No es un ciclo precisamente original, y puede establecerse una línea de tiempo similar en artistas de extracciones bien diferentes, que puede definirse como “artista surgido de escena rock llega a cierta madurez y experimenta con otras vertientes que pueden incluir el jazz y la música clásica, hasta llegar a una edad en la que vuelve a los orígenes y se pone a rockear otra vez”. Le ha pasado a muchos, y ahora le pasa a Gordon Matthew Sumner, más conocido como Sting. Tras el ya lejano romance jazzero iniciado en la era post-Police con The dream of the blue turtles (1986), en tiempos recientes el bajista y cantante venía de hacer un disco con canciones para laúd (Songs from the labyrinth, 2006), un álbum navideño (If on a winter night..., 2009), la relectura de Police en plan sinfo de Symphonicities (2010) y la puesta de The last ship (2013), que pasó por Broadway sin pena ni gloria. ¿Qué hacer después de semejante despliegue, algo errático? Pues aliviarse de equipaje y retornar a las fuentes. Hacer lo que tan bien saben hacer unos cuantos veteranos: quitar maquillaje, endurecer el sonido y demostrar que no hay edad para el rock.
Y allá fue entonces el hombre tántrico, a un estudio de las calles 57 y 9 de la Hell’s Kitchen de Manhattan, a cruzar armas con viejos conocidos como el baterista Vinnie Colaiuta y el guitarrista angloargentino Dominic Miller. El sistema de trabajo propuso, también, ir al hueso: un peloteo de ideas en el mismo estudio y hasta reglas personales como quedarse en la fresca de la terraza hasta que apareciera un camino musical digno de ser explorado. Jornadas de grabación breves, sin largos devaneos, grabando como salía. El resultado es el disco que apareció el viernes, justo en la previa del show con el que Sting reabrió el Bataclan, escenario de un show de The Police en 1979 y del atentado en París durante un concierto de Eagles of Death Metal que terminó con 90 muertes. Y sí, aunque a esta altura ya sea un lugar común, puede decirse que 57th & 9th es lo más rockero que el Aguijón ha hecho en mucho tiempo.
Para sostener la teoría bastan dos caballitos de batalla. Uno de ellos fue astutamente seleccionado como single de difusión, y así es como “I can’t stop thinking about you”, la apertura del opus 12 de Sting, declara principios de guitarra bien al frente y batería galopante. El mismo esquema se verifica en “Petrol head”, el otro pasaje netamente rabioso del álbum, hasta con una letra explícita que señala que “voy a manejar este auto, voy a ser tu guía / Ajustate el cinturón que vamos a pasear”. Quien invita al paseo es, al cabo, un tipo que conoce el paño, y cuya voz tiene hoy el balance exacto entre la aspereza que ya estaba en los comienzos y ahora exhibe el añejamiento de 65 años, y la dulzura necesaria para un pasaje tan bello como “Inshallah”, dedicado a los refugiados por el polvorín de Medio Oriente.
Porque, claro, no se trata solo de un Sting obcecado con demostrar una ruidosa neojuventud. El inglés es sobre todo un gran artesano de canciones, y el acústico cierre de “The empty chair”, la melancólica urgencia de “If you can’t love me” y el preciso balance entre furia y melodía de “Down, down, down” vienen a demostrarlo. Pero además, este álbum también es, más allá de la intención rockera, un destilado de tantos kilómetros recorridos subiéndose a escenarios, tantas canciones y tantas aventuras. Para un músico como este, no es nada menor la presencia de un canción como “50.000”, que para colmo adquiere aún más resonancia con la reciente partida de Leonard Cohen. “Otro obituario en el diario de hoy / Otro más en la lista de los que cayeron / Otro de nuestros camaradas que cayó”, arranca la canción inspirada en las muertes de David Bowie y Prince, que habla de “nuestras anécdotas en tuits, nuestros comentarios” y de cómo “cantamos sus canciones en un triste tributo”, de las 50 mil voces que se alzaban con ellos, para lanzar una idea esperanzada: “Las estrellas de rock ni siquiera mueren, solo se van desvaneciendo”. Es, al cabo, un tema clave para entender el estado de ánimo de un músico enfrentado al paso del tiempo: “Reflexiono ahora sobre mi pasado / Dentro de esta prisión que hice de mí mismo / Hoy me siento un poco mejor / Aunque el espejo del baño me dice algo diferente”. Será por eso que, a esta altura del (largo) partido, Sting prefiere ir liviano de equipaje. Y no está mal.
El bajista liviano de equipaje
Este artículo fue publicado originalmente el día 15 de noviembre de 2016