Artículo publicado el 15 de julio de 2014
Algunos desprevenidos lo descubren ahora kirchnerista, porque está en boca de todos. Quisieron defenestrarlo por eso, pero no pudieron. El hombre fue finalista del Mundial. Alejandro Sabella nunca ocultó sus simpatías políticas. Ya era un tipo pensante y comprometido en pleno repliegue de la dictadura, cuando nos conocimos. Jugaba en Estudiantes, que se apoyaba en un mediocampo de talentosos: José Luis Ponce, Marcelo Trobbiani, el propio Sabella y Miguel Russo como punto de equilibrio (lo suyo era más la marca y el despliegue). El técnico de la Selección Nacional ponía la pelota contra el piso y la cuota de juego exquisito en un equipo que hizo época y desmitificó aquel estigma copero de que toda la historia de Estudiantes estaba impregnada de malas artes.
Una tarde del ‘83 quedamos con Sabella en hacer una entrevista con el arquero de Independiente, Carlos Goyén. Estudiantes rivalizaba con ese otro equipo importante de la época y que también tenía un mediocampo formidable: Giusti, Marangoni, Burruchaga y Bochini. Los dos, el Estudiantes de Carlos Bilardo y el Independiente de Nito Veiga, pelearon hasta el final un campeonato que se definió en Córdoba, en febrero de 1983. La idea de aquella nota era que Goyén y Sabella hablaran sobre la última fecha del torneo, que finalmente ganaría el equipo platense. Nada original, aunque más original resultó el desenlace de ese reportaje que se hizo a medias.
El arquero uruguayo nunca apareció. La cita había sido pactada en un bar de Corrientes y Callao. La entrevista sería publicada en La Voz, un diario que había salido a la calle el año anterior y sintetizaba el pensamiento de un peronismo de izquierda. Sabella se presentó con puntualidad inglesa. El diálogo fue largo, profundo –se notaba y se nota que sabe de lo que habla– y dejó la sensación de que cubría la expectativa con su sola presencia. Aunque no era la idea prefijada, salió un reportaje que valió la pena.
Sabella no cambió un ápice su aplomo de entonces. El jugador pensante que fue dejó paso con el tiempo al técnico que no rifa palabras. Se nota también que tiene una impronta docente. Que se destaca en el manejo de grupos. En la conferencia de prensa con que se despidió del Mundial, buscó colocarse a la altura de sus dirigidos y no por encima. Cuando se equivocó, cambió; cuando tuvo que reconocer defectos propios, lo hizo en primera persona, sin diluirse en responsabilidades ajenas. Podrá discutírsele la oportunidad de un cambio o una decisión táctica. Pero nunca su don de gente y su idoneidad para asumir la responsabilidad que le confirió la AFA. Un acierto entre tantos errores del pasado.