Pocas veces una sala teatral propicia una narración en sí misma. La decisión de construir una puesta en escena en los pasillos, en el hall del teatro San Martín, en todos aquellos espacios que suelen ser habitados por el público, más que por los actores y actrices, habla de lo desconcertante de este momento. Dónde hacer teatro sería la pregunta. Ocupar una sala teatral se vuelve una decisión tan urgente como la matriz de una serie de cuestionamientos despiadados.
Cuando Francisco Lumerman construyó su versión híbrida de El amo del mundo, ese texto dramático de Alfonsina Storni que se estrenó en 1927, seguramente no se imaginó que ese material complejo e inquietante iba a insertarse en un contexto donde la apertura misma de los teatros se convierte en un episodio novelesco.
La lectura del protocolo señala las limitaciones a las que deberá someterse el teatro en su instrumentalidad misma. Cada palabra podría ser una forma de atentar contra el hecho teatral. Entonces lo que surge es una mirada sobre las condiciones, donde el dato ficcional queda relegado en la premura de una realidad que se apodera de lxs participantes.
Lo que construye la trama, o la reconstrucción a la que alude el título, es el desconcierto de actores y actrices frente a la determinación de Lumerman de ir hacia otro lugar como un modo de decirles que la obra de Alfonsina quedará suspendida por el momento.
Las entrevistas a lxs intérpretes que cuentan su plan para este año y la desazón de sus agendas vacías, con el terror de los trabajos sin cobrar, entran en una tensión incómoda con la voluntad de ensayar, de buscar ese texto entre las indicaciones y un vestuario de época.
El director elige que la obra, de la que aquí solo conoceremos unos pocos fragmentos, se cuente desde un sistema de producción que tiene a actores y actrices en condiciones frágiles debido a la pandemia. Cómo se hace teatro es un dato esencial para alguien que como Lumerman sostiene una sala independiente desde hace años. Es aquí donde la problemática teatral deviene en dramaturgia. El teatro está creando situaciones por fuera de las salas, está siendo materia de reflexión sobre su existencia misma y no se puede llevar adelante una obra sin integrar a lxs espectadorxs a esta perturbadora incerteza.
El casting para los roles de El amo del mundo tiene a Diego Gentile y Rosario Varela como lxs personajes que deben guiar a una joven actriz, a cargo de Fiamma Carranza Macchi, en las particularidades de esta obra mientras todo alrededor delata un peligro, una vulnerabilidad tan alarmante como ese dron que se mete en el escenario en un gesto paródico que recuerda a los ventiladores transformados en aviones de guerra en Apocalipsis Now.
Parece imposible concentrarse en la trama de una obra cuando los teatros están cerrados, como ocurría cuando se filmó Reconstrucción. El amo del mundo. Entonces dar cuenta de esa contradicción insufrible que vuelve insustancial un ensayo y, a la vez, le da una vida irrenunciable porque nada debilitaría más al teatro que dejar de hacerlo, es la apuesta de Lumerman.
Si Elena Petraglia hace su parte desde una video llamada y un actor sostiene el teléfono para que otra actriz responda con su parlamento en una sala de teatro, la pieza se expone como el documento de una época donde no se puede ignorar esa inestabilidad.
Desde ahora entrar a un teatro será una aventura, más allá de la situación ficcional que se presente en escena, y ocupar un teatro público tendrá un valor político mayor. Esto dice Lumerman como síntesis mientras aguarda abrir su sala que se llama Moscú, como ese lugar que añoraban las tres hermanas de Chéjov.
Reconstrucción. El amo del mundo puede verse de manera gratuita en la plataforma complejoteatral.gob.ar