, lo que torna una apuesta cualquier pronóstico. La indecisión es particularmente pronunciada a la izquierda y en el centro, donde hay tres candidatos:el del Partido Socialista, Benoît Hamon, el de la izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon, y el del movimiento de extremo centro Emmanuel Macron. Los tres adelantan ofertas muy distintas. Las encuestas diseñan un retrato nítido de esa indecisión: la mitad de los electores de Hamon o de Macron confiesan que son capaces de cambiar la orientación de su voto. “Hay entre diez y 15 millones de votantes que aún no tomaron su decisión. ¿Quién puede decir lo que saldrá de todo esto ?”, comentó Jean-Luc Mélenchon en una entrevista publicada por Le Journal du Dimanche.
El mejor ejemplo es el del mismo Mélenchon. Con un candidato socialista boicoteado por el ala liberal del PS y con apenas 8% de intenciones de voto, un representante de la derecha en la cuerda floja de la credibilidad, una extrema derecha sólida y un centro nuevo, el líder de Francia insumisa ha protagonizado un repunte espectacular en los sondeos. Las últimas encuestas le ubican hoy en tercera posición, empatado con François Fillon, el representante de Los Republicanos. La izquierda de la izquierda ha dejado de ser una invitada de tercera fila, un objeto de burla o de desdén. Tribuno inspirado, con una prosa juvenil y contundente, Mélenchon ya no asusta más con sus propuestas orinadas de la izquierda radical. A su manera excéntrica, de los cinco candidatos fuertes es el único limpio: no tiene sobre él la sombra de la traición de sus tropas políticas, ni la de la mentira, no lo acosan los jueces ni las denuncias de corrupción. La izquierda de la izquierda vive un momento de éxtasis inesperado. 42% de los franceses juzgan que Mélenchon sería “un buen presidente”. En un artículo de Libération dedicado al fenómeno Mélenchon, el diario escribe: “su denuncia de las injusticias del sistema llegan al pueblo, sus requisitorios contra una República confiscada expresan la cólera de la opinión contra la clase política, sus promesas de una reactivación económica y de ruptura ecológica parecen menos azarosas cuando las políticas razonables de “quienes saben” patinan en Europa desde hace dos décadas”. Jean-Luc Mélenchon tuvo la inspiración de mantener su radicalidad al mismo tiempo que apaciguaba el fervor, de saltar la barrera de los medios oficiales con un canal YouTube visitado por millones de personas y, en nombre de Francia Insumisa, hasta se creó un juego informático, Fiscal Kombat, que simula la confrontación entre esa Francia Insumisa y las oligarquías financieras. El juego, inspirado a la vez en Mortal Kombat y Kung Fury, acumula en una misma canasta las ganancias de todos los jugadores para financiar “virtualmente” el programa de Mélenchon.
En esta campaña 2017 (64% de los franceses la consideran un fracaso) todo es fenomenal, y ello antes mismo de que se iniciara. En 2016, la conquista de la presidencia se abrió con un parricidio político. El entonces ministro de Finanzas, motor del giro de la social democracia francesa hacia el liberalismo social y también protegido del presidente François Hollande, Emmanuel Macron, renunció a su cargo. No era miembro del PS, había sido banquero, jamás se había presentado a una elección pero salió del Ejecutivo para esculpir su figura presidencial en lo que muchos consideraron una traición al jefe del Estado. “Fue el asalto del siglo, el crimen perfecto”, dijo la ministra de Salud, Marisol Touraine. Macron, sin partido, lanzó en abril el movimiento En Marche!. Desde ese entonces hasta ahora plasmó la hazaña de hacer olvidar su paso por el gobierno y las medidas liberales que hizo adoptar. Emmanuel Macron y su reciclado programa de extremo centro está segundo en las intenciones de voto, detrás de la candidata de extrema derecha Marine Le Pen. El segundo episodio desleal lo protagonizó hacia finales de año quien ese momento era primer ministro, Manuel Valls. Cuando aún no se sabía si François Hollande apostaría por su reelección, Valls anunció que estaba dispuesto a competir contra el presidente en las primarias socialistas. En una decisión inédita, Hollande renunció a su reelección y poco después la derecha celebró su propia elección primaria con dos candidatos que monopolizaban las encuestas: el ex presidente Nicolas Sarkozy y el ex primer ministro Alain Juppé. Los dos fueron derrotados por François Fillon, quien, durante los cinco años de mandato, había sido el primer ministro de Sarkozy. Otra proeza más: Fillon derrotó a los sondeos y, de paso, a la buena memoria: hizo olvidar la calamitosa herencia del mandato sarkozysta.
Las primarias socialistas repitieron el esquema: el favorito, Manuel Valls, quedó fuera de juego en beneficio del sector más socialista del PS representado por Benoît Hamon. Pero allí empezó otro capitulo de la deserción de las ideas. Diputados y ministros socialistas de peso le negaron su respaldo al candidato elegido por la base. Prefirieron resolver de una vez la interna que lastra al socialismo desde hace años y optaron por respaldar a Emmanuel Macron. La estocada final la descargó el mismo Manuel Valls. Incumplió su palabra pública y los compromisos de quienes participan en las primarias. Los estatutos estipulan que los perdedores apoyan al ganador. Valls no sólo se negó a aportar su firma para legalizar la candidatura de Hamon sino que, además, criticó su programa y anunció que votaría por Macron. Demasiado joven y tierno, con un partido en estado de desintegración, sin posibilidad de alianzas con Mélenchon, el elegido en la primaria se perdió en los limbos de las encuestas.
2017 será como 2002: no habrá un candidato socialista en la segunda vuelta. La derecha tampoco se salvó de la inmolación. Fillon, el decoroso católico de tierras profundas, vio su lado más oscuro salir a la luz cuando el semanario Le Canard Enchaîné reveló que había contratado a esposa e hijos en la Asamblea Nacional sin que los miembros de su familia hubiesen jamás hecho acto de presencia. Investigado por la justicia e imputado luego junto a su esposa Penelope, Fillon también falló a su promesa de abandonar la carrera presidencial si la justicia lo imputaba. En vez de ello, cambió de blanco, se dijo víctima de un complot, arremetió contra la justicia, los jueces y los medios, acusó a la presidencia de activar un “gabinete negro” para perjudicarlo y siguió adelante con su candidatura. Entre tanto, lo abandonaron centristas y moderados de la derecha sin que Fillon haya variado su estrategia. Marine Le Pen, igualmente cercada por la justicia por un caso de empleos ficticios en el Parlamento Europeo, ni se inmutó. Para ambos, “La República de los jueces” está al acecho de sus candidaturas.
¿Quién enfrentará a la premiada de las encuestas de opinión en la segunda vuelta del mes de mayo?. Son tres los probables adversarios de Marine Le Pen: Emmanuel Macron, François Fillon o Jean-Luc Mélenchon. Ningún analista logra despejar las nieblas del misterio. Los indecisos le darán el ultimo vuelco a la balanza al término de una campaña donde toda la mecánica de la representatividad democrática funcionó con códigos inusuales.