Lleno de ruido y dolor 6 puntos
Argentina, 2020.Dirección: Nacho Aguirre.
Guion: Octavio Montiglio y Nacho Aguirre.
Duración: 101 minutos.
Intérpretes: Emanuel Gallardo, Facundo Sáenz Sañudo, Juan Manuel Alari y Emilio Bardi.
Estreno en Cine.ar Play
Para muchos, el western es tan propio de los Estados Unidos como la Coca Cola, la Casa Blanca, Halloween o el pavo del Día de Acción de Gracias. Pero es sabido que hay vida por fuera de esos límites, como bien demuestra, entre otros ejemplos, el spaghetti western italiano, cuyas películas proponían una relectura mucho más pesimista, crepuscular y afeada de aquellos códigos narrativos de antaño, forjados en su mayor parte al calor de los mitos fundacionales del cine clásico norteamericano. Dirigida por el chubutense radicado en Bariloche Nacho Aguirre, Lleno de ruido y dolor se presenta como un “western patagónico” que sigue a pies juntillas varios tópicos del género. Lo hace incluyendo sus temas habituales, aunque aggiornados con una impronta gauchesca, y un entramado narrativo que vuelve a esa geografía rocosa y seca, siempre gris, de espacios tan abiertos como solitarios, un personaje de enorme relevancia en el devenir de los protagonistas.
Basada en una historia real ocurrida en Bariloche en 1928, cuando la ciudad de los estudiantes estaba muy lejos de ser el polo de atracción turística que es hoy, Lleno de ruido y dolor –frase proveniente de un poema escrito por un anarquista– asume su condición de western definiendo desde su título la matriz de hombres rudos y taciturnos, como son Román (Facundo Sáenz Sañudo) y Foster (Juan Manuel Alari), dos forajidos que van de pueblo en pueblo sembrando un respeto temeroso entre sus habitantes. Y también algunas adhesiones, dado que la bandera del conflicto entre peones y terratenientes que levantan no es ajena a ellos. Durante el recorrido por esa zona fronteriza -la otredad es otro de los temas subyacentes- suman al grupo a Soria (Emanuel Gallardo), un muchacho inexperto atraído por la posibilidad de robar un banco que le proponen, dado que sería una buena forma de terminar con su vida de miseria.
El problema es que Román y Foster no son ladrones. Mejor dicho, son ladrones pero bastante desprolijos y violentos, capaces de asesinar a quien se les interponga en el camino rumbo a sus objetivos, lo que hace que dejen un reguero de sangre muy sencillo de seguir para Baigorria (Emilio Bardi), el comisario a cargo de imponer orden donde, como en todo western, no lo hay. En estos lugares sí hay un aura de despojamiento, de opresión por parte de un sistema con poco espacio para las disonancias de los que menos tienen. Lo más valioso del film es el progresivo acercamiento entre las cosmovisiones de los forajidos y la del policía, que a la larga son las dos caras de una misma moneda. Aquí los dueños del poder son aquellos que reposan en los cascos de las estancias, desde donde imponen sus deseos con voluntad de hierro en una Patagonia con los ecos de la rebeldía todavía resonando.