El cuento breve, el que se lee de una sentada en el banco de una plaza o en la garita del colectivo o mientras se espera el café en un bar, fue el género literario que creció junto con los periódicos, las revistas y la alfabetización mediante la escolarización pública: tres estrategias de la modernidad que con o sin esa intención sumaron lectores al incipiente, y luego floreciente, mercado editorial de los dos siglos pasados. No es casualidad que el sello rosarino Listocalisto, hasta ahora una editorial de literatura infantil, haya decidido iniciar la que sin duda será una lujosa serie de libros ilustrados para el público adulto con un primer libro de un autor local que honra y continúa aquella tradición moderna.
No es difícil adivinar, leyéndolo, a qué libros de la biblioteca de "lector apasionado" de Claudio López (Rosario, 1964) se sumará este digno sucesor. El nombre del diablo, ya desde el título, evoca el Diccionario del diablo de Ambrose Bierce. Antes de seguir con el juego erudito, cabe anunciar que el libro se presenta hoy en forma presencial con cupos limitados, a las 19:30, en Casa Brava (Pichincha o Richieri 120; no existen garantías de que la casa esté libre de fantasmas tangueros o de otra índole aún más melancólica) y que Romina Carrara (Rosario, 1978) pintó y dibujó las excelentes ilustraciones, las cuales complementan y amplían el misterio de cada relato. Andrea Ocampo será la anfitriona.
Mejor vacilar antes de adosar las etiquetas "terror" o "fantástico" a estas 23 piezas literarias que se alejan de los lugares comunes y producen en cambio unas emociones estéticas mucho más complejas, más cercanas a lo inquietante, con elementos exóticos, sobrenaturales o pintorescos. "Cuentos de lo grotesco y lo arabesco" tituló Edgar Allan Poe (pionero al que López rinde homenaje bautizando a la boa doméstica de uno de los cuentos con el nombre de uno de sus etéreos personajes femeninos) al libro traducido como Narraciones extraordinarias. Ni lo grotesco ni lo arabesco aterrorizan; más bien inspiran un temor reverencial mientras ejercen una siniestra seducción. Al igual que Romina Carrara en la alquimia de sus manchas de color sobre lienzo imprimado, López domina el arte de la construcción de atmósferas, que lo es casi todo en un cuento según otro excéntrico maestro, Lovecraft. Sobre esos espacios de lo extraordinario, López va tramando la narración con ágil economía y sorprendente lógica, ligando un paso a otro con la misma seguridad y precisión con que Carrara despliega sus líneas de tinta negra.
Más que de ilustraciones literales se trata de transposiciones entre diversos lenguajes, que se fueron alimentando mutuamente en una simbiosis creativa desjerarquizada a lo largo del proceso de edición del libro. O así al menos eso cuentan ambos autores en la entrevista de la carpeta de prensa. Carrara no lo explica demasiado pero los colores que eligió son, en efecto, los de la alquimia: negro, blanco, amarillo, rojo y un ocre dorado. El atardecer bermellón norteño con figura ambiguamente humeante que refuerza a doble página el austero relato de amor trágico titulado simplemente "Movimientos" compone uno de los puntos estéticos más altos del cuidado volumen. Muchos de los cuentos del libro quedan resonando en la memoria como sueños hermosos y terribles, cuya espesa extrañeza la luz del día no consigue disipar. Los exóticos personajes que se avecinan al enamorado somnoliento en "Adivina" forman un coro de tragedia clásica parecido al de la aldea de donde partía el galán en la primera versión cinematográfica de Drácula: ¡no vayas, no vayas! Y los consejos, una vez más, son desoídos, quizás para bien esta vez.
El duelo virtuoso entre imagen y texto requería el peso de la tradición clásica moderna de ambos lados, y lo tiene. Hay en la industria editorial argentina antecedentes como el mencionado libro de Poe ilustrado por Raúl Soldi. Éste le iba a copiar el título al famoso Cuentos de amor, de locura y de muerte de Horacio Quiroga, primer lector rioplatense de Poe y cuya vida misma parece imitar por azar uno de sus dramas góticos. Carrara desliza el retrato de Mark Twain entre las páginas de "Huck", tributo nostálgico al autor de la novela que inventó la felicidad de las infancias: Las aventuras de Tom Sawyer y Hucklyberry Finn. La lejanía, filosofaba Walter Benjamin, es la gran virtud del narrador.
Y por eso, quizás, cuanto más distantes de la gris sensatez y más inmersos en mundos de ensueño, más reales resultan estos cuentos; y cuanto más realistas, menos creíbles. Que un niño propenso a lamer sangre guíe a su madre al reino inenarrable que se abre al final de "Esa extraña afición" (y que Carrara sí se atreve a imaginar) o que el relato irónicamente titulado "Familia soñada" (junto con otro dantesco logro de la ilustradora) aborde con naturalidad lo sobrenatural del inframundo ancestral, plasman experiencias de lectura muy intensamente vívidas. En esa dirección cabe esperar que siga la obra de López; o en las piezas de antología brevísimas que el libro incluye, lo mejor y lo más condensado poéticamente de la serie. El espectro de Manuel Belgrano parece revivir en "Si tiene razón", y otros dos soliloquios también próximos a la muerte propia o ajena (la nonagenaria de "La fiesta del sábado" o la voz del "Monólogo del enterrador") hacen saltar las coordenadas previsibles que arman esa ficción a la que llamamos realidad.