A los 108 años, Esteban Montejo, esclavo en las plantaciones de azúcar, de las que logró escapar, héroe de las primeras guerras por la independencia de Cuba de fines del siglo XIX, relató su vida a Miguel Barnet. Con lo escuchado, el escritor elaboró la novela testimonial Biografía de un cimarrón, publicada en 1966, sobre la que tres años después el compositor alemán Hans Werner Henze compuso El Cimarrón, biografía del esclavo fugitivo Esteban Montejo. Contada en primera persona y definida por el mismo Henze como “un recital para cuatro músicos”, la poderosa idea escénico-musical de El cimarrón, con un libreto elaborado en alemán por Hans Magnus Enzensberger, se concentra en la minuciosa interacción entre barítono, guitarra, flauta y percusión.
En Argentina, El cimarrón se estrenó en el Centro de Experimentación del Teatro Colón en 1997, con dirección de Gerardo Gandini y Marcelo Lombardero como protagonista. Ahora, el mismo Lombardero es el director general de una nueva puesta del trabajo de Henze, traducido al castellano, que desde el miércoles a las 20 se podrá ver a través de la plataforma opera21.live. Con el apoyo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y la producción general de Martín Bauer, director de la maestría en Ópera Experimental de esta universidad pública, esta versión de la obra de Henze cuenta con el barítono venezolano Iván García, Patricia García en flauta, Martín Marino en guitarra y Bruno Lo Bianco en percusión, más Agustín Tocalini como maestro concertador. El proceso de producción se realizó en Xirgu Espacio Untref, donde se filmó en dos jornadas con ocho cámaras, bajo la dirección de Santiago Camarda, y quince canales de audio con diseño sonoro de Pablo Formica.
“Hacía por lo menos tres años que tenía a El cimarrón en mente y finalmente llegó su momento”, comenta Lombardero a Página/12. “Entre los muchos problemas que nos plantea esta pandemia está el de pensar un repertorio lírico que funcione en este tiempo y se adapte a los protocolos dentro de los que podemos trabajar. Pero sobre todo que sea original, porque no es interesante hacer la Salomé de Strauss con piano, por ejemplo”, evalúa el director de escena.
“Por su formato y por la actualidad de su argumento, El cimarrón se adapta muy bien a este tiempo, pero antes que nada había que encontrarle una solución escénica, compatible con la transmisión a través de una pantalla”, continua Lombardero. “Sabía que por un lado es imposible imitar a través en el video las condiciones que se dan en el teatro; y por el otro, el teatro filmado no es más que eso. Tenía entonces que lograr un lenguaje nuevo y busqué hacer un híbrido: sin dejar de sentir que se trata de una representación en vivo, de un hecho que sucedió en un momento único e irrepetible, al mismo tiempo encontraré una mirada estética que desde lo audiovisual aporte al cuento”, explica. Para esta puesta contó también con el diseño de escenografía y video de Matías Otálora, el vestuario de Luciana Gutman y la iluminación de Horacio Efron.
En un año operístico marcado por la incapacidad de las salas líricas oficiales de reaccionar a la pandemia y atender las necesidades del público, esta puesta del El cimarrón auspiciada por la Untref aparece como el único estreno de envergadura. “Cuando comenzamos, en abril, todavía no sabíamos mucho qué significaba la pandemia ni hasta donde condicionaría nuestro trabajo. Todo se fue dando a medida que avanzábamos con el trabajo. Empezamos a ensayar con Iván (García) por Zoom y semanas más tarde ya salíamos a caminar, con la partitura en la mano, para afinar los criterios. Hasta que en setiembre salieron los protocolos y pudimos encontrarnos en un espacio escénico y terminar de definir lo que queríamos lograr”, recuerda Lombardero. “Desde lo musical pudimos encontrar tres instrumentistas virtuosos. Además, para narrar este cuento sonoro en primera persona contamos con un cantante y actor como Iván García, un artista multifacético que en plena madurez afronta con soltura este texto fabuloso. Creo que interpretamos el espíritu profundo de esta obra y logramos una versión muy poética y muy barroca”, dice.
Reflejo del compromiso político de uno de los compositores de ópera más importantes de todo el siglo XX, El cimarrón ocupó con el tiempo un lugar destacado entre la inmensa producción de Henze. No solo por la originalidad de su lenguaje, entre la atonalidad y una casi secreta singularidad caribeña, sino además por la profunda humanidad con la que el texto conjuga temas como la opresión, los derechos civiles y las libertades personales y la posibilidad de vivir en armonía con la naturaleza. “El gran tema de El cimarrón es el racismo, que de ninguna manera es un tema del pasado. Basta con mirar lo que sucede a nuestro alrededor. Yo no le temo a la grieta, le temo al racismo”, asegura Lombardeo. “Esta obra nos interpela desde ese lugar y marca la vigencia de un compositor como Henze, al que las vanguardias en su momento denostaron. Cuando Pierre Boulez llamaba a quemar los teatros líricos, era de alguna manera una contestación a compositores como Henze, que seguían escribiendo ópera. Y a la vuelta de la historia, Henze tuvo razón”.