El tobogán por el que transita la vida no suele medir el golpe cuando se llega al punto más bajo. Los momentos de dificultad son más dolorosos si la persona no está preparada para afrontarlos, y el peligro mayor radica en sumergirse por zonas oscuras que están lejos de encontrar la superficie.
El deporte, en muchas oportunidades, termina siendo la base más sólida para adquirir la firmeza que se necesita, y lograr así esquivar el hundimiento más pronunciado.
Sebastián López, a los 37 años, se abrazó al taekwondo para superar una verdadera pesadilla, y pensar en sueños mucho más placenteros.
“Esto es una guerra de todos los días, porque la droga me sigue gustando. No es que me dejó de gustar. El tema es lo que te genera en la cabeza, en el organismo, en la familia”, le cuenta a Página/12.
López nació en el municipio de San Martín, en una villa muy humilde, y hasta los cuatro años vivió ahí, cuando la madre falleció. El nunca tuvo papá, debido a que nunca lo conoció, y desde ese momento que su madre se fue, durante su adolescencia y su adultez, se crió en un instituto de menores.
“En un instituto uno se tiene que pelear por todo, no es fácil. Ahí mismo comencé a consumir pastillas, y a los 11 años tomé mi primer barbitúrico. También empecé a fumar marihuana”, explica.
Cuando López cumplió los 18 años se escapó de un instituto de Mercedes, ya que pretendían trasladarlo a otro sitio. Un celador lo ayudó a escapar. El joven regresó a San Martín y estuvo viviendo en la calle. “Yo tenía hermanos pero no sabía nada de ellos”, cuenta.
“Me puse a hacer changas -rememora- para poder tener plata para comer. La calle te lleva a robar también, y a todo eso ya había aumentado el consumo: alcohol, cocaína, todo. Con el tiempo me junté con una chica, tuvimos un hijo (Diego), y en el 2005 me interno en un centro de rehabilitación. Eso me sirvió, pero cuando salí la droga me pudo de vuelta. Estuve consumiendo un año más con todo”.
La luz comenzó a salir para López por intermedio de su círculo íntimo, y con el taekwondo como punto de partida. “Un día viene una sobrina mía y le dice a mi hijo que iba a mirar taekwondo, mi hijo también quiso ir y lo llevé. Lo llevaba de la mano fumando un cigarrillo de marihuana, y cuando llegamos a la puerta del gimnasio apago el cigarrillo y entro”, aclara. Y agrega: “Había cuatro chicos más. La clase empezó y a mi hijo le daba vergüenza, entonces le dije al profesor si me podía acercar para que él se pueda soltar. Me pongo a correr con él, y luego hicimos algunos ejercicios de tirar patadas. Eso fue un martes, y la siguiente clase era el jueves. Lo llevé de nuevo pero ese día no fui fumado. Como también le daba vergüenza me puse a correr con él otra vez. Cuando el profesor sacó el escudo en el que se pegan las patadas dije: ‘Esto es para mí’”.
López trabajaba en una fábrica, y cuando salía de ella los compañeros lo invitaban siempre a tomar una cerveza. Como la tentación era grande, si él aceptaba se terminaba yendo al otro lado. “Yo también fumaba tabaco, y le dije al profesor que iba a dejar de fumar, porque me gustaba el taekwondo. Entonces llega un viernes, me insistieron tanto que vaya a tomar cerveza que terminé yendo, y cuando voy a tomar sentí el olor a alcohol y me dieron ganas de prender un cigarrillo. Le dije a mis amigos que me daban ganas de fumar, y como quería dejarlo prefería no tomar la cerveza. Me fui de inmediato y, desde ese momento, todo lo que me gustaba hacer no lo hice más: ir a la cancha, estar en la calle, eso que yo creía que era normal. Y me dediqué a entrenar”, recuerda.
El profesor de López, Germán Petrucceli, le comunicó en 2016 que estaba la posibilidad de competir en Inglaterra, y le respondió que quería participar. “A mí me habían echado de la fábrica, y con la indemnización me compré el pasaje y la estadía: competí y salí campeón mundial”, expresa.
