I

“En nuestra poesía predomina más que el análisis, la sociabilidad, porque, a la par de las omisiones clamorosas, no se puede dejar de ver que (en antologías, libros y estudios críticos) figura el padrón completo de amigos, clientes y favorecedores”, dice Santiago Sylvester, en “El país amputado”. Desde hace varias contratapas me he encomendado la misión de reparar, de reunir, de abrazar poetas y poemas. El criterio proviene de mí misma, de la confianza que me tengo como lectora de poesía. La autoridad me la confiere los años de trabajo entre grupos disímiles, en ámbitos barriales, vernáculos, escolares, extraescolares, académicos y ahora también, virtuales. Siempre que he echado a rodar la poesía, se produjo el encantamiento. A las pruebas me remito:

expresión corporal

(…)

semidesnudas

nos contorsionábamos

un patio repleto de piernas

saltos

otra vez al piso mugientes

 

y reprimidas y temerosas

 

aquellos años setenta

freían el cerebro

quedabas con la dura cicatriz de un fascista

 

por eso la dulce prueba

la imaginación

 

si ser otras

nos convertía en nosotras mismas

 

más que la realidad

los ejercicios de expresión corporal

daban a las niñas sus músculos

 

aprendías

hay una pelvis

libre de cercos

 

sus bestias enlazan la asfixia

para siempre

 

Estoy segura de que los rayos de este sol tan particular, sobre la piel del lector, produce inesperados destellos y variaciones en la compleja anécdota cotidiana. Catalina Boccardo, habitante de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, dice: “Somos corporeidad. Más allá de la particular disociación que hagamos al escribir, está presente la noción de cuerpo. Cuerpo físico. Cuerpo político. Cuerpo fusionado con la naturaleza o artificial como una ciudad. Cuerpo de la ficción. Cuerpos del placer y del dolor.”

II.

Sé bien cuánto incomoda la poesía, sobre todo cuando suelta sus perros sin paladar azul, de hocicos trémulos. Sé de las verdades hechas que van de claustro en claustro, de salón en salón, en fila india hasta el depósito de libros y poetas viejos. Pero, al criterio y la autoridad que mencioné antes, debo agregarle otra razón que me mueve a difundir poemas y poetas: el placer de colocarle una rosa, con espinas incluidas, al overol de los días.

La mujer marrón

La tardecita

se venía cayendo

por la Avenida,

copas verdes saludaban,

caminaba entre

otros con barbijos

unos apurados

algunos con niños,

hombres y mujeres

corriendo con sus

cuerpos deportivos,

aquellos en autos.

Una mujer deshilvanada,

deshecha, marrón,

color de barrio,

con la bolsa de Colón,

(ya la había visto caminar)

hablaba o mascullaba

sola ...con sandalias

y pies casi desnudos...

Se sentó en la vereda.

La luz del aire

se hizo viento.

(…)

Estos versos nos hacen conscientes de que la poesía garantiza la correspondencia entre el discurso de la realidad y la metáfora. Mónica Laurencena, nacida en Paraná, Entre Ríos, reside en Santa Fe. Para ella la familia, los amigos y la poesía constituyen un camino maravilloso que la vida le regaló. Trabaja en defensa de la comunidad sorda por el reconocimiento de la Lengua de Señas. Colaboró en murgas barriales, ha tenido activa participación gremial y social. Ha ejercido la docencia, como Profesora de Letras en Escuelas Medias, y sostiene que "los jóvenes son la única esperanza del mundo en tanto se les brinde la palabra, y el lugar de respeto que merecen".

III.

También es cierto que suele haber poesía sin poeta, como si ésta se valiera de un médium ignoto, no contaminado, para decir lo que le es urgente. En otras oportunidades he dado cuenta de ello. Muchachos, niñas, adolescentes que hacen contacto con la poesía por primera y única vez. No tengo manera de saber qué pasa con ellos después de la experiencia, pero sé lo que pasa conmigo: algo que es goce y que es aprendizaje. Algo que me llama a la celebración y a la humildad. Algo que me previene de la vanagloria y de la afectación. Allá por el 2012 escribí la contratapa “La poesía será inútil pero no cobarde”. En ella compartí estos tres versos escritos por Ludmila, una niña silenciosa que nunca olvidaré, y que hoy considero imprescindible sean los que cierren esta máquina de amar:

"Alguien/ ha dejado diamantes/ en el infierno".

Miriam Cairo

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