En El baile de los solteros (2004), Pierre Bourdieu se ocupa de la posición de aquellos hombres que no bailan, y se quedan al margen, que miran. Son “incasables”, dice. Están excluidos del “mercado matrimonial”, agrega. Es atractiva la idea del matrimonio como un “mercado”. El sociólogo advierte que en Bearne (Francia) son los primogénitos los que ocupan ese lugar. En otra época, hubieran sido candidatos inmejorables. No obstante, los tiempos cambiaron con el desarrollo de las ciudades y las industrias, y a los hombres “arraigados” les bajaron el precio, porque el matrimonio ya no vale como alianza en el contexto de la modernidad desarrollada.

Es valiosa la ecuación que se produce: el que queda nombrado por una herencia, en tiempos de la decadencia del patriarcado, sintomatiza el matrimonio. Podría concluirse que los solteros no bailan porque, como dice una canción de Café Tacuba: “el amor es bailar”.

Consideremos un último punto. Según un estudio de la Universidad de Michigan, tener un marido genera una carga extra de 7 horas semanales de trabajo. La organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2016, afirmó que un marido genera 10 veces más estrés que un hijo. Estamos hablando siempre de un marido “normal”, porque si a esto le agregamos que podría tratarse de un vicioso (alcohólico, fanático de un equipo de fútbol, psicoanalista lacaniano) las cifras se disparan. Sin duda, esto hace del matrimonio (única manera de consagrar la unión con un marido) una elección poco conveniente. Podríamos bromear y decir que es preferencial el giro neoliberal y tercerizar el servicio, flexibilizar el modo de contratación, anular el convenio colectivo del amor conyugal.

De acuerdo con cierta orientación contemporánea, es importante avanzar en el cuestionamiento del patriarcado, pero no de manera ingenua, dado que en nombre del deseo podemos realizar el sueño del individualismo burgués y capitalista. 

Si el deseo no destituye al sujeto, si no es una fuerza que nos sobrepasa y en la que nos resulta difícil reconocernos, es mero cálculo, la más básica de las formas masculinas de sexualidad: la “paja colectiva” del adolescente varón. Desde mi punto de vista no se trata de liberarse sino de buscar otras formas de compromiso con otro.

Para concluir este apartado, si la OIT sostiene que un marido causa 10 veces más estrés que un hijo, es porque se supone que un marido es comparable con un hijo. En efecto, solo para una madre vale esta suposición, lo que demuestra el carácter machista del informe (a pesar de su intención progresista), que sólo piensa a la mujer a partir de la demanda y el reclamo. Pero no solo es machista, sino también normativo, ya que reprime el deseo que podría llevar a una mujer a “adoptar” a un hombre. ¿Qué prejuicio menosprecia que un hombre pueda reencontrar en una mujer algunas huellas maternas? Eso es la histeria y su queja: “Soy tu mujer, no tu mamá”, que absolutiza lo femenino como algo opuesto a la maternidad. Esta cuestión nos devuelve al caso del principio.

*Psicoanalista. Doctor en Psicología y Doctor en Filosofía. Fragmento de su último libro “El fin de la masculinidad. Cómo amar en el siglo XXI” (Paidós).