Al borde de una marginalidad recién estrenada, donde el deseo no reconoce los límites de sangre y el afuera con sus normas, con su mirada que siempre lastima, tiene esa forma poética de quien se ha olvidado de sí misma, se escribe Precoz, la novela de Ariana Harwicz. Llevar a escena este libro es una aventura majestuosa, una orfandad extraña que se alimenta de las palabras. Las breves novelas de Harwicz encierran un poder definitivo en su estilo, hay un lenguaje que hace uso del monólogo interior para marcar un punto de vista que está herido, que ve el mundo desplazado, descuartizado, un alma expuesta que ya no es piadosa.
Lorena Vega estaba sumergida en la tarea de ensayar una versión escénica de Precoz hasta que la pandemia cambió todos los planes. El estreno era tan próximo y palpable como imposible cuando las salas de teatro quedaron inhabilitadas. "Durante la pandemia pensamos cómo podíamos mantener una relación con el material” explica Vega desde una actualidad donde las salas empiezan a abrir muy de a poco: “Como yo ya había hecho una experiencia de grabar un podcast con Leonardo Sbaraglia sobre una escena de un texto de Carver, le propuse a Julieta Díaz, protagonista de la adaptación teatral de Precoz, grabar una escena de la obra“. La voz de Julieta Díaz despliega un deseo que abre paso a la descripción.
El teatro sonoro es una fuente de imágenes. Existir entre las palabras y desde allí, desde esa sonoridad que parece amar cada frase, se despliega el personaje. La música da ese impulso, como un entorno o paisaje, como una fuerza que entra en esa acción que componen con su modo de decir la actriz y Tomás Wicz, quien está a cargo del rol del hijo. La palabra es otra variante de la musicalidad que guarda la criatura de Harwicz. “Trabajamos una escena pensando solo en lo sonoro” continúa Lorena Vega. “En el proceso, Sebastián Schachtel, que iba a hacer la música original de la obra presencial, compone una canción junto a su hija, Lisa Schachtel, inspirada en Precoz. Además Sebastián trabajó la parte técnica de esta grabación y la musicalización del podcast“.
La intimidad de la primera persona en una narración que en el teatro deviene en monólogo, se corta por la intromisión del hijo que Tomás Wicz realiza en una armonía ríspida con Julieta Díaz. En la materialidad de la escena están casi siempre juntos en un vínculo entre fatal y amoroso pero la voz parece establecer una pequeña separación, un mundo privado que solo funciona en la cabeza de los personajes. La palabra es la que genera otro plano del conflicto pero en la voz de Julieta Díaz y en la dirección que establece Vega hay continuidad, como una naturalidad que solo suena extraña porque permite descubrir al personaje y al vínculo que gobierna ese tiempo entre una madre joven y su hijo adolescente.
Esta pieza sonora permite detenerse en el lenguaje, pensarlo, volverlo totalidad y cuerpo. Los cambios en el interior de la escena marcan un ritmo entre esos diálogos entre la madre y el hijo que parecen competir por la manera de narrar la historia y la música que se vuelve otra, como dando espacio a un escenario nuevo. El parlamento termina como empieza. Con un suspiro. La canción se integra como otra parte de la narración que opina y piensa sobre lo que escuchamos, como una respiración que se disocia del cuerpo. Esta idea ya concretada debía formar parte o integrarse a un soporte más amplio. “Se la ofrecimos al Grupo Octubre y como ellos no tenían una línea de podcast este proyecto ayudó a generar ese espacio y a abrir la propuesta a toda la comunidad” concluye Vega. De este modo el Grupo Octubre lanza su canal de podcast y realiza una convocatoria para presentarse en las áreas de arte y pensamiento. El material incluye ficción, documental, radioarte, reportaje de investigación y conversación o debate. Para participar se deberá escribir a [email protected]. Hay tiempo hasta el 1º de marzo de 2021.