A pesar de que se adelantó a los recitales virtuales, a comienzos de los 2000, Gorillaz este fin de semana fue víctima de su propia profecía. El laboratorio audiovisual comandado por Damon Albarn tuvo que apelar por el streaming para estrenar su más reciente álbum: Song Machine Season One: Strange Timez, que presentó en tres tandas divididas en zonas horarias. El sábado lo hizo primero para Asía y Oceanía, y luego para América, espectáculo que fue denominado Song Machine Live - Performance 2, y vendido en la Argentina por la plataforma del Movistar Arena. Mientras que el domingo el show abarcó a Europa “Gracias al equipo que participó en esto, con el que llevamos trabajando entre dos y tres semanas”, compartió el frontman, en una de sus pocas alocuciones, lo que dejaba en evidencia que se trataba un falso vivo. Aunque el impacto fue igual de vapuleador, raudo y tempranero. Y es que apenas terminó la introducción, que llevó al espectador hasta las entrañas de Kong, el búnker del grupo, apareció Robert Smith frente a las cámaras cantando el tema para el que puso su voz en el álbum: “Strange Timez”. Título que se ajusta a esta época, en la que cualquier cosa puede suceder.
Si bien era más que entendible que la pandemia mermara la participación de los artistas invitados a este séptimo trabajo de estudio, la banda (y la tecnología) se encargó de que todos estuvieran. De las formas más extrañas y asombrosas. Como Beck, que secundó la actuación del líder de The Cure holograma mediante. Lo que no impidió que hiciera su baile, al igual que lo hizo más tarde la cantante senegalesa Fatoumata Diawara. O Elton John, quien cantó y tocó el piano en “The Pink Phantom”, pero caricaturizado por Jamie Hewlett, creador de la identidad de los personajes de Gorillaz. Esto no deja más que entrever que en el futuro inmediato ésta quizá sea una alternativa a las giras. Lamentable, aunque segura, económica y hasta efectiva. Para muestra está el auge de los DJs en la década pasada, al punto de que llegó a poner en jaque la inversión que significaba mover de un lugar a otro a un artista de estándares altos. Basta con suponer lo que le costó a Daniel Grinbank traer a Albarn y sus músicos, junto a invitados que sólo subieron al escenario para hacer un tema, en la única actuación de Gorillaz en Buenos Aires, en el festival BUE de 2017.
Sin embargo, comprar un ticket para el Song Machine Live, que tenía una previa de poco más de una hora en la que se repasaba la historia del grupo y se vendía su merchandising, no era tan accesible para el público argentino. Comprar sólo el show costaba 15 dólares, en tanto que ver las presentaciones en las tres regiones valía 30 dólares y acceder al pack virtual unos 40. Lo cierto es que las dos últimas se agotaron. Pero valió la pena ver el regreso de Murdoc, bajista de la banda virtual, al igual que Peter Hook, legendario bajista de Joy Division y New Order, poniendo su característico sonido al servicio de “Aries”, single en el que comparte colaboración con la percusionista y rapera Georgia. El tándem saltó a escena, después de que también lo hiciera en el piso de ese búnker londinense el elegante cantante de R&B y soul Leee Jone y de que Albarn ironizara sobre la cuarentena británica: “Hola, mamá y papá. No veremos pronto”. Seguramente, los padres del líder de Blur disfrutaron de Schoolboy Q en la pantalla ubicada detrás de los músicos haciendo “Pac Man”, de la misma forma que la dupla estadounidense EarthGang inyectándole rap y dancehall a “Opium”.
Hubo participación hispana, con Roxani Arias mechándole el español a “Dead Butterflies”, y japonesa, con la agrupación Chai en haciendo lo suyo en “MLS”. De los invitados que no estuvieron, se extrañó a St. Vincent, y por ende el temazo “Chalk Tablet Towers”. Pero no todo se puede. O sí. Una vez que el rapero Slowthai y el binomio punk Slaves dejaron encendida la performance (una de las más brillantes de esa hora y media) con “Momentary Bliss”, Damon Albarn se fue hasta el rincón navideño de Kong, donde lo esperaba su impecable banda (mención aparte para sus seis coristas) para ponerle el tono canábico a la noche con el dub “Dracula” y el atmosférico con “Don’t Get Lost in Heaven”. Ambos clásicos de la banda. No obstante, el frontman, al tiempo que sus músicos volvían al escenario principal, mostraba un viejo teclado portátil mientras decía: “Con esto comenzó todo”. Entonces le puso play a su mega hit “Clint Eastwood”, que progresivamente fue tomando impulso jamaiquino y terminó estrellándose en el arrebato visceral, con Slaves y Georgia en plan poguero delante de la mirada todos y todas. Cruel aliciente para desear experimentar esa sensación que se extraña tanto. Tantísimo.