En su reciente libro titulado “Quitarnos los miedos. Hacer comunicación en tiempos de coronavirus, aislamiento social y pandemia informativa”, el comunicador e investigador boliviano Adalid Contreras Baspineiro, analiza que junto a la crisis generada por la covid-19 “o mejor dicho como parte de ella, se desarrolla otra: la comunicacional, una pandemia informativa, por las formas como nos estamos (in)comunicando en tiempos de coronavirus”. Se trata, dice el autor, de la “infopandemia” compuesta “por el predominio de estilos sensacionalistas, de propósitos publicitarios difusionistas, de fake news y de autoritarismos desde el campo de la emisión, con sobreinformación que atosiga”. Y sostiene que esta pandemia, la comunicacional, “tiene que ser erradicada a la par que la covid-19, porque su efecto negativo en la reproducción social en tiempos de aislamiento se ha convertido en una realidad nociva, tanto para los procesos de socialización como para la construcción de sentidos de esperanza, resistencia y combate al virus”.
Aclaremos que no se trata de una mirada desde la Argentina o sobre la Argentina, donde por la cercanía de quienes protagonizan esta realidad y por la virulencia en torno a lo que infortunadamente se ha denominado “la grieta” todo se presenta sobredimensionado. Si bien es claro que Contreras Baspineiro ve más allá de las fronteras de su propio país, tiene como referencia inmediata lo que sucede en su entorno. No menos cierto es que el fenómeno denominado “infopandemia” (infodemia para otros) se ha instalado como una realidad que afecta el modo de hacer comunicación y que, sin limitarse a lo ocurrido durante el período de la covid-19, es una práctica perjudicial y distorsiva en la comunicación actual.
Pero intentemos referir, solo como ejercicio y sin pretender agotar todos los aspectos factibles a tomar en cuenta en un fenómeno de por sí complejo, algunas de las características de este estilo comunicativo.
Comenzando por las prácticas de quienes hacemos comunicación. Es reconocido aún por las más destacadas fuentes científicas que la información sobre la covid-19 sigue siendo insuficiente, cambiante y hasta contradictoria, lo que hace difícil establecer un diagnóstico claro, hacer prospectiva y, dificulta -cuando menos- el diseño de estrategias sanitarias para combatir el mal. Sin embargo, en ese escenario, hay un número elevado de periodistas que dan diagnósticos, opinan y proyectan sin referir fuentes confiables o arriesgando pronósticos de difícil comprobación. Son muy pocos los casos que vale señalar –uno de ellos el del colega Pablo Esteban en Página 12- y en los que puede exhibirse una tarea seria y rigurosa, que podría presentarse como ejemplo de periodismo científico, especialidad profesional casi inexistente en las cátedras de periodismo.
La escasez de la información, la falta de fuentes confiables e incluso lo contradictorio y confuso que resultan esas mismas fuentes a la hora de presentar datos que colaboren a la comprensión del problema sanitario, habilita también la multiplicidad de percepciones sobre el tema. A ello se agrega que la pretensión de simplificar lo complejo para hacerlo accesible a audiencias amplias termina perjudicando la comunicabilidad de los textos. Y si bien en algunos casos no existe mala intención de quienes transmiten la noticia, en otros lo polisémico contribuye también al uso político malintencionado y hasta abusivo de la información que, dada la gravedad de la situación sanitaria que se enfrenta, representa un daño real a la ciudadanía y merece el cuestionamiento ético de quienes lo practican. Tambien hay fake news sanitarias.
Por último –e insistiendo en que no hay pretensión alguna de agotar el tema en estas líneas- habría que decir que habitamos en una sociedad que, a la vez que saturada información, vive permanentemente ansiosa y demandante de la misma. Aún en circunstancias como las actuales donde esa información no está disponible, es escaza o poco confiable. Se produce entonces un perverso círculo vicioso entre audiencias y periodismo, donde las primeras quieren consumir algo que quizás no existe de manera consistente y quienes ofrecen información brindan también lo que no hay para llenar espacios y satisfacer la ansiedad de los públicos.
Apenas algunos puntos para entender la verdad de lo que sostiene Contreras Baspineiro: estamos frente a “una realidad nociva, tanto para los procesos de socialización como para la construcción de sentidos de esperanza, resistencia y combate al virus”. Un virus comunicacional menos perceptible que la covid-19 pero también de graves consecuencias para la sociedad.