La hija única, la última novela de Guadalupe Nettel, está construida sobre un triángulo de personajes femeninos. Laura -la narradora- su vecina Doris y su amiga Alina. Tiene un tema central que va desde la primera línea hasta la última y es la maternidad. Claro que, en un sentido amplio, generoso, que va mucho más allá de lo biológico. En este abordaje entran tanto humanos como animales y una serie de aspectos muy íntimos, reveses oscuros que no son los que suelen mencionarse cuando se piensa este vínculo fundante. También aparece la enorme presión social que empuja a las mujeres a convertirse en madres y el problema político que representa todo este asunto para el feminismo.
Guadalupe Nettel (México, 1973) ha escrito en diferentes géneros: cuento, novela y ensayo. Algunos de sus libros son El huésped (2005), Pétalos y otras historias incómodas (2008), El cuerpo en que nací (2011). En 2013 obtuvo el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero con el libro El matrimonio de los peces rojos y en 2014 el Premio Herralde de Novela con Después del invierno. Ha colaborado en revistas y publicaciones como Granta, El País, The New York Times en Español y La Stampa, entre otras. Es directora de la Revista de la Universidad de México de la UNAM. En todo este recorrido por la narrativa ha afrontado la cuestión de las madres y los hijos en muchas oportunidades desde distintos puntos de vista. Hace pocas semanas, en una entrevista que le hicieron en España decía: “Es una larga investigación personal que empezó con El huésped. Luego vino El cuerpo en que nací, que mucha gente vio como un ajuste de cuentas con mi madre, pero yo no lo vi así; luego fui madre y escribí El matrimonio de los peces rojos, donde desmonté los mitos de la maternidad paradisíaca. La hija única es la novela en la que más hablo del tema, y hay por mi parte una comprensión más grande”.
Hay que saber que la trama de La hija única está basada en una experiencia real ocurrida a una amiga de Nettel y que ella se decidió a novelar. En diversas notas la autora mexicana lo cuenta, incluso en el propio libro se lo aclara en un epígrafe inicial, donde se subraya el borde en el que se inscribe el libro, en el que se incluye el testimonio –en la historia de Alina--, pero también hay lugar para inventar y acoger ese relato en una trama más amplia.
Como dijimos la narradora es Laura, es a través de ella por quien nos llega la historia. Desde el principio Laura afirma su decisión de no querer tener hijos. Una convicción que adoptó desde joven y defiende con muy buenos argumentos. Si bien hay otras experiencias con respecto a la maternidad, la negativa es central y por donde la novela comienza. Todo el tono del libro está encriptado en la voz calma y racional de Alina. Y esto es muy interesante, ya que al ser el punto de vista que organiza los hechos, los corre automáticamente del sentido común. Al enterarse que Alina, con quien había compartido la idea de no ser madres, se embarca en la búsqueda de un hijo, Laura pasa por distintos estados. Primero se decepciona, después se siente alejada de su amiga, pero finalmente termina aceptando sus diferencias. Y es allí cuando ocurre lo terrible, el mazazo que la novela preparaba para los lectores. A Alina y su pareja les anuncian, en el octavo mes de embarazo, que el bebé que están gestando no va a vivir. Tiene un grave problema de desarrollo, que la vuelve no apta para la vida. ¿Cómo prepararse para eso? ¿Cómo prepararse al mismo tiempo para la llegada de la vida y de la muerte?
Mientras ocurren estos hechos se mudan al mismo edificio de Laura una madre soltera llamada Doris, con su hijo pequeño. La narradora no puede evitar escuchar, a través de la pared, las violentas peleas que tienen, en donde el niño insulta, rompe cosas y la madre no lo puede contener. Laura pasa de la irritación a la curiosidad e irá, lentamente, involucrándose con esta familia. Al mismo tiempo en su balcón anidan unas palomas. Y pese a sus intentos de echarlas a escobazos, descubre una mañana que en el nido hay un huevo en plena incubación. Por si fueran pocas cuestiones vinculadas con la maternidad, Laura está en un momento de crisis con su propia madre, que no logra aceptar que no va a convertirse en abuela jamás.
Cada una de estas mujeres encarnan de una forma diferente la enorme complejidad que conllevan los vínculos materno-filiales. En este sentido, el hecho de estar cerca, de ser amigas o vecinas que se convierten en amigas, las ayuda a pensarse en relación con la otra –ser distintas pero aceptarse y así enriquecerse-- y a la vez a encontrar un soporte, que no podría ser sino de género. La hija única es también una novela sobre la amistad, una novela feminista, que boga por desacralizar la familia biológica, que muestra la importancia de generar otras redes de contención en la crianza y más aun cuando esta se vuelve como para Alina y Doris, un desafío absoluto. La maternidad en sus facetas más extremas: como una carga insoportable y a la vez como la matriz de un amor incondicional que nos enfrenta con la fragilidad, con lo incontrolable.
Algo notable de esta novela es el tono. Sin desbordes, sin excesos, va desplegando su mundo con una marcada austeridad de adjetivos. Aún en los momentos extremos Nettel no cae nunca en la emotividad ni en el sentimentalismo, lo que hace a su relato mucho más potente. Y pese a transitar por cuestiones de género –aparecen mencionadas Vivian Gornick, Rita Segato, entre otras escritoras feministas—en ningún momento esto se subraya ni adquiere un cariz programático.
Con paso calmo, en un tono menor, La hija única transita en un universo complejo, convirtiéndose en una novela inquietante, de profundas resonancias, difícil de olvidar.