Se está hablando de cierto reverdecer de la vida al natural después del invierno y la pandemia, cuando surge una reflexión espontánea. “Buen momento para renovar las fuentes de inspiración, Chango, vos que componés tanto mirando la naturaleza”. Pero sorpresivamente, Spasiuk sale con un giro. “No sé si últimamente compongo tanto mirando la naturaleza; creo que la mayoría de mis temas, hoy, están conectados más bien con un paisaje interior”, sopesa. Es como si se estuviera sacando de encima el lastre de una idea subyacente en sus músicas geográficas, pobladas de imágenes sonoras. Basta recordar esas bellas creaciones en las que nombre, hombre y lugar van de la mano como “Misiones”, “Estancia San Blas”, “Tierra colorada”, “Posadas”, “Gobernador Virasoro” o la estremecedora “Suite del Nordeste”.
Traída al presente, la reflexión puede ser también una manera de entrarle a Hielo azul, tierra roja, disco que recién acaba de lanzar en redes y que, a juzgar por su socio musical (el guitarrista noruego Per Einar Watle), traspasa fronteras, climas y tierras. “Igual, lógico que ese paisaje interno del que hablo contiene todo lo que uno ha vivido que en mi caso, por supuesto, implica la naturaleza”, aclara Chango Spasiuk antes que oscurezca. “Hay mucha tierra dentro mío y, por más que haga treinta años que viva en Buenos Aires, mi música sigue sonando rural, aunque tenga algunas cosas cosmopolitas y sofisticadas. Digamos que hay una mezcla entre todas estas texturas y su conexión con lo natural, algo que me atraviesa por lo que he vivido tan intensamente”.
De una y otra cosa está hecho entonces este disco alquímico en el que Spasiuk y Per Einar Watle comparten músicas con el eximio contrabajista escandinavo Steinar Raknes, dos percusionistas (el argentino Marcos Villalba y el noruego Kenneth Ekornes) y una tremenda cantante folk llamada Anne Gravir Klykken. “Yo creo que con el nombre dimos en el punto”, resume el talentoso acordeonista de Apóstoles. “Hay una reciprocidad importante desde el vamos, porque habla de cómo yo puedo conectarme con la música de Per Einar, viniendo él de una tradición tan opuesta a la mía, y viceversa. Es como un enamoramiento musical mutuo lo que explica cómo él, desde la aurora boreal y el frío, puede estar tan enamorado del calor tropical, de la tierra, de la música criolla. Otra vez la música nos sigue dando ejemplos de que el otro no es tan diferente a nosotros, y que siempre hay un punto de encuentro. Una cosa es tener ese discurso, ese pensar en la metáfora, y otra, que la vida te dé la posibilidad de vivirlo en cuento propio y celebrarlo”.
-De experimentar la riqueza que provoca el contraste, al cabo.
-Y otra riqueza que es la del audio, el sonido. Ion es un estudio moderno al lado de donde fue grabado este disco, por decirlo de alguna manera.
-¿En qué sentido?
-En el que experimenté cuando entré al estudio Paradiso, en Oslo ¡faltaba que apareciera Elvis Presley detrás del piano! (risas). Es que es tan vintage ese estudio, tan de otra época… tiene una mesa de audio como la que hay en el documental del guitarrista de Foo Fighters. Es más, hay cuatro de esas en el mundo, y una está ahí. Muy loco. Lo primero que hice cuando entré fue grabar un videíto para mandárselo al portugués Da Silva y a Amilcar Gilabert, y el"Portu" me respondió "me dan ganas de llorar viendo esa consola"... ¡estaba impecable! Esto explica el sonido cálido, hi-fi, pero a su vez aterciopelado que tiene el disco. Estoy muy feliz por esto, también, no solamente por los contrastes entre la guitarra de Per Einar y mi acordeón, por las voces de Anne Gravir, por el contrabajo de Steiner, por la aparición de la voz de Galeano en off… en fin, todo eso me hace muy feliz.
El Chango se emociona con los recuerdos de un disco que no tiene en mente –al menos por ahora- presentar por streaming. “No lo haremos así, no. Esperamos tanto para que salga en la Argentina, que ahora la idea es que la gente lo escuche en vivo el año que viene. Además, soy de los que piensa que no está bueno abusar del streaming”.
El vínculo entre el Chango y Per Einar nació durante una de las tantas giras que el misionero realizó por Noruega desde 2005 hasta que pudo. Gravitó fuerte en el lazo la intervención de una especie de celestina musical como la mujer argentina del guitarrista del Christianssand String Swing Ensamble. “Ella me hizo llegar un disco suyo, una de las veces que toqué en Oslo, y cuando escuché dije 'guaaaau'… no podía creer su manera de tocar, al punto que lo llamé un tiempo después con la intención de hacer un disco. Era un momento bravo del país, y se sabe que generar un nuevo proyecto te devuelve el optimismo pese a las circunstancias. Lo llamé, me respondió, y viajé a Noruega. En una semana armamos un repertorio mitad con canciones suyas, mitad con temas míos. El disco se grabó en tres días, y lo mezcló todo él, en Oslo”.
-Hay dos temas que no pertenecen ni a vos ni a él: “Folks & People”, del contrabajista Raknes y “El Boyero”, de Mario del Tránsito Cocomarola, que está cantada en los dos idiomas. ¿Cuáles fueron los motivos de esas “excepciones”?
-Que en “El boyero” Verónica Salinas hizo una muy buena traducción al noruego. Respecto del tema de Steinar, bueno, el tipo es una estrella del jazz, un músico increíble. No sabíamos qué canción suya hacer, pero un día empezó a improvisar, a tocar cosas, hasta que de golpe me gustó su voz, con el contrabajo solo, y me convenció luego que la letra habla de que hay personas que vuelan, otras que piden, otras que caminan, algo ideal para mechar con los versos de “Un mar de fueguitos” de Galeano, esos que dicen que hay fuegos bobos, y otros que encienden la vida. Quedó bien citarlos dentro del tema de Steinar. Hay una conexión poética fuerte ahí.
-En el caso de los temas de Per Einar ¿cómo fue tu adaptación para tocar en ellas?
-Creo que él se esforzó un poco más de lo que me esforcé yo (risas)… se tiró más a nuestro mundo que yo al escandinavo, quiero decir. De hecho sus composiciones (“Julián”, “Caá Cati”) son chamamés. Admiro su audacia, su talento para la adaptación.
-Sobre todo lo intrépido… no se trata de un músico de New York haciendo un tema country, se trata de un escandinavo ¡componiendo chamamé!
-(Risas) Es maravilloso, sí. Incluso, si no sabés de quién son los temas que nombré no te imaginás que están compuestos por un noruego. En este sentido, “Corrientes”, otro de sus temas, tiene como una abstracción, como una melodía sumamente bella.
-¿Ha estado él en Corrientes como para incurrir en esta audacia compositiva?
-Sí, de hecho viajó por el litoral con su mujer, y por eso compuso esos temas dedicados a las localidades que conoció. Incluso, se encontró en esos viajes con tradicionalistas correntinos que le preguntaban si le gustaba el chamamé y él decía "sí, me gusta el Chango Spasiuk", y los tipos se quedaban, empezaban a toser (risas). De todas formas, es importante abordar estos temas porque cuando éramos chicos nuestros padres nos decían que las músicas que escuchábamos eran de consumo regional, que no había que mostrárselas a nadie porque no iban a interesar. Uno se crió en ese contexto en el que se decía que era una música para nosotros, nada más. Pero después el mundo te demuestra que quiere conocer nuestras músicas, que las valora, las resignifica y las agradece. Me ha sucedido a lo largo del camino muchas veces, y es muy bello… el del litoral es un mundo sonoro maravilloso y vale la pena compartirlo. No es ni mejor ni peor que otros, pero tiene su grado de belleza.
-¿Por qué elegiste “El boyero” para cruzar?
-Porque es un chamamezazo tremendo de Cocomarola, un gran melodista que me encanta. El ha compuesto melodías muy cantábiles y, por lo tanto, muy adaptables a alguien que nunca cantó chamamé. Es como cuando tratás de tocar algo que no fue compuesto para acordeón, pero que es una melodía tan concreta que, la agarres con el instrumento que la agarres, la podés frasear. Esto es lo que sentí con “El boyero”, al momento de proponerla, y también la letra... esa historia que habla del hombre rodeado de naturaleza, de sus esperanzas, de su conexión con el hábitat, algo que además cierra bien con la conciencia ecológica que hay en Noruega. El folklore noruego también está conectado con el hombre y su vínculo con la naturaleza. Por eso se pudo traducir y entender la letra de este tema en un país en principio tan lejano. Hay algo de universal en la letra de Cocomarola.
-También fuiste a buscar el tema “Misiones” al disco La ponzoña. ¿Cómo fue la traducción “al noruego” en este caso?
-Se escucha en la improvisación de Per, que es para colgarla en un cuadro. La grabé muchas veces y sin embargo ésta, con el rasgueo del contrabajo como si fuese un charango, es tremenda… logra una sonoridad aguda impresionante.
-¿Cuál de todas las versiones que grabaste antes de ese tema tomaste como modelo?
-Ninguna. Lo que hice fue ir derecho viejo como si nunca la hubiese grabado, porque esto te permite pensar texturas rítmicas nuevas. La verdad es que en este disco podría haber tocado un montón de músicas nuevas, pero sentí que estos temas merecían un tratamiento por una formación así. De hecho, la composición mía más nueva de este disco es “Rita”, un tema hasta ahora inédito que había compuesto para mi mujer. “Bailando”, la que abre el disco, también es inédita pero la compuse hace mucho tiempo. En este caso, me pasó que no le encontraba la versión hasta que pude hallarla en este cruce, en este puente hermoso con Noruega.
El encanto del vinilo
-Sería un golazo al ángulo publicar Hielo azul, tierra roja en vinilo. ¿Lo pensaron?
-La cosa va por etapas. Por ahora está en digital, y estamos pensando en hacer una tirada en CD. Después sí voy a plantear el tema del vinilo, no solamente para este disco sino también para otros discos míos que se lo merecen. En esta etapa ultraindependiente que estoy atravesando creo que me voy a permitir hacer algunas ediciones muy especiales para la gente que ama mi música.
-¿Escuchás vinilos?
-Tengo muchos, pero las bandejas que me quedaron están viejas, y necesito comprar una. El problema es que están carísimas, y no tengo ganas de pagar de más. No sé, tengo muchas ganas de volver a escuchar esos vinilos que vos abrías y tenías toda la info adentro.
-Vinculado a lo que decías antes, sos un cultor de lo vintage y no hay como los discos de vinilo en ese terreno, no solo en términos de audio e información, sino también de emociones.
-Es que la tecnología nos da muchas herramientas, pero esto de poder leer quién grabó, dónde, quiénes tocan, quién mezcló…
-Y en letra grande, porque otros soportes físicos como el cd, por caso, también tienen la información pero con un tamaño de fuente que parece el prospecto de un medicamento.
-Ja, ja… claro. En lo digital, se puede subir toda esa información a la página, pero no creo que alguien la lea mientras está escuchando la música como sí se hace con los vinilos.
-¿Qué discos tenés editados en vinilo?
-Los dos primeros: Chango Spasiuk y Contrastes. Después, a partir del tercero, me agarró la época del CD, y se dejó de fabricar el vinilo. La ponzoña, que fue mi cuarto disco, se grabó en CD y casete. Y a partir de Polcas de mi tierra, fueron solamente CD´s. Fue un temita ese, porque el CD aparecía como el disco irrompible, que no se rayaba, etc… toda una mentira, al cabo, porque después te dabas cuenta que el soporte también tenía su fecha de vencimiento.