Ricardo Guiamet (Rosario, 1951) es un escritor con un temple singular. Mientras afuera arreciaba la pandemia y colegas suyos se bloqueaban ante el pánico, él se quedó en su casa poniendo a trabajar la angustia y produjo una de las obras literarias más notables de los últimos tiempos. "Me senté y me puse a pensar en los naufragios. Toda vida es ir naufragando", resume para explicar el subtítulo de su nuevo libro de cuentos.Tan lejos. Diez naufragios fue publicado este año por el sello local Casagrande. Reúne 10 cuentos que abordan en diferentes situaciones la fragilidad de la vida humana en conflicto con las inescrutables fuerzas del azar. Cada uno de estos literales o alegóricos "naufragios" narra una batalla entre un individuo y un mundo. El individuo puede ser una masa de personas afines y el azar, deberse a una decisión, como sucede en uno de los relatos. Pero en general cada protagonista se halla en soledad, peleando duro en el ring de un combate singular contra un evento inesperado, o bien contra un semejante que no se presenta como tal sino como ominosa y absoluta alteridad, omnipotente e imprevisible.
El modelo literario de estos relatos puede rastrearse más o menos fácilmente en aquel clásico moderno de desamparo y estoicismo que es A la deriva, de Horacio Quiroga. Sin embargo, no muchos lectores notarán que a la inspiración de las mejores de estas obras no hay que buscarla en la literatura sino en el cine; concretamente, en el western clásico. "Soy un enfermo del cine clásico, del western épico y ético de Howard Hawks y Anthony Mann", confiesa enseguida Guiamet, quien ha dado seminarios sobre western clásico, cuando se le señala que "Filibusteros" (un relato de antología; el mejor del libro) se lee como un western pampeano. Por eso no sorprende que su autor haya llegado a conocer a los últimos gauchos de la provincia de Santa Fe. "Pasé mis veranos de infancia en Sancti Spiritu", cuenta. "Todavía veía gauchos. Los viejos puesteros de Sancti Spiritu vivían en el campo a la letra. No se habían ido al pueblo. Al hablar sonaban como los vaqueros de las películas. En la niñez vi el final de los hombres de campo clásicos".
Aquellos hombres íntegros, de pocas palabras, retornaron fantasmales en el western, y uno de ellos se planta como antagonista ante el desesperado "filibustero" del título. La acción transcurre en la vastedad del campo argentino en 1938, cuando el país entró en una psicosis colectiva mediática por la desaparición y el femicidio de Marta Ofelia Stutz, en Córdoba y en plena epidemia de tuberculosis. El relato se abre con el tópico macabro del cadáver llevado en auto bajo el simulacro de que sigue con vida, anécdota grotesca que abordó, entre otros, Mateo Booz. "Eso pasaba", abrevia Guiamet en la entrevista. La "muñeca" que traslada Justo eludiendo los controles sanitarios se asemeja, en su belleza horrenda y tardorromántica, a una Eva Perón avant la lettre. Justo está dispuesto a todo por un puñado de pesos, con la excusa humanitaria de que una madre pueda despedir los restos de su hija; pero una serie de malas decisiones lo dejan a merced de un buen padre de familia rural. El parco diálogo bajo las estrellas tiene la tensión de una escena de western. "Se dispara una disputa entre el que quiso hacer algo por ventaja y el que hace lo que tiene que hacer", dice Guiamet. La dicotomía civilización/ barbarie invierte sus términos: el citadino resulta un bárbaro en comparación con el noble campesino.
Por la precisión de su lenguaje, la hondura psicológica de sus personajes, la eficacia de sus imágenes poéticas y las medulosas investigaciones que respaldan su discreto marco de referencias históricas, los relatos rurales ambientados en el siglo pasado o en el siglo XIX son los mejores del libro. El que lo abre, La creciente, transcurre en el gobierno de Justo José de Urquiza, en 1858 y en una inundación que precedió por 20 años a aquella otra conocida como "la grande" y que se llevó el primer monumento a la bandera. "Me gusta investigar esas boludeces", se ríe Guiamet sin el menor atisbo de pedantería. Un relato situado aproximadamente en una época contemporánea, Algarrobo del Águila, se relaciona con el alzamiento de 1899 en Telén, que aporta un espesor de pasado a la conmovedora despedida solitaria de un viudo. Guiamet es psicólogo jubilado, y juega al golf en los ratos libres que le deja su dedicación casi completa a la escritura salvo por los raros pacientes de psicoanálisis que decidió conservar. Superó una enfermedad que casi le gana la batalla, pero vivió para contar no el cuento, sino los cuentos: ficción pura, intensa, en tiempos de crónica lavada; historias que se sumarán a la experiencia vivida.
O que abrirán la reflexión sobre problemáticas tan humanas como la resiliencia de una mujer originaria y un niño huérfano ante la adversidad (Rescate entre náufragos) o las vulnerabilidades y fortalezas de una adulta mayor aislada (Escorada). O las trampas de la mente, como en A la deriva, que está narrado íntegramente desde el punto de vista de un anciano con Alzheimer; una proeza narrativa impecable. La expedición al tres indaga con humor negro urbano los infiernos de la ludopatía y el optimismo tóxico; El hundimiento del Curiyú se adentra en el realismo fantástico y en la mitología regional, de la mano de una pesadilla recurrente. La explosión de la santabárbara explora los deseos, miedos e inseguridades (en todo sentido) de dos mujeres jóvenes, y el dudoso romance de Save Our Souls da un cierre que no está a la altura del excelente conjunto.
Guiamet también publicó, entre otros, el libro de cuentos Polinesia (2007, primer premio del Concejo Deliberante de Rosario), Tálamos y túmulos (Ross, 2008, novela sobre una excentricidad del escritor Raúl Barón Biza), La montaña invisible (EMR, 2010, crónica que le valió ese año el premio provincial Alcides Greca en obra édita), y los ensayos sobre cine santafesino reunidos en Cine silente vs. cine mudo (Gótica, 2012). Tiene inédita una novela histórica sobre la guerra contra el indio, narrada por el único sobreviviente de la batalla de San Antonio.