“Defensora anti carbón asesinada a tiros en Bataan” tituló un diario filipino el 2 de julio de 2016. Ate Glo, como llamaban a Gloria Capitan su familia y sus amigxs, estaba en su bar de karaoke cantando con uno de sus nietos cuando dos hombres en moto llegaron a la puerta del local, uno de ellos entró, se cubrió la cara con un pañuelo amarillo y le disparó en el brazo y en el cuello, se escucharon dos tiros, tres, cuatro. Hacía dos años, desde que notó que un barniz de polvo negro cubría techos, pisos y muebles, que Gloria luchaba contra una reserva de carbón. Hizo una consulta a las autoridades locales, presentó una denuncia contra Sea front Shipyard and Port Terminal Services, una empresa filipina que distribuye carbón y cemento importados de Indonesia a las centrales eléctricas cercanas, organizó una petición popular y creó un grupo de vecinxs damnificados: los Ciudadanos Unidos de Lucanin Assn.

La empresa no respondió y la contaminación aumentaba, cada vez más chicxs, incluidos sus nietxs, sufrían ataques de asma, resfríos incurables y erupciones cutáneas. Los jardines se cubrían de polvo, los árboles caían en desgracia y cuando llegaba la lluvia, arrastraba el polvo de los techos y se convertía en lluvia negra. A la maldición contaminada se unía otra epidemia, la epidemia de asesinatos a activistas ambientales. El nombre de Gloria estaba en lista de espera de muertxs, ella no lo sabía. Ese año mataron a doscientxs activistas ambientales en el mundo, veintiocho eran de Filipinas.

Un año antes de que la asesinaran, Gloria, quien entre otras causas se unió al pedido de justicia para Jennifer Laude, mujer trans filipina asesinada por un cabo de la infantería de marina de los Estados Unidos, Joseph Pemberton, declarado culpable y recientemente indultado, marchó en Manila junto a activistas que denunciaban que la quema de combustibles fósiles no solo estaba causando contaminación local, sino que estaba contribuyendo a un aumento peligroso de las temperaturas medias. Fue entonces que supo por primera vez que su lluvia negra no era la única lluvia negra y que el desastre se extendía más allá de las cuadras de su barrio. 

La respuesta que la empresa no dio se disfrazó de falsas acciones voluntarias, antesala de la trampa, como la instalación de un cobertor para reducir el polvo en la zona de acción. Después llegaron los médicos mandados por la empresa y las declaraciones periodísticas de la compañía diciendo que su compromiso era con el medio ambiente. Nada impidió que la contaminación continuara, nada terminó con el hedor a huevos podridos. Los diagnósticos de neumonía, tuberculosis y piel enferma eran diagnósticos en crecimiento. 

Unos meses antes de ser asesinada, un hombre llegó a la casa de Gloria para ofrecerle una asignación médica a cambio de que desistiera de su lucha contra el carbón. “Me preocupo por todos ustedes, odiaría ver a alguno de ustedes enterrado bajo un montículo de tierra", dijo el emisario. Cada vez que volvía, Gloria volvía a decirle que no. Mientras tanto, la compañía donaba botes a los pescadores de la zona, construía iglesias, organizaba proyectos de caridad cristiana y promocionaba los más de mil quinientos puestos de trabajo que ofrecía. Cuando nadie pudo parar la sangre que brotaba del cuello de Gloria y mientras sus hijos corrían sin suerte detrás de los asesinos, un rumor rápido se instaló pisando los charcos negros de la lluvia repitiendo que la habían matado por una disputa de tierras mezclada con un caso de drogas. 

Poco después, el grupo de vecinos damnificados se disolvió. Son muchas, cada vez más, las mujeres que en desventaja (la primera la sufren dentro de su misma comunidad) luchan por el medio ambiente y la tierra: “La fuerza de las mujeres es una fuerza colectiva que genera comunidad y a eso le temen las políticas energéticas, las políticas mineras y las políticas mundiales. Nosotras no solo llevamos luchas en el territorio, sino también dentro de nuestras vidas, de nuestras camas, de nuestras casas y comunidades, porque la violencia no termina. Tenemos que seguir luchando para declarar territorios libres de violencia, libres de minería. Queremos libertad en los territorios, para así poder saludar al agua, a la tierra, al aire, como elementos vivos y no de comercialización” dijo Lolita Chávez, activista de los derechos de las mujeres y líder indígena guatemalteca, ​también referente internacional de la lucha por la preservación de los recursos naturales.