Y añade: “Para dejar de ser un adicto tenés que cambiar tus actitudes, porque a la droga la encontrás en cualquier lado. Con tu actitud y tu mente lo podés lograr. Así empecé a descargar con el taekwondo, que me hizo conocer la gloria. En 2017 fui a un torneo en Paraná y también salí campeón. En el 2018 también estuve en Inglaterra, en otro mundial, y volví a ser el campeón del mundo. Germán fue mi guía en Alianza Argentina”.
Alianza Argentina de taekwondo es una asociación civil y funciona como un colegio, bajo la órbita de la Federación Internacional de Taekwondo (ITF), donde se encuentra registrada, y su sede se ubica en San Martín. Los dos mundiales que ganó López los logró compitiendo en la Taekwondo Internacional (TI), en dos categorías diferentes.
“Cuando llegué a Alianza -sigue- le aclaré que era de la barra brava de Chacarita, y que estaba acostumbrado a pelear en la calle. El me recomendó que entrene mucho”.
López, desde ese momento, comenzó a tomar conciencia de las cosas que estaba haciendo, y en Petrucceli encontró no sólo a un entrenador sino a un educador. Y lo valora. “Los drogadependientes solemos tirarnos mucho abajo en lo anímico. Por eso siempre me vivo acordando de cómo estaba a cómo estoy ahora, y eso me ayuda mucho”, dice López.
“No me olvido de dónde vengo. Cuando me junté con mi ex mujer, la madre de mi hijo, ella me había abierto una cuenta en Facebook, y me dijo que quería ser mi amigo un chico que decía ser mi hermano. Y resulta que tenía siete hermanos más. Por eso, los valores de familia son muy importantes. No nos brindamos un amor enorme, pero tenemos una muy buena relación”, destaca.
El campeón del mundo, en la actualidad, se mantiene con una moto con la que hace servicios de mensajería. Cuando López había caído en la delincuencia, llegó a estar detenido en una comisaría. El remarca que sólo robó, y que no mató ni violó a nadie.
--¿Cuánto mal te hizo ser parte de la hinchada de Chacarita?
--Me hizo muy mal. Si un partido era a las cinco de la tarde, yo a las siete de la mañana estaba en el lugar donde paraba la barra, y a las diez estaba totalmente dado vuelta. Uno creía que era una hazaña, pero no me daba cuenta todo lo que perdía en ese momento. Por suerte dejé de ir a la cancha, porque Chacarita jugaba los martes o los jueves, y yo esos días tenía que entrenar. A la cancha volví después de cuatro años para una exhibición de taekwondo.
Y va más allá: “Cuando estuve internado (de 2004 al 2006), un hombre me dijo que para cambiar la vida y dejar de ser un drogadicto, lo haría el día que me sentiría el más pelotudo del mundo. Con el tiempo, en un entrenamiento me indicaron que el taekwondo era un arte marcial, y había que utilizar ropa adecuada. Uno iba con un pantalón corto y una remera. Un día llego al gimnasio y estaba mi profesor dando una clase a chicos de siete años. Me dice que me meta a correr con ellos y fui. En un momento levanto la cabeza y había chicos grandes con cinturones negros, verdes y azules. Y sentía que todas las miradas de ellos estaban sobre mí, seguramente pensando que yo era un grande corriendo con los nenitos, y ahí me sentí el más pelotudo del mundo”.
El período en el cual estuvo internado permaneció en la comunidad “Yo pude”, pero tampoco lo pudo terminar bien: “Estuve casi dos años hasta que volví a consumir. Eso fue cuando fui a ver un partido de Chacarita, en Mendoza ante Godoy Cruz, y volví a los seis meses totalmente arruinado. Cuando regresé a Buenos Aires estaba en la calle, y paré en la casa de un amigo en General Rodríguez. Yo era un linyera, cuando mi amigo me vio no lo podía creer. Me puse a llorar, y él me dijo que conocía un lugar donde me podían ayudar. Le respondí que me llevara en ese mismo momento, y eran como las 12 de la noche. Ahí sufrí mucho, porque uno comprende que la droga es una enfermedad”.
López se puede sostener a partir de que la vida le dio otra oportunidad, con el taekwondo como salida a una realidad mucho más parecida a la normalidad.