Un beso y un abrazo sobre una hamaca paraguaya, bajo el suave sol de la tarde. Manejar un par de cuadras con los ojos cerrados, confiando en la mirada de la persona que se tiene al lado. En un karaoke, la letra de esa canción que las marcó, tiempo atrás: “Soy tan feliz que la dicha invade mi felicidad. Me estoy sintiendo bien de cuerpo y alma”. Las primeras tres escenas de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos –título tomado de la primera estrofa del poema homónimo de Cesare Pavese, escrito poco antes de su suicidio– registran momentos cotidianos de Ana y María, cuya relación de pareja echa raíces en el tiempo. Pero ya nada puede tener el sabor de ese día a día construido a través de los años: María ingresó en la etapa terminal de una enfermedad grave y cada palabra, cada gesto, cada movimiento posee ahora un significado nuevo y doloroso. El más reciente largometraje del chileno José Luis Torres Leiva, que formó parte de la Sección Oficial del Festival de San Sebastián el año pasado y pudo verse en nuestro país, en pantalla grande, en Mar del Plata, se estrena finalmente hoy en la plataforma Puentes de Cine.

Más allá de su temática, que puede recordar a ese viejo tópico de la programación televisiva argentina de los años 80 –la “enfermedad de la semana”–, no hay nada en la película de Torres Leiva que remita a los lugares comunes del drama de dolencia terminal de manual. El director de El cielo, la tierra y la lluvia, Verano y El viento sabe que vuelvo a casa construye un proyecto artístico que evita concienzudamente las catarsis altisonantes y las lecciones de vida. Lo suyo, fiel al estilo que viene construyendo desde hace tres lustros, tanto en el terreno de la ficción como en sus documentales, es la edificación paciente de una sensibilidad única para transmitir las emociones de las protagonistas, interpretadas con gran sutileza por Amparo Noguera y Julieta Figueroa ¿Por qué el título, más allá de la ligazón con la muerte del poeta italiano y los versos en sí mismos, al mismo tiempo tremebundos y luminosos? “Fue un poema que había leído hacía tiempo, junto con un libro de Pavese que se llama El oficio de vivir, que me marcó mucho”, afirma Torres Leiva en comunicación exclusiva con Página/12 desde Santiago de Chile.

En el origen de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (ver crítica aparte), el realizador recuerda que esos textos volvieron a aparecer en una época reciente de su vida, cuando cumplió los cuarenta años. “Fue un momento en el cual varios amigos y amigas, personas a las que quería mucho, fallecieron por distintas enfermedades, en su mayoría de cáncer. Eso me hizo plantearme el tema de la muerte y el hecho de vivirla de una manera tan cercana. Con alguno viví un proceso más íntimo y conversamos sobre eso, en una edad en la cual uno tal vez no es tan consciente sobre la muerte. Fue entonces cuando regresaron a la mente muchas cosas que había leído sobre el tema. Ese fue el pie inicial de la película, pensando en trabajar el tema desde otra dimensión: las personas que acompañan ese período y que saben que el final es inminente. El poema de Pavese habla sobre la muerte, pero también sobre el amor, bajo una perspectiva muy hermosa. Algo terrible que esconde belleza. Es un poema que unifica esos dos sentimientos de una manera extraordinaria”.

-En tu película los diálogos tienen la misma importancia que los silencios.

-Hace unos años, mi padre sufrió un infarto y estuvo muy grave. Durante el tiempo de recuperación ocurrió algo, ligado al hecho de pensar por primera vez que existía la posibilidad de un fin. Observar a esa persona que uno quiere y que está al lado tuyo de una manera distinta. Mirar cosas que usualmente se pasan por alto. La película también se concentra en eso, en el gesto, en el detalle, en las miradas de estas dos mujeres en ese tiempo de espera. No quería hacer un film cargado de dramatismo, sino concentrarme en esos detalles.

-¿Cómo fue el proceso de escritura del guion? La película tiene dos derivas, dos relatos dentro de la ficción general que tienen que ver indirectamente con la historia central. ¿Cuándo aparecieron esos cuentos, que poseen una cualidad casi mítica?

-El guion fue modificándose durante todo el proceso. Pero una cosa que sí estaba clara desde un comienzo fue el tema de las actrices, con quienes ya había trabajado previamente. Cuando comencé a escribir la historia Amparo y Julieta ya estaban en mi cabeza, de alguna manera incorporadas a la película. Esas dos historias aparecieron en la última etapa, básicamente porque algo que me interesaba evitar, cuando ellas se mudan a esa casa en el bosque a esperar la muerte, era sobrecargar la historia con un componente de agonía. La idea era la opuesta: mostrar cómo se van desprendiendo de las cosas para enfrentarse a la muerte. Las historias derivan del sentir de ellas, invadidas por recuerdos y sentimientos, por sensaciones. Cosas que dejan atrás. De alguna manera son fugas.

-¿Cómo fue el trabajo con las actrices?

-Fue interesante, ya que no ensayamos ninguna secuencia. Lo que hicimos antes de la filmación fue juntarnos a conversar sobre la película y su tema. Tanto Amparo como Julieta charlaron sobre sus propias experiencias al respecto. Amparo, por ejemplo, trajo a colación la vivencia de la muerte de su madre y Julieta habló de todos sus miedos a partir de haberse convertido ella en madre. Fue muy interesante porque esas charlas derivaron en experiencias personales que formaron parte del presente del rodaje. Si bien había cosas que estaban escritas para que funcionaran de cierta manera, sucedieron otras que estaban viviendo en el momento, casi con una mirada documental. Eso hizo que muchas escenas fueran más allá de los personajes, algo que los traspasaba y dejaba entrar los sentimientos de las actrices. Tratamos, en lo posible, de filmar en orden cronológico, de manera que el estado de ellas formara parte de la historia.

-Más allá de que tu filmografía se divide en partes iguales entre ficciones y documentales, en las películas de ficción hay una fuerte presencia de la realidad.

-Hay una secuencia en la cual las protagonistas están sentadas sobre un tronco, y lo que conversamos antes de filmarla fue que compartieran la música en los auriculares. Las dos sabían que, en la ficción, era uno de los últimos momentos que podían compartir en estado pleno. Lo que sucedió en el rodaje fue que Amparo comenzó a llorar y ese me parece un excelente ejemplo de cómo los personajes atraviesan a las actrices. Es notable, porque ellas se conocían poco. Habíamos hecho un cortometraje los tres, pero el contacto había sido sólo profesional. Y en el rodaje de Vendrá la muerte… se creó un lazo muy fuerte entre ellas.

-Durante esa escena se escucha por segunda vez “Dicha feliz”, el tema de Virus. Más tarde, en la escena final, suena “Explota mi corazón”, de Raffaella Carrá. ¿Cuál fue la lógica emocional que dictó esas elecciones?

-Las letras de Virus siempre tienen más de una lectura. Escuché el disco Locura todo el tiempo durante la escritura del guion y les encontraba distintos sentidos a las letras. Y esa canción en particular resuena en el tono de la película. En cuanto a Raffaella Carrá, tenía un poco de miedo porque es un tema muy conocido, que ha sido utilizado mucho en el cine. En realidad, su inclusión tiene que ver con algo que me sucedió en un momento de mucha tensión y tristeza. El tema empezó a sonar en una radio y de pronto cambió todo el sentimiento del momento, de un segundo a otro. Quería terminar la película con esa sensación, acompañando una imagen de cierta ambigüedad, porque no se sabe si forma parte del presente o es un recuerdo, una evocación.

-Es muy potente el uso de la pantalla ancha en la película. ¿Cuáles fueron las decisiones a la hora de definir la dirección de fotografía?

La foto es de Cristian Soto, con quien ya había trabajado en El viento sabe que vuelvo a casa. Cristian viene del cine documental y suele hacer la cámara en sus películas. Siempre me gustó su mirada en ese sentido. En Vendrá la muerte… usamos muy pocas luces y trabajamos esencialmente con la luz natural. Lo que hicimos antes del rodaje fue preparar un cuaderno con referencias y anotaciones, no sólo cinematográficas sino también fotográficas y pictóricas. Imágenes que, de una u otra manera, evocaban las escenas. Allí apareció la idea de utilizar el formato ancho, sobre todo porque es una película concentrada en el detalle. No hicimos un storyboard ni nada por el estilo, pero sí cada mañana, antes del rodaje, conversábamos sobre los planos que íbamos a hacer y dibujábamos pequeños croquis.

-En tus películas suele aparecer brevemente el realizador Ignacio Agüero. Son como pequeños “cameos” para el espectador que lo conoce. ¿Hay alguna razón esencial detrás de ello?

-La relación con Ignacio viene de hace rato, de mis tiempos de estudiante. Y de descubrir sus películas, sobre todo Cien niños esperando un tren, que me marcó mucho por su acercamiento a los personajes y su mirada sobre el tema. Al conocerlo en 2004 comenzamos una amistad y desde entonces siempre ha estado presente. En todas las ficciones que he dirigido hace un papel pequeño. Siempre trato de incluirlo como un personaje, pero respetando de alguna manera al Ignacio real. Conociéndolo personalmente, uno sabe que la acción de su personaje en Vendrá la muerte y tendrá tus ojos podría hacerla él en la vida real, ¿no?

-¿Cómo describirías el estado del cine chileno hoy? ¿Y en qué lugar te ubicarías?

-La atención hacia el cine chileno ha crecido y hay directores que incluso han comenzado a dirigir en el extranjero. También hay una entrada fuerte del mundo de las series. El Oscar a Una mujer fantástica fue muy importante. Creo que todo eso es válido, pero en mi caso, desde que comencé a hacer cine, la idea siempre fue mantener la independencia, tener la libertad para hacer los films que quiero. Este último, por ejemplo, se pudo hacer gracias a distintos fondos nacionales y extranjeros, pero no tendría problemas en hacer una película solo, con mi propia cámara. El costo nunca determina el valor de una película, sino lo que se quiere contar, con los medios que uno tenga. Lo otro no me llama mucho la atención y tampoco creo que me llamen para ofrecerme algo de gran presupuesto. Me interesa seguir creando con lo que tengo a mano. Como profesor, en estos meses de cuarentena noté que, una vez pasada la frustración inicial por no poder usar las cámaras de la universidad, mis alumnos comenzaron a descubrir que podían crear cosas interesantes con sus celulares, por ejemplo. Lo más importante es siempre lo que se quiere decir.