Cuarenteñeros; aisladites; distanciadas de hecho; autopercibidos en el adelgazamiento imposible; compradoros de bicicletas fijas con destino de perchero; avatares; personas que desconocen su signo zodiacal y siguen por ahí como si nada; bicisendos; personas en situación de riesgo informático; necesitades de ser atendidos por un ser humano cuando hacen un reclamo telefónico; milénials, centénials, sesquicenténials; mesozoiquémials; ursidios y gemínidos; eclipsados por la luna; magos, magas y magues del mundo; niños y niñas de todas las edades; humoristas en extinción: voy con ustedos, cada uno con su barbijo y a tres metros de distancia.

Quizás usteda no se haya dado cuenta, queridi lectorix, pero estamos en diciembre. Esto quiere decir que el 2020 se está yendo, aunque, para muchísima gente, aún no empezó.

Esta es quizás una de las últimas oportunidades para aprovechar la coyuntura y dejar todo para el año que viene. Piense, querido lector, que, en solo tres semanas, el año que viene ya habrá llegado, y entonces usted no podrá decir “el año que viene te llevo, el año que viene te lo compro, el año que viene nos casamos, el año que viene nos separamos, el año que viene dejamos todo para el año que viene”, porque usted mismo ya va a estar ahí.

Sé que es difícil, como lo es para mí, habitante nacido, criado y establecido en el siglo XX, transitar con mi visa no muy digital por este siglo XXI informático y febril.

En el siglo XXI no hay Unión Soviética, cualquier intento de comparar a la actual Rusia con el sueño marxista-leninista es pura desinformación milénial, canallada neoliberal o bien que alguien se aplicó la Sputnik en el lugar del cuerpo equivocado y después se tomó diez litros de vodka, que no necesita de ninguna vacuna para producir efectos adversos.

En este siglo XXI, la eterna batalla entre Eros y Tánatos cambió de matiz y ahora es “Deseo versus Marketing”.

En el siglo XX existía Sigmund Freud, y el psicoanálisis, meta dividir al mundo entre los neuróticos que hacían castillos de naipes, los psicóticos que habitaban esos castillos y los psicópatas que les cobraban el alquiler. Ahora cobra vigencia la expresión “Schadenfreude”, que, aunque se pronuncia parecido, quiere decir: “sensación placentera producida porque a otro le va mal”. Sí, los alemanes, siempre tan calculadores, tienen una palabra especial para esto.

Los argentinos, por falta de una “Schadenfreude” que nos ahorraría verso, decimos que ya va a venir el segundo semestre, que se ve la luz al final del túnel, que se trata de meritocracia, que los pobres no van a la universidad, que algunos tuvimos la mala suerte de caer en la educación pública, y tooodo un abanico de versos, que se hacen tuits al calor del trolaje. ¡Lo que nos hubiéramos ahorrado si el 15 de noviembre de 2015 MM hubiera dicho: “¡Tengo mucha Schadenfreude para todes ustedes!”

Diciembre, digo, es un mes especial, porque es el mes de pedirle cosas a Papá Noel —que en Irlanda, por ejemplo, fue designado “trabajador esencial” (de verdad, la noticia salió en este mismo diario)— y, por las dudas, por si el hisopado o el presupuesto le fallan, habría que hacer el pedido con tres copias, una para cada Rey Mago.

Se habla en nuestro país del “estado de diciembre”, un clima muy especial en el que el coexisten el Día de los Derechos Humanos, el de la Inmaculada Concepción y el de la recuperación de la democracia; los recordados 19/20, en el 2001; el día en que MM bailó en el balcón y la gente no lo acompañó porque no se dio cuenta de que no estaba lloviendo; los amotinamientos policiales de hace siete años; el gran festejo de 2019 con la asunción de Alberto y Cristina; y además las fiestas, y si todo va bien, el aguinaldo. Y a este año se le suman las gemínidas, las úrsidas y el eclipse. ¡Aaahhh...! ¡Y la pandemia, casi que se me olvidaba!

Sugiero acompañar esta columna con el video “Valsecito criollo para Horacio”, de RS Positivo (Rudy-Sanz), que se puede ver en el canal de Youtube de dicho dúo, al que si gusta podrá usted suscribirse, y haciendo clic acá